Soy mujer, con “eme”, con mayúsculas y en esta semana en la que, un año más, las manifestaciones del ocho de marzo han copado los grandes titulares -en esta ocasión por la bronca en el seno del gobierno- confieso que jamás he acudido a una de esas marchas y que tampoco he hecho huelga alguna para conmemorar este día. No significa esto, ni mucho menos, que no lidere mi propia revolución en pro del feminismo; que no lleve a cabo, cada día, una tarea exorbitante en este sentido. Es sólo que trato de hacerlo a mi manera, trabajando. Que no necesito airear a los cuatro vientos que estoy a favor de la igualdad. Que no me sirve que haya mujeres que acudan de morado y con pancartas a esas concentraciones, que se les llene la boca al reclamar según y qué cosas y que, al día siguiente -y esto lo he vivido- me cuestionen por haber acudido a la redacción cuando era, según ellas, una jornada para no hacerlo. Se puede protestar, reivindicar de mil y una formas y todas son igualmente respetables. Hasta un grito silencioso puede ser tremendamente poderoso.
“Sed independientes económicamente, que nunca tengáis que pedirle a un hombre dinero ni para bragas. Eso os hará completamente libres”
Es lo que me ha enseñado siempre mi madre, mi faro, mi referente. Una mujer con una fuerza admirable, capaz de bajar las estrellas y de detener el viento si así podía mitigar el frío de sus hijos. Con sólo 30 años tuvo que enfrentarse a la pérdida repentina de su marido, a tres hijos pequeños entre los que me encontraba yo, con apenas 38 días de vida, y a un padre -mi abuelo- recién enviudado. Y con todo en contra, navegando con el cielo cubierto, con el mar enrabietado, en plena tempestad, tuvo la valentía, en soledad, de girar el timón y sacar a flote a su familia. Jamás estaré lo suficientemente agradecida. Ella nos ha dado, a mi hermana y a mí, la mejor lección que puede dar una madre a sus hijas: “sed independientes económicamente, que nunca tengáis que pedirle a un hombre dinero ni para bragas. Eso os hará completamente libres”. Nos ha empujado, también una y otra vez, a lanzarnos a la aventura, a probar, a experimentar aun sabiendo, quizá, que no lograríamos llegar a buen puerto. En esa lucha ha empeñado toda su existencia y es ahora, en la vejez, cuando, por fin, ha podido guardar las armas tras haber ganado la batalla.
Unas armas en las que nunca ha habido plomo, ni balas, sólo han disparado palabras y más palabras. Porque de eso va esta revolución. De educar a las mujeres, a los hombres del futuro en esos pequeños gestos y actitudes aparentemente insignificantes, pero con el poder de cambiar el rumbo de este mundo hacia uno mucho más igualitario. Lo que no es concebible es que vayamos hacia atrás en este camino, que retrocedamos. En ocasiones, siento que lo estamos haciendo cuando leo titulares como que uno de cada cinco jóvenes varones piensa que la violencia machista es sólo un invento ideológico; o que hay varios menores investigados por la violación de una niña de once años en Badalona.
Emplean nuestro dinero en sacar campañas como la del Ministerio de Igualdad, ex profeso para esta semana, pidiendo que se hable de la masturbación femenina a partir de los sesenta o del sexo con la regla
Darle a esto la vuelta está en nuestras manos, en nuestra forma de comportarnos, en tener la capacidad, por ejemplo, de decirles a mis dos sobrinos de siete y ocho años que su madre no es su asistenta cuando, desde el sofá, le piden un vaso de agua. En nuestras manos está el poder para frenar la desigualdad y no en la de los políticos o gobernantes que emplean nuestro dinero en sacar campañas como la del Ministerio de Igualdad, ex profeso para esta semana, pidiendo que se hable de la masturbación femenina a partir de los sesenta o del sexo con la regla. ¿De verdad, ministra? ¿De verdad es esto tan importante cuando hay tantas y tantas mujeres sufriendo, pagando con su vida el machismo; cuando hay tantas incapaces de salir del pozo emocional que supone la maternidad? Todas y cada una son merecedoras del premio a la madre del año. Todas y cada una nos merecemos el galardón a mujer del año porque, de alguna forma, de morado o de cualquier color, en la calle o en casa, hemos alzado en algún momento nuestra voz para que, más pronto que tarde, no tengamos que volver a escribir jamás sobre este asunto.
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