Ha pasado la Diada. Se ha escurrido sin pena ni gloria. Queda lejos la épica de las masas y el calor de la esperanza. Hemos vivido la Diada más fría y desabrida de la última década. La Guardia Urbana, siempre dispuesta a echar un capote a los independentistas, valoró la asistencia en 108.000 personas. Según sus mismos cálculos, un 90% menos que en 2014. Un número respetable, porque siempre es respetable la multitud que acude a un entierro. Esto es lo que vimos: la ceremonia de despedida temporal de un proceso tóxico y agotador.
Despedida temporal, insistimos, porque el procés no está muerto. Estaba tambaleante, y sus líderes han decidido criogenizarlo -congelarlo- hasta encontrar un momento propicio para devolverlo a la vida. Ahora no se dan las condiciones para aventuras. Cataluña está exhausta. La mayoría de los catalanes somos conscientes que el procés nos ha arrastrado a una década de deterioro político, económico y social. El fracaso de la movilización independentista tiene múltiples causas: la firmeza del Estado democrático de Derecho, la envolvente líquida del Gobierno, la emergencia de la pandemia y la conciencia general del declive económico acelerado por el intento de ruptura. El fiasco del Prat ha sido la guinda de años de infantilismos e irresponsabilidad.
Pero cometeríamos un grave error si diéramos el procés por liquidado. Está congelado, hasta que sus dirigentes intenten resucitarlo. En este intermezzo, el independentismo pretende acumular fuerzas, ensanchar su base, logrando mientras tanto mayores cesiones y herramientas. La estrategia no es un secreto para iniciados. La han expuesto y escrito reiteradamente sus líderes. Es falso que ERC aspire únicamente a sustituir a Convergencia, que haga teatro para alcanzar mayores cuotas de poder. Esta lectura pragática y teatral, muy del gusto capitalino, implica un gran desconocimiento de lo que es el nacionalismo en sí y de la táctica concreta de Junqueras. Más que explicar la actitud de ERC, revela cómo entienden la política quienes proyectan tal interpretación.
Es más necesario que nunca aumentar la presencia del Estado y sus instituciones. Y por eso es imprescindible que, desde la sociedad civil, trabajemos por reforzar la cultura común
Mientras llegue el momento oportuno para un nuevo envite, el independentismo continuará con su estrategia de desconexión lenta y profunda. Como resumía hace unos días Juan Claudio de Ramón, ya que el secesionismo ha comprendido que no puede sacar a Cataluña de España, va a continuar con la vieja práctica de sacar a España de Cataluña. Por eso es más necesario que nunca aumentar la presencia del Estado y sus instituciones. Y por eso es imprescindible que, desde la sociedad civil, trabajemos por reforzar la cultura común y compartida con el resto de España. Frente a la lógica de la desconexión, debemos potenciar la cultura del vínculo a todos los niveles, desde lo artístico hasta lo económico. Una suma de vínculos que nos llevará a recomponer el nexo principal: la amistad civil.
Reconectar y esperanzar. Este es el gran reto del constitucionalismo. El procés pudo calar en la sociedad porque fue una bandera de esperanza en un tiempo de grave crisis económica y social. Ahora dirigirá Cataluña quien lidere su reconstrucción, quien aporte una luz de ilusión en esta depresión colectiva. Los catalanes necesitamos que alguien nos ponga frente a nuestra responsabilidad, nos sacuda nuestro victimismo paralizante y nos llame a ser lo que un día dijimos ser. Que nos invite a romper este estado de alienación procesista, a empoderarnos de verdad con las herramientas que tenemos. Esa invitación puede venir de fuera, pero será más eficaz si emerge desde dentro de la propia sociedad catalana. De sus líderes civiles, sociales, económicos y políticos. Que miren de una vez a los ojos de toda Cataluña, y con claridad le digan: “Levántate y anda”.
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