Opinión

Los muertos nunca son anónimos

Tenemos que hacer el esfuerzo por descubrirlos, por romper esa carcasa institucional y mortuoria y sacarlos a la luz

Nos dan la oportunidad de escoger entre dos realidades. La de vivir al día siguiendo no sin demasiada atención las paparruchas que nos cuentan por tierra, mar y aire o contemplar con ojos atónitos ese día a día con el que nos embelesan, o lo intentan, preñado de futuros sin mácula, lleno de viejos joviales, de jóvenes emprendedores y de políticos voluntariosos. Eso sí, la segunda opción exige ciertas dosis de escepticismo y sobre todo una especial querencia hacia la retrospección. Pensar por ejemplo en cómo llegamos hasta aquí, y no sólo respecto a la sociedad en la que vivimos, sino en los esfuerzos y tortuosos caminos que nos consienten mirar hacia atrás sin ningún orgullo ni tampoco con resentimiento. Hasta hace poco nos íbamos haciendo nuestra vida, ahora nos la trazan a hostias.

He notado que a partir de una edad y de nuestra inevitable dependencia sin consuelo, podemos caminar a ritmo lento, charlar sin demasiado vigor, ser amables sin servilismos, pero sin embargo se nos está vedado compartir experiencias personales. Hasta lo más común se ha vuelto íntimo. Y lo íntimo se ha rodeado de otras añagazas, como en los cuentos, que convierten las anécdotas no en categorías, como decía aquel, si no en incidentes obligados para explicar sencillas historias.

Una llamada del ABC para solicitarme una entrevista sobre la actual situación en Cataluña me ha llevado tan lejos como para creerme protagonista involuntario de aquel fascinante relato de Xavier de Maistre. Si no han leído el “Viaje alrededor de mi habitación”, procúrenselo, porque acaba de reeditarlo la singular editorial Mármara. Va acompañado de otro texto que pretende ser más de lo mismo, pero les sugiero que lo eviten porque no merece la pena tomarse la molestia de pasar de lo brillante a lo manido. Para muchos, entre los que me cuento, el “Viaje alrededor de mi habitación” es un clásico y más que adecuado en los meses que vivimos. Xavier de Maistre era hermano menor del ultra reaccionario Joseph de Maistre, aquel que tanto influyó en nuestro fanático y descerebrado Donoso Cortés -hay un convento en Extremadura que conserva sus cilicios-. ¡La gran aportación del ideario español al pensamiento europeo!, aseguraban algunas lumbreras del Opus en los cincuenta-. Le jaleó Carl Schmitt, eminente catedrático detenido por los aliados como instructor del nazismo -vivió en la España de Franco y Fraga le consideraba su maestro-; sus teorías sobre la fuente del poder y la dialéctica adversario-enemigo las recuperaron algunas universidades de Italia durante la penosa época del Brigadismo Rojo y Lucha Obrera, Toni Negri entre otros. Como un manojo de cerezas; empiezas a sacar y parece que no acabaras nunca.

Pero hete aquí que el más que educado periodista, Daniel Tercero por buen nombre, me hizo saber que no había fotos mías en los archivos de ABC y al parecer no cabían los de otras fuentes

El tranquilo y benévolo Xavier de Maistre llegaría a general con el Zar de Rusia, escribió esta obra maestra sobre los 42 días que hubo de pasar en su habitación, confinado, esa es la palabra, tras haber participado en un duelo con resultado de muerte. El libro es de 1794 y nos habla como un amigo de ahora mismo. Ha sido reeditado tantas veces que en cada ocasión me parece leer un relato nuevo. Este sí que es un libro de ayuda para la pandemia y no los discursos y las bravatas de los mentalmente vacunados. Me acordé de él cuando empecé a pensar en la llamada de ABC para una entrevista sobre Cataluña. La chafó la exigencia de una fotografía. A estas alturas de la vida uno ya no quiere fotógrafos que no sean ocasionales; ya no estamos para “posar”.

Pero hete aquí que el más que educado periodista, Daniel Tercero por buen nombre, me hizo saber que no había fotos mías en los archivos de ABC y al parecer no cabían los de otras fuentes. Se frustró la entrevista. Ese fue el momento de la memoria. Me acordé de la primera y única vez que aparecí en el veterano diario. Sería hacia 1980; tres añitos, contaría el paciente Tercero. Pilar Urbano -algunos la apellidábamos “Suburbano”- informaba a sus lectores que el libro que yo había escrito sobre el presidente Suárez bebía de las fuentes ¡del KGB soviético! Un par de años después, cuando el periodista apenas contaría cinco, la familia controladora del ABC entonces, los Ybarra de Neguri, decidió que tras la aparición de “Los Españoles que dejaron de serlo” (1982) mi nombre jamás sería citado en sus veteranas páginas. Y así fue hasta que Daniel Tercero, en Barcelona, pensó en mí olvidando el pasado que a buen seguro no conoce. ¿Qué hacemos con la memoria? ¿Nos la comemos? No es fácil, porque ni hay voluntad ni nos da el estómago. Sencillamente hay que pechar con ella y tratar de no adulterarla, pero hacerse fotos para redimir a otros no está en nuestros hábitos. Nos pilla muy mayores.

Por eso creo que no hay muertos anónimos. Lo que sucede es que tenemos que hacer el esfuerzo por descubrirlos, por romper esa carcasa institucional y mortuoria y sacarlos a la luz. Sólo tendrán vida mientras nosotros conservemos su recuerdo. He tardado unas semanas en recordar mi breve y nada azarosa trayectoria con el ABC; mejor sería decir al revés, la de ellos conmigo y de paso adaptar el tango “Por una cabeza” al más vulgar de “Por una foto”. Es verdad que desde hace días me desenhebro con los tangos. Es lo que me dejó quien fuera atento tanguista y notable poeta, Alberto Szpunberg, que nació en Buenos Aires, peleó lo suyo, y acabo de enterarme de que ha muerto en noviembre y en Barcelona.

Le evocó en papel 'La Nación' de Buenos Aires. Benditos ellos y su memoria, que queda para sus hijas y sus amigos, pocos y fieles. Tendré que buscar el disco del Cuarteto Cedrón donde se musicaban tangos suyos, y me quedará la vivísima memoria de aquel hombre bueno y amable que nunca consiguió visitar la aldea ucraniana de Berdichev, de donde procedían sus abuelos. Allí donde casi la mitad de la población era judía y fue exterminada por los nazis. Allí donde nació Joseph Conrad, que era polaco, y Vassili Grosmann, que se hizo grande siendo el gran póstumo de Vida y destino, y el pianista Horowitz, y hasta se casó Balzac para seis meses, al fin, con la baronesa Hanska de sus sueños. Demasiada historia ahora que dicen que se celebran elecciones en Cataluña y que Vox le da apoyo al Gobierno Sánchez para que administre los fondos europeos. Silencios los de ayer, silencios los de hoy. Al menos no nos dejemos arrebatar los nombres de los muertos.

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