Pertenezco a una generación nieta de heroínas de guerra e hija de niñas de postguerra. Vivieron tiempos duros, cuando nada era gratis y el pomposo “Estado del Bienestar”, una quimera. Mujeres fuertes, duras, trabajadoras y generosas. Amantes de sus familias por encima de todas las cosas. Buenas hijas, magníficas madres y abnegadas esposas, siempre con una sonrisa en la boca, con una mirada dulce y con una esperanza en el bolsillo.
Lo eran todo: educadoras, economistas, enfermeras, asesoras vitales. Cocineras, costureras, profesoras. Cuidadoras de niños, ancianos y enfermos. Hormiguitas ahorradoras y generosas Reinas Magas….
Todas esas lecciones de vida y alguna más, hemos recibido de nuestras madres y abuelas las mujeres que, a punto de terminar el primer cuarto de siglo del segundo milenio, somos ya madres y abuelas, y, desde esta perspectiva de la vida, contemplamos con estupor el rumbo de los acontecimientos y cómo se está demoliendo toda esta cultura matriarcal sobre la que se han edificado a lo largo de los siglos las familias en España.
Al margen y por encima de cualquier consideración jurídica del momento histórico, la mujer española ha sido siempre el pilar poderoso sobre el que se edificaba una familia. No me cabe duda de que, con las excepciones pertinentes, la mujer española, la madre de familia estaba investida de una potencia especial para sacar adelante a los suyos casi invencible.
Asistimos estupefactas a la ceremonia de la demolición de la institución de la mujer, entendiendo por tal, el centro de gravedad de una familia
Gracias a todas esas mujeres que nos han precedido, las de mi generación hemos gozado de una herencia de inmenso valor que, por desgracia, no vamos a poder trasmitir a nuestras hijas, mientras asistimos estupefactas a la ceremonia de la demolición de la institución de la mujer, entendiendo por tal, el centro de gravedad de una familia y el eje en torno al cual se construye el futuro de una nación.
Las mujeres de mi generación hemos sido más libres, más valoradas y más respetadas de lo que son ahora nuestras hijas. Hemos podido estudiar lo que nos ha dado la gana, con becas para quienes las necesitaban y sin ellas quienes empezamos a trabajar muy pronto, o aquellas cuya economía familiar, bastante menos agobiada a impuestos que ahora, se lo permitía.
No hacía falta volver a casa ni sola ni borracha. Por lo general sabíamos beber en una sociedad donde no estaba prohibido ni beber ni fumar, las relaciones entre ambos sexos no tenían lugar en términos de poder, sino de compañerismo y complementariedad. No nos planteábamos ninguna posición de empoderamiento porque no era necesaria. Sabíamos que el esfuerzo, el trabajo y la dedicación daba sus frutos. Las mujeres de mi generación, las “niñas baby boom”, hemos alcanzado en pie de igualdad numérica, si no superado, a los hombres, en cargos y plazas de acceso por oposición en todos los ámbitos y niveles de la administración pública y los tres poderes del Estado. No hemos necesitado cuotas.
Soñábamos la gran mayoría con tener independencia económica, con formar una familia, tener hijos y encontrar en ella la felicidad. Bien es cierto que trasladados esos sueños a la realidad, nos ha tocado ser unas “super woman” para llegar diariamente al ejercicio razonable de todos los papeles que hemos ido asumiendo voluntariamente de profesionales liberales, empleadas por cuenta ajena, madres, hijas, amas de casa y compañeras más que “esposas”.
Las que se decían feministas y defensoras de los derechos de la mujer, han resultado ser nuestro peor enemigo. Un caballo de Troya letal
De la noche a la mañana, lo que hasta hace nada era la evolución natural de siglos en nuestra cultura mediterránea ha entrado en una fase acelerada de destrucción con la aplicación de la ingeniería social y humana de la Agenda 2030, aquí y en los países occidentales. En España con especial virulencia con la llegada del Gobierno social comunista de Sánchez Las que se decían feministas y defensoras de los derechos de la mujer, han resultado ser nuestro peor enemigo. Un caballo de Troya letal en el corazón de la cabina de mando que nos está llevando a las mujeres a estrellarnos contra la roca de su demencia hasta la destrucción total. Y no exagero nada.
Sin precedente alguno en la Historia, el mundo de la mujer y nuestros derechos están siendo atacados “desde dentro” por quienes se dicen defensoras de lo contrario. De pronto, la mujer ha pasado a considerarse un ser débil, necesitado de protección por el Estado e incapaz de tomar sus propias decisiones. Tuteladas subrepticiamente hasta la náusea, se nos obligaba a contemplar cómo desde las posiciones del feminismo radical en el poder, nuestro mundo matriarcal está siendo literalmente colonizado por los hombres disfrazados con piel de trans-cordero.
Donde la naturaleza y la biología decidieron dos sexos, los despachos de la ingeniería social han inventado 37 géneros y todos operan contra la familia, la maternidad, don exclusivo y excluyente de la mujer, y por tanto contra la mujer.
¿Mujer? No, ahora somos “persona menstruante”. ¿Embarazada? No, solo “persona gestante” “Madre”, palabra sagrada, sustituida por “progenitora” La menstruación, hecho natural en todos los mamíferos, ha pasado a ser una enfermedad que debe tener reconocimiento social.
Poco a poco, pero con gran rapidez y siguiendo una ruta perfectamente marcada, a las mujeres nos han ido despojando de nuestra identidad biológica hasta convertirnos prácticamente en unos seres neutros, de tal forma que cualquiera puede ser mujer con tal de acudir al Registro Civil y decir que lo es.
La situación es tan demencial que, con una jugada a tres bandas, y siempre a golpe de BOE, de chiringuitos estratégicos y de subvenciones, por un lado, nos tratan como si fuéramos débiles mentales sometidas al patriarcado opresor, por otro nos empoderan al extremo de cargarse la presunción de inocencia del varón, y por último las fronteras del mundo femenino se abren a todo aquél que se autoproclame mujer.
Se defiende hasta limitar con el infanticidio el inexistente “derecho al aborto” y los derechos de los “perrihijos” como “seres sintientes”.
En lugar de proteger y apoyar el derecho a la maternidad como un bien social y de interés público, en una situación ya de alarma demográfica, se defiende hasta limitar con el infanticidio el inexistente “derecho al aborto” y los derechos de los “perrihijos” como “seres sintientes”.
En lugar de crecer en defensa de la real igualdad de derechos entre ambos sexos, la mujer desparece de escena y su mundo se ve invadido por los “trans” a quienes se reconoce preferencia en el mundo laboral, en el mundo sanitario (se prefiere invertir en estas transformaciones antes que en determinados tratamientos contra el cáncer por considerarse “muy caros”), e incluso en el mundo de las competiciones deportivas femeninas.
Me llamarán “fascista” por hacer estas reflexiones, pretendiendo controlar mi derecho a expresar libremente cómo me siento como mujer por todo lo que está ocurriendo, pero no me callarán. Como no podrán callar a los cientos de miles de mujeres en todo el mundo que se están levantando contra esta locura bien diseñada desde la izquierda globalista que, bajo el disfraz del “feminismo” busca someter como ninguna a la mujer hasta invisibilizarnos del todo.
Este 8 de Marzo, volverá la burla violeta a tomar las calles con la misma desfachatez que están usurpando nuestros derechos como mujeres. Pero mal que les pese, ni ser mujer es un sentimiento, ni tu eres una “fascista” porque tu ADN sea XX. Nos espera una larga batalla, pero ganaremos. La mujer española no se rinde tan fácilmente.
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