Opinión

La muerte de la cultura 'woke'

La filosofía de moda en la última década parece haber fallecido en 2024, aunque quizá solo está mutando

En su discurso del domingo pasado en Phoenix, Arizona, durante la celebración del AmericaFest, el presidente electo Donald Trump prometió que "Vamos a parar la cultura woke. La cultura woke es basura". El público rompió a aplaudir y Elon Musk retuiteó el momentazo, que tenía algo de final de época. Trump acierta de pleno en que dicha cultura, dominante en los últimos años, parece estar agonizando. La hirieron victorias electorales como la suya y también las de Meloni, Milei, Bukele y tantos otros candidatos de partidos socialpatriotas que triunfan elección tras elección (cuando no se las anulan, como en Rumanía). El progresismo parece cada día más mustio mientras que el patriotismo crece en apoyo joven en todo el mundo.

El delirio woke es una doctrina nacida en las universidades de élite de Estados Unidos, que en teoría se dedica a fomentar el feminismo, antirracismo, la diversidad sexual, el anticolonialismo y la igualdad racial. El problema es que en la práctica esto se tradujo  en una vigilancia maoísta de la conducta de quienes te rodean, introducir personajes trans en los dibujos animados, convencer a los deportistas de que no canten el himno nacional, apoyar que Futuro Vegetal vandalice cuadros clásicos en los museos y enseñar a los estudiantes universitarios que es más importante dirigirse a sus compañeros de clase por los pronombres queer que estudiar a Aristóteles, Cristobal Colón y Winston Churchill.

Se trata de un fenómeno de hondas raíces religiosas. Quien mejor lo ha explicado es Ian Buruma en su artículo "El ética protestante y el espíritu de lo woke", escrito después de que tuviera que renunciar a su cargo de director de la New York Review of Books por publicar el texto de un hombre que luego fue acusado de violencia sexual por varias mujeres (y que finalmente fue absuelto de todos los cargos). Buruma recuerda la tradición protestante de las confesiones públicas, tanto al descubrir a Dios como al caer en el pecado, que contrasta con los rituales privados del catolicismo. Ellos creen en la predestinación, quienes tienen éxito son elegidos de Dios, mientras nosotros creemos en la fraternidad, todos somos iguales más allá de nuestra cuenta corriente. Por eso allí se dan rituales que los católicos encontramos incomprensibles, como los telepredicadores hiperventilados y las entrevistas lacrimógenas en el programa de Oprah Winfrey. La de dramas que se ahorran con un discreto confesionario.

Puritanos inflitrados

Parece que el mundo se ha cansado del mal espectáculo del wokismo. La semana pasada, Disney eliminó un personaje trans de la serie Win or Lose, que se estrena el próximo febrero y se centra en un equipo de softball (variante suave del beisbol) en una escuela secundaria. La compañía de Mickey Mouse lleva años registrando beneficios decrecientes con sus productos de orientación woke, lo que le costó el cargo al director ejecutivo Bob Chapek a finales de 2002. Compañías como Nissan, Walmart y Ford también han dado por terminadas sus políticas DEI, siglas de 'Diversidad, Equidad e Inclusión', para volver a centrarse en contratar empleados según sus méritos profesionales. 

A pesar de los avances, los museos de artecontemporáneo, plataformas de podcsts y contenidos televisivos de pago siguen empapados de 'wokism0'

A pesar de la atmósfera triunfal, la realidad invita a ser prudentes. El virus woke,que tiene un origen puritano protestante, ha echado raíces incluso en una sociedad tan católica como la española. El otro día crucificaron a los actores  Macarena Gómez y Aldo Comas por opinar que los casos de abuso sexual deben solventarse en los tribunales y no en las redes sociales. Darte un paseo por cualquiera de los museos de arte contemporáneo de España también confirma que el wokismo sigue muy vivo. O escuchar los podcasts emblemáticos de Podimo o la mayoría de contenidos de Movistar+. Cristina Fallarás sigue ejerciendo de Torquemada feminista en Instagram, Irene Montero no deja de regañar desde su pedestal mediático y el gobierno continúa financiando cualquier proyecto progre como si el dinero le quemase en las manos. Quedan un par de batallas para terminar la guerra.

La lucha contra la corrección política progresa adecuadamente pero nunca hay que dar por muerto a un enemigo que acumuló tanto poder. A ver si en 2025 podemos sacudirnos de encima el puritanismo progresista y volver a ser católicos felices otra vez.

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