Opinión

Los mundos de Irene: de Berlanga a cámara café

Irene Montero no puede hacer otra cosa que decir estas chaladuras echando basura sobre los demás, porque es lo que hacen las personas que quieren brillar por sí mismas, pero son incapaces...

¡Cómo es posible que haya sido ya la entrega de los premios Goya y la academia no haya tenido en cuenta a Irene Montero! Si alguien se merece un premio a la mejor película de ficción, sin duda es nuestra queridísima ministra. Cada vez que abre la boca, nos cuenta un guion de película de terror que ni Chicho Ibáñez Serrador con su mítica serie Historias para no dormir.

No satisfecha con convencer a los argentinos de que en España los antiabortistas se dedican a raptar a mujeres embarazadas, meterlas en furgonetas y obligarlas a ver, contra su voluntad, una ecografía del bebé que llevan en su vientre, ahora nos ha hecho un retrato a todos los españoles en la revista Time, para que sus lectores se hagan la idea de que en España somos unos trogloditas. Va diciendo esta señora que hace 50 años en este país una mujer necesitaba el consentimiento de su marido o de su padre para poder trabajar. Es que se curra esta muchacha unos guiones y unas tramas que ni Spielberg y Woody Allen trabajando juntos y fumando porros.

Bien es cierto que, durante los años de la dictadura, las políticas relativas a la igualdad se esfumaron, como muchas otras medidas relativas a derechos del individuo, la libertad de expresión o la justicia social. Regresaron viejas leyes, como el Fuero del Trabajo, por el que las mujeres podían trabajar solo si su marido se lo permitía, además de ser él quien recibía sus honorarios. Se daba así un paso atrás en el país, hasta la España anterior a 1931, cuando el Estado no consideraba a las mujeres aptas para gestionar el dinero que ellas mismas ganaban.

Pero, porque como en todo tiene que haber un pero, si esta licencia marital estuvo vigente nuevamente hasta su abolición en mayo de 1975, seis meses antes de la muerte del dictador, ¿cómo es posible que mi madre, como tantas otras mujeres, pudiera trabajar sin el permiso de nadie?

Que la mujer era libre para trabajar antes de Franco e incluso, aunque os parezca mentira, antes de Irene Montero, pues sí, cosas que pasan

Pues porque una cosa es lo que dice el papel y otra bien distinta lo que hace la gente. Y lo que hacía la mayoría de la gente era pasarse por el forro esas estúpidas normas, porque las personas evolucionan y las mentalidades cambian, a pesar de que esto no suela hacer mucha gracia a los dictadores. Aunque también es verdad que la sociedad desobedece las normas escritas no siempre para bien. Con la llegada de la 2ª República, (para los de la LOGSE y posteriores, que sé que no me leéis, pero por si acaso, eso es anterior a Franco), las mujeres pudieron por fin votar, participar en política, trabajar independientemente de su situación sentimental y, además, con derecho a cobrar lo mismo que los hombres. Esto era lo que decía el papel. En la práctica, decir que las mujeres cobraban lo mismo era un excelente ejemplo de ingenuidad. Pero que la mujer era libre para trabajar antes de Franco e incluso, aunque os parezca mentira, antes de Irene Montero, pues sí, cosas que pasan.

Los lectores de la publicación estadounidense deben estar imaginando que venir a España es encontrarse una escena al más puro estilo de Bienvenido Mr. Marshall. Aunque ahora no sé si me tengo que vestir de flamenca o comprarme una boina, que no quisiera yo fomentar modelos patriarcales, que eso está muy mal visto, no como fomentar fuera de España que somos unos paletos y unos retrógrados.

En la oficina, los compañeros se reúnen en torno a la máquina de café para contar con quién se acuestan y para señalar y discriminar al que se acuesta con...

Lo último de la señorita Montero es de Óscar: que ya está bien de que la gente tenga miedo de contar junto a la máquina de café en la oficina con quién pasó la noche o el fin de semana. Que resulta que en “los mundos de Irene” capítulo 327, en la oficina, los compañeros se reúnen en torno a la máquina de café para contar con quién se acuestan y para señalar y discriminar al que se acuesta con… Yo qué sé ya. Si a mí me importa un bledo lo que hagan los demás en su cama, a mí lo que me importa es lo que hacen fuera de ella y cómo me afecta a mí.

Como ahora teletrabajo, yo me voy a la máquina de café en la cocina y mi perra me mira con cara de “dame galleta”, pero no la veo yo cara de homófoba o tránsfoba. Igual estoy perdiendo facultades para detectar esas cosas. Pero, que yo recuerde, cuando iba a la oficina y me relacionaba con compañeros, cuando íbamos al bar a tomar un café, tomábamos el café solo o con leche, con azúcar o con sacarina, pero sin transfobia ni cosas de esas, que son muy indigestas. Lo que sí recuerdo bien son las críticas desmesuradas de otras compañeras: “mira lo que lleva esa, la falda esa no le queda…”. Siempre las mismas. Las que luego te dicen “sororidad, hermana” y que la talla 38 les oprime. Supongo que por eso terminé siempre en todos los trabajos tomando café más con hombres que con mujeres.

En España siempre serás de la que se habla en la máquina de café, porque ha ascendido en la empresa por ligarse al jefe, pero que no sabe hacer la o con un canuto

Y ahora es cuando os digo que no me sorprende que la señorita Montero diga estas cosas, que tiene toda la lógica del mundo… Y os vuelvo la cabeza del revés. Pues sí, tiene todo el sentido. Irene no puede hacer otra cosa que decir estas chaladuras echando basura sobre los demás, porque es lo que hacen las personas que quieren brillar por sí mismas, pero son incapaces, quienes quieren ser elogiados por sus éxitos, pero son unos fracasados: su único recurso es intentar dejar mal todo lo que les rodea, intentar apagar todo lo que brilla con luz propia, incluso aunque sea la verdad, para ver si así, embarrándolo todo, consiguen destacar ellos en algo.

Irene, maja, con la mano en el corazón te lo digo: ni hundiendo a España, fuera de sus fronteras, en los lodos más mal olientes, vas a ser jamás una heroína. En España siempre serás de la que se habla en la máquina de café, porque ha ascendido en la empresa por ligarse al jefe, pero que no sabe hacer la o con un canuto y tiene además cabreado a todo el personal porque es quien paga sus errores.

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