Opinión

Mover la bandera

Hace décadas asumimos como normal que en España no estuviera garantizado el derecho de un niño a estudiar en español, y ahora fingimos que está en nuestras manos impedir que un diputado secesionista retire la bandera de España en el Congreso

Los conceptos académicos que abandonan la torre de marfil para instalarse en la cultura popular suelen producir un efecto indeseado: quien da con ellos comienza a explicarlo todo a partir de esos conceptos, tal vez por la agradable sensación de que nuestras intuiciones cobren de repente un carácter más objetivo. Curiosamente, su popularización también produce el efecto contrario: al ser manoseados por el populacho en las redes sociales, desde la torre de marfil se desprecia lo que pueden tener de verdadero o útil para el análisis.

Cualquiera que intente comprender nuestra actualidad política con un mínimo de curiosidad acaba encontrándose en un momento u otro con dos de esos conceptos: la ventana de Overton y la falacia de la mota castral. El primero alude al rango de posiciones e ideas políticas consideradas aceptables, normales o deseables en una sociedad, y por lo tanto define también qué posiciones e ideas quedan en los extremos. Lo interesante es el hecho de que esa ventana puede moverse, y a veces lo hace con gran velocidad y extensión. Cuando ocurre, lo que era inaceptable comienza a ser normal, y lo que era normal comienza a ser inaceptable. Las posiciones son las mismas, la sociedad es la misma, pero la percepción ha cambiado. Es así como en poco tiempo ciertos consensos acaban transformándose en tabúes, y ciertas ideas inaceptables acaban formando parte del consenso.

El segundo concepto explica uno de los mecanismos mediante los que se puede intentar mover la ventana. Una de las maneras más eficaces de introducir posiciones extremas en política es mediante el uso de la mota castral en el debate. Se lanza una idea minoritaria junto a una idea que forma parte del consenso, uniéndolas en una especie de pack. Si la estrategia tiene éxito, oponerse a la idea extrema implicará oponerse al consenso. Y como oponerse al consenso puede tener consecuencias sociales desagradables, para evitar descalificaciones e incomodidades muchas veces terminamos aceptando también la idea extrema, quedando así fijada al núcleo compartido. Pasa a formar parte de lo aceptable, normal o deseable.

La cuestión es que desde hace años en España la defensa del feminismo, de la memoria histórica y de la democracia ha comenzado a incluir elementos ajenos al consenso básico

Veámoslo en la práctica. La defensa de la igualdad jurídica entre hombres y mujeres, la necesidad de recordar la Guerra Civil o el rechazo al fascismo operan como ideas ampliamente compartidas en España. Cuando se defiende exactamente aquello que se enuncia, no hay ningún problema. Pero la cuestión es que desde hace años en España la defensa del feminismo, de la memoria histórica y de la democracia ha comenzado a incluir elementos ajenos al consenso básico. Así, el feminismo incluye hoy la creencia en “el patriarcado” o en la brecha de género, se construye sobre una crítica más amplia al capitalismo y pretende dejar fuera a quienes defienden lo esencial desde posiciones ideológicas enemigas. Carmen Calvo y Anna Pacheco han dejado algunas de las muestras más claras al respecto. La memoria histórica por su parte sirve para perpetuar la idea de que en el final de la II República el bando republicano estaba formado en su mayoría por demócratas convencidos, de que sólo había partidarios de la dictadura en el bando sublevado, y de que la represión y las barbaridades sólo existieron -o sólo deben contarse las que se produjeron- en las zonas bajo control de los nacionales. En cuanto al rechazo al fascismo, en España está sirviendo para justificar vetos o agresiones contra partidos políticos de derechas en campaña electoral y para relativizar los ataques contra asociaciones estudiantiles no nacionalistas en universidades catalanas.

Las preguntas desactivadoras cuando alguien rechaza estas posturas extremas y señala la trampa son siempre las mismas. ¿Estás en contra de la igualdad? ¿No crees que hay que reparar a las víctimas de la Guerra Civil? ¿Acaso defiendes el fascismo? Ocurre lo mismo con cuestiones más complejas como el aborto, la eutanasia o la autodenominada autodeterminación de género: ¿quieres que la gente sufra? Y desde luego ya vimos cómo funciona cuando se trata de normalizar el secesionismo y el golpe de Estado: son sólo urnas, ¿no te gusta la democracia?

"Quienes sienten asco por la bandera de España no pueden decidir si la ponen o la quitan del Congreso”, dijo. por ejemplo. Inés Arrimadas

Estos mecanismos sirven para fijar nuevos consensos y tabúes, pero no siempre son suficientes. Cuando se desquicia la ventana de Overton normalmente es porque se da otro elemento: la indolencia, la pereza intelectual, la apatía o la suficiencia racionalista. No les hagamos caso, que es lo que quieren. Que se entretengan con gestos irrelevantes y victorias inútiles, que vamos ganando. Los símbolos no importan, lo esencial es el presupuesto. Y así es como llegamos al incidente de la semana pasada.

Míriam Nogueras, diputada y portavoz de Junts per Catalunya en el Congreso, apartó la bandera de España antes de dirigirse a la prensa en la sede de la representación nacional. Y no pasó nada. O mejor dicho, pasó lo de siempre. Mensajes de efímera indignación. Racionalizaciones tranquilizadoras. Ninguna reacción eficaz, porque ya sabemos que la reacción es siempre exceso.  

“Quienes sienten asco por la bandera de España no pueden decidir si la ponen o la quitan del Congreso”, dijo por ejemplo Inés Arrimadas. Lo dijo con buena intención, pero el caso es que pueden. Pueden quitar la bandera española del Congreso, de los ayuntamientos y de donde sea. Y al hacerlo, son conscientes de que lo que están moviendo realmente es la frontera nacional; dentro y fuera de Cataluña.

Hace décadas asumimos como normal que en España no estuviera garantizado el derecho de un niño a estudiar en español, y ahora fingimos que está en nuestras manos impedir que cualquier diputado secesionista pueda retirar la bandera española del Congreso. Es inaceptable, nos decimos. Aún decimos más: no se puede aceptar. Pero las palabras nunca terminan de corresponderse con la realidad. 

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