El escándalo Cifuentes va más allá de un máster falso o del hurto de dos botes de crema baratos. Resulta curioso que dimita en medio del escándalo, mientras que los Pujol se pasean por la calle y Puigdemont sigue cobrando del erario público. ¿Casualidad?
Escandalizados de manera interesada
A pocos analistas se les escapa que lo de Cristina Cifuentes es una vendetta interna organizada por su propio partido. Era un verso libre dentro del PP y no gustaba ni en el aparato de Génova ni en la fontanería de Moncloa. Digo, antes que nadie me eche la caballería por encima, que resulta evidente y justificable que quien dice poseer una titulación de la que carece ha de dimitir. También es lógico que todos los que se han apresurado a eliminar de sus respectivos currículums carreras y grados que no tenían lo hiciesen, pero no parece que vaya a ser el caso. Ahí tienen ustedes al número uno del PSOE madrileño, José Manuel Franco, que sacó de la manga una licenciatura en matemáticas que jamás tuvo. En política, despejar la X a veces es tan sencillo como decir que eres Einstein y que algún amiguete te lo firme. En esa senda no camina solo, porque en Cataluña tenemos al fugadísimo de Bruselas, que dijo ser filólogo y periodista careciendo de ambas titulaciones; eso, por no hablar del doctorado de Pilar Rahola, que ya hizo correr en su día ríos de tinta. Podríamos seguir, da pereza. Desde el primer momento he sostenido que el asunto del máster era una simple y vulgar cortina de humo. Los del PP sabrán a qué juegan en esa especie de Cena Roja de Juego de Tronos que tienen organizada.
Lo que me inquieta es ver como el hurto de dos botes baratos de crema es el detonante que provoca la dimisión. “¡Qué escándalo!”, dicen los que viven en perpetuo estado de indignación. Hombre, comprado con los papeles de Bárcenas, la trama Gürtel, el caso Palau, los ERES andaluces o el asunto del tres por ciento de Convergencia, qué quieren que les diga, a servidor le parece una auténtica minucia. Que Cifuentes haya dimitido es sano, pues es lo que sucedería en cualquier otro país democrático de nuestro entorno. Pero me apresuro a añadir que en esos mismos países sería muy difícil que la familia Pujol se moviera libremente por la calle con el gesto altivo o que Puigdemont, a pesar de su condición de prófugo de la justicia y responsable de un delito de sedición, siguiese cobrando religiosamente su sueldazo mensual.
Ya no nos acordamos que se habla de más de tres mil millones de euros presuntamente depositados en cuentas de paraísos fiscales por parte de la familia Pujol"
Aquí hay algo que no acaba de funcionar del todo o, más posiblemente, algo que no nos acaban de contar. Llevarte por la cara un par de chorradas de un súper –un Eroski, por más señas– es tan trivial como no decirle al panadero que te ha devuelto mal el cambio dándote un euro de más. Feo, sí, pero banal, al fin y a la postre. A los ciudadanos no deberían preocuparnos tanto las personas que, ocupando cargos públicos, hagan de choris en un súper o falseen su currículum. En la vida cotidiana tenemos amigos que hacen lo primero y no pocos cuñados que hacen lo segundo. Eso, cuando no somos nosotros mismos los que cometemos esos feos pecados. Lo realmente inquietante es ver cómo personajes que han tenido y tienen un tremendo poder político parecen ser intocables, por más causas que tengan abiertas. Esa sensación de impunidad ante el latrocinio organizado a gran escala es lo que debería preocuparnos a todos, particulares y partidos, jueces y periodistas. Matar moscas a cañonazos es poco efectivo, amén de cobarde. Además, nos impide ver la realidad del cáncer que afecta a nuestro país, a saber, la corrupción, esa corrupción institucionalizada, esa partidocracia enquistada de viejos usos caciquiles, que tanto se ve en el PSOE andaluz como en el PP valenciano como en el nacionalismo catalán. Nos frotamos las manos al ver el vídeo de una cámara de seguridad –perdonen ¿no se deben eliminar tales grabaciones, si no media denuncia ante la Policía, a los dos meses? ¿Qué hace, pues, esa grabación circulando por ahí?– pero ya no nos acordamos que se habla de más de tres mil millones de euros presuntamente depositados en cuentas de paraísos fiscales por parte de la familia Pujol. Es cierto que Marta Ferrusola, esposa del patriarca nacionalista, no fue jamás pillada in fragranti por llevarse siquiera una pastillita de jabón Lagarto, pero tampoco es menos cierto que en el sumario de su causa se la cita como la Madre Superiora que, presuntamente, ordenaba traspasos de millones de una cuenta a otra bajo el epígrafe de misales. Claro que Cristina Cifuentes es una peligrosa rival para algunas personas en su partido y Ferrusola, no. A ver si por ahí nos aclaramos con este asunto.
