Opinión

Muerte lenta

No sabemos cuánto podrá durar todavía la deplorable escena del Poder acogotado sin remedio. La prospectiva política tiene poco que hacer frente a la ley de la selva

Mi amigo cazador me lo tiene contado y recontado. Hay, según él, al menos cinco especies de depredadores que entretienen la muerte de su presa porque saben que el martirio lento le altera la sangre hasta que su carne –que se llama entonces “carne fogueada” y parece que es pésima para la artritis—altera su sabor original hasta el deleite. El león mismo, como hemos visto en doce mil documentales de “la 2”, ahoga a la gacela poco a poco, primero entreabriendo con mimo sus fauces para aliviarle el trance y volviéndolas a apretar luego para forzar la pena.

Total, como lo de Puigdemont con Sánchez, hoy cedo, mañana acoso, pasado cualquiera sabe lo que haré. ¿De verdad vamos a creernos lo de “puto amo”?. Quiá, que diría Arcadi. Si lo fuera se revolvería contra el depredador hasta reducirlo a lo que, antes de que él mismo lo resucitara con sus melindres, no era ya más que el desahuciado de Waterloo, el exiliado de oro, el impune impotente, o sea, a la Nada con sifón, casi la entelequia. Y no un chantajista sin modales que se permite desafiarlo cada dos por tres recordándole su precariedad y dependencia: que si no hay amnistía efectiva, no hay Presupuestos o que si besuqueas a ERC te la cargas. Y en ese plan. Como el león, sin prisas pero sin pausas.

Ni un predador tan insolvente mantuvo tanto tiempo agonizante a su víctima ni una víctima sin remedio consiguió mantener a duras penas las apariencias

Porque lo de gobernar sin Parlamento, hasta puede que todavía resulte posible rompiendo por las bravas la alcancía europea destinada a la Next generation, sublimando el escándalo venezolano y hasta esquivando los devastadores efectos de la marea migratoria –cualquier cosa con este Indiana Jones de pacotilla—, pero difícilmente logrará mantenerse en el precario machito asediado por los pleitos con sus disparates familiares y la abrumadora corrupción descubierta en su Gobierno y en su partido. Sin olvidar el avispero catalán, la delicada trilita que encierra, dentro y fuera de su bastión partidista, el famoso cupo de la discordia, confitado en la fullera monserga del anticonstitucional confederalismo exigido por el proyecto secesionista de sus socios. Sin poder legislar, acosado por la emergencia demográfica, impedido de salir a la calle por el disgusto generalizado, en plena onda expansiva de un conflicto judicial sin precedentes y en manos de unos socios insaciables, no podrá conseguir más que consumar el descrédito interior y exterior de esta España a la deriva, mientras el león mantiene apretadas las fauces administrando el imprescindible oxígeno a la presa.

Nunca agonizó un Gobierno -ni un Estado- hasta este punto ni fue humillado de esta manera un pueblo en democracia. Ni un predador tan insolvente mantuvo tanto tiempo agonizante a su víctima ni una víctima sin remedio consiguió mantener a duras penas las apariencias. Lo que no cabe negar es que la fiera siempre acaba por ganar aunque, asediada por los oportunistas, pueda finalmente perder el festín. ¡Qué nos van a contar a los españoles a estas alturas sobre hienas y buitres! No sabemos cuánto podrá durar todavía la deplorable escena del Poder acogotado sin remedio. La prospectiva política tiene poco que hacer frente a la ley de la selva.

Vivir al día, morir lentamente a manos de un estrangulador: una acreditada ley de la Naturaleza, pero lo peculiar en esta ocasión es que no es el fiero león el que gradúa el martirio sino esa inconcebible gacela que parece escapada, en todo caso, del más estrambótico bestiario medieval.

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