Opinión

Nacho Abad y la industria cárnica de la televisión mañanera

No estaría de más que los medios interiorizaran ciertas normas de decoro y renunciaran a deglutir carroña y ofrecérsela a sus espectadores en las tragedias personales o colectivas

Se coló el otro día en el hospital de campaña de Ifema ese periodista llamado Nacho Abad, conocido por su facilidad para moverse en esa actividad que podríamos denominar como 'periodismo forense'. Lo que hizo no fue una gamberrada de las que merecen inmediata reprimenda, pues la presentadora del programa Espejo Público, Susanna Griso, y alguno de sus colaboradores aplaudieron la hazaña: “La imagen es impagable, como siempre, como siempre...”, decía uno de los contertulios. “Bueno, es inmenso esto, ¿eh?”, apuntaba la conductora del programa.

El intrépido reportero recorrió el almacén de las instalaciones y, en un momento, tosió a pocos centímetros de unas cajas que presuntamente contenían agua, lo que causó un enorme malestar en las redes sociales, pues ya se sabe que expectorar en público se ha convertido estos días en algo similar a vaciar el cargador de una Winchester. La cosa no quedó ahí, pues Abad, en una nueva muestra de arrojo, apartó uno de los carros de metal que había encontrado en su camino para avanzar hacia las estanterías que se encontraban al fondo de la dependencia. Gracias a eso, los espectadores pudieron apreciar que los enfermos comerán en los próximos días “pasta, mayonesa, huevos, arroz y judías”.

Seria injusto cargar todas las culpas sobre el reportero porque, en el fondo, la presentadora y algunos de sus contertulios vituperaron a Abad. O, al menos, no le censuraron en directo. Pero no deja de llamar la atención esa querencia de algunos periodistas de televisión mañanera por meterse donde no les llaman. Basta sintonizar Antena 3, Telecinco o La 1 a las 10 horas para extraer la conclusión de que hay algo mucho peor que recibir una puñalada mortal de necesidad; y es que el asesino esconda el cuerpo, tarden en encontrarlo y, mientras tanto, estos reporteros hagan su agosto.

Seria injusto cargar todas las culpas sobre el reportero porque, en el fondo, la presentadora y algunos de sus contertulios vituperaron a Abad

Merece la pena echar un vistazo a resolución que publicó la Comisión Nacional de los Mercados y la Competencia (CNMC) en julio de 2018 sobre las tertulias de Atresmedia y Mediaset. Lo hizo poco después de que ese pobre niño granadino llamado Gabriel fuera asesinato por la exnovia de su padre, Ana Julia Quezada.

Ocurrió que los investigadores tardaron unos cuantos días en resolver el caso y encontrar el cadáver del menor, lo que dio pie a que las Griso, Ana Rosa Quintana y compañía consintieran todo tipo de especulaciones sobre el crimen. Hubo un momento en que alguien señaló a un hombre que no tenía nada que ver con el asesinato, pero que fue detenido en aquellos días por vulnerar la orden de alejamiento que tenía con la madre del menor. Pues bien, la resolución de la CNMC especifica bien lo que hicieron estos periodistas sanguinolentos:

Durante los días 6 y 7 de marzo de 2018 se publicaron reiteradamente datos identificativos de esta persona y de su vida privada, se difundió su historial clínico, se identificó su lugar de residencia y su vivienda familiar con uso de zoom y se emitieron reiteradamente imágenes de su rostro y de su participación en competiciones deportivas. El uso del pixelado no impedía su identificación. El día 12 de marzo, se leyó un comunicado de su familia, pero el programa no ofreció ningún tipo de disculpas por las insinuaciones de culpabilidad realizadas y volvió a publicar, de nuevo, su imagen pixelada”.

El kilo de carne

Quien piense que este tipo de autopsias mediáticas sólo se realizