Era el martes 29 de diciembre. Moncloa estaba de nuevo convertida en un plató de televisión. El presidente, Pedro Sánchez, delante de una pancarta con el lema cumpliendo, presentaba la rendición de cuentas certificada por unos académicos, elegidos por él mismo para evitarse sorpresas, que le dieron matrícula de honor. Fueron dos horas y media de exposición y preguntas. En una de sus respuestas reconoció que en el Gobierno podían sonar muchas voces, pero que había una sola palabra, la del Boletín Oficial del Estado. Sintonizaba así con esa estrofa del poema Retrato de Antonio Machado donde dice:
Desdeño las romanzas de los tenores huecos
y el coro de los grillos que cantan a la luna.
A distinguir me para las voces de los ecos,
y escucho solamente, entre las voces, una.
Pase que su Gobierno, que también es el nuestro, sea de coalición por vez primera desde hace más de ochenta años; pase también que por falta de costumbre el desconcierto sea grande; pero que los ministros salgan del Consejo como los niños van al recreo terminada la clase y que cada uno quiera quedarse con el balón sólo para él, o para los de su equipo, ofrece un espectáculo ininteligible por la ausencia de la indispensable disciplina orquestal, que correspondería imponer al presidente Sánchez, sin que rastreador alguno haya encontrado ningún vestigio del lema e pluribus unum.
Regresando al poema machadiano, aquí y ahora cunde la cacofonía. Se prodigan sin cesar las romanzas de los tenores huecos, la grillera está subida de decibelios, las voces propias de los copresidentes Pedro y Pablo ignoran el principio de contradicción, incluyen globos sonda, lanzan bengalas de situación, anticipan ecos y demoran desengaños instrumentalizando a sus dóciles, ya sean Ábalos, Adrianas, Echeniques, Jaumes, Garzones e Irenes. Don Antonio sabía qué voz única escuchar, pero nosotros no sabemos a cuál atender.
Gran atrevimiento el del presidente Sánchez cuando, al rendir cuentas, invalidó todas las voces y señaló como única palabra la del Boletín Oficial del Estado
Gran atrevimiento el del presidente Sánchez cuando, al rendir cuentas, invalidó todas las voces y señaló como única palabra la del Boletín Oficial del Estado. Un señalamiento que multiplica la confusión, porque los textos del BOE están redactados a la manera de los jeroglíficos que sólo los hermeneutas más avezados pueden descodificar. Cuando, con más de dos años de retraso sobre los quince días preceptuados [¿figuraba esta demora dentro del 23,4% de compromisos cuyo cumplimiento fue certificado el 29 de diciembre?], se anuncian las comparecencias ante la Comisión de Nombramientos del Congreso de los Diputados de los 94 concursantes que aspiran a las diez plazas del Consejo de Administración de RTVE, podría examinarse la redacción del Real Decreto-ley 4/2018, de 22 de junio, “por el que se concreta, con carácter urgente, el régimen jurídico aplicable a la designación del mencionado Consejo de la Corporación RTVE y de su Presidente”.
El acuerdo del Consejo de Ministros atribuye a la vicepresidenta primera y ministra de la Presidencia la propuesta de esa disposición legal, que consta de un farragoso preámbulo seguido de un Artículo único del que se transcribe su primer párrafo para general escarmiento. Dice así:
“1. Hasta el nombramiento de los miembros del Consejo de Administración de la Corporación RTVE y del Presidente de la Corporación y del Consejo de acuerdo con lo previsto en las disposiciones transitorias de la Ley 5/2017, de 29 de septiembre, por la que se modifica la Ley 17/2006, de 5 de junio, de la radio y la televisión de titularidad estatal, para recuperar la independencia de la Corporación RTVE y el pluralismo en la elección parlamentaria de sus órganos, las Cortes Generales elegirán a los consejeros que deberán sustituir a aquellos cuyo mandato ha expirado conforme a lo previsto en el presente Real Decreto-ley”.
O sea, la gallina. Porque aceptemos que sólo los hermeneutas más calificados o los mejores expertos del Centro Criptológico Nacional estarían en condiciones de descodificar textos del Boletín Oficial del Estado como el aquí reproducido. De manera que Sánchez, al remitirnos al BOE como depositario de la única palabra del Gobierno, en vez llevarnos a la claridad, nos arroja a las tinieblas. ¿Para cuándo esa auditoría lingüística proyectada por el presidente de la Real Academia, Santiago Muñoz Machado, a la que debería someterse en primer lugar al BOE? Entre tanto, quienes firman los textos del BOE deberían evitar el modelo de Groucho Marx, que empieza con “la parte contratante de la primera parte”.
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