La impunidad del nacionalismo garantizada por PSOE y PP
Cuando Pujol, padre, fue a reñir al Parlament de Cataluña, que no otra cosa hizo cuando se le pidió declarar en la comisión anti corrupción, lo dejó muy clarito: “No agitemos el árbol, porque podrían caer muchas ramas”. El padrino catalán no tuvo ni que mover un dedo para que el resto de formaciones políticas que le habían reído las gracias desde siempre se acojonaran ¡y de qué manera! Ser convergente ha supuesto en los últimos cuarenta años una patente de corso para hacer prácticamente lo que quisieras en este país. Impunidad garantizada en tu cortijo siempre que me votes lo mío en el congreso. Transversalidad pepera y sociata, vamos, que en eso sí que se ponen de acuerdo.
Que a Cifuentes se le exija la cabeza, mientras que el independentismo sigue en sus trece, es tan brutal, tan desproporcionado, que tiene que haber una explicación. Quizás deberíamos buscarla en algunas llamadas efectuadas desde el Complejo Las Semillas a la Carretera de La Coruña, con acuse de recibo por parte de la última parte. A lo mejor, resulta que se están reviviendo los mejores tiempos de aquel infausto Narcís Serra, que acudía a las reuniones de la ejecutiva del PSC cargadito de dosieres de sus compañeros, fotografías incluidas. Eran sus tiempos de gloria, primero como ministro de Defensa y luego como vicepresidente del Gobierno. Vayan ustedes a saber, igual son cosas mías y de mi provecta edad, que me hace imaginar cosas. De todos modos, la turbia relación entre servicios de información, poder político y medios de comunicación es tan sinuosa y llena de meandros que bien pudiera este modesto articulista equivocarse de medio a medio. Al fin y al cabo, la verdad de la colpa solo la sabrán la Lirio y quien sea, como dice la vieja canción.
Pero sigo preguntándome cómo es posible que no se den pasos para ilegalizar a las CUP o a los CDR, o porqué tarda tanto el Gobierno en reaccionar ante los desplantes separatistas –la delegación de voto de Toni Comín, verbigracia-, o cómo puede permitirse el asedio a gente como Arrimadas, Illa o incluso el mismo Albiol, o qué razón de estado poderosísima existe para justificar que no se haya encargado a estas alturas un informe jurídico a fiscalía acerca de si tienen derecho a percibir emolumentos aquellos diputados huidos de la justicia, instigadores de un intento de golpe de estado, absentistas de sus cargos.
No quisiera que nadie me tomase el número cambiado, que la ahora ya expresidenta de Madrid debería haber dimitido a la primera de cambio"
¿Ustedes que encuentran más grave? ¿Qué Cristina Cifuentes haya mentido en lo del máster y se llevase hace años dos tarros de crema o que Puigdemont siga cobrando de nuestros impuestos? ¿Qué es peor, que Cifuentes siguiera en el cargo o que Roger Torrent siga en el suyo? ¿Qué les inquieta más, las imágenes de cientos de separatistas rodeando a Albiol, increpándolo violentamente, o la de Cifuentes abochornada por un segurata, pagando lo que se llevó de extranjis? Y la pregunta del millón ¿qué asunto debería ocupar más atención por parte de todos, la persistencia de los que intentan dar un golpe de estado en favor de una ideología autoritaria y supremacista o lo de la Cifu?
Sigo diciendo, porque no quisiera que nadie me tomase el número cambiado, que la ahora ya expresidenta de Madrid debería haber dimitido a la primera de cambio; de hecho, debió haberlo hecho cuando empezaron a extorsionarla con el vídeo de marras, porque la cosa viene de lejos según dicen. Pero la desproporción existente entre su caso, que parece que haya sido el crimen más terrible de la historia, con la que está cayendo se me antoja surrealista.
Lo dicho, habría que preguntar en Moncloa, en Génova, en el CNI, en fin, en tantos lugares que a uno le da mucha pereza. Y miedo, porque el riesgo de hacer preguntas es que decidan contestártelas y las respuestas no te gusten nada. A mí, sin dármelas, se me antoja que no iban a ser para nada de mi agrado.
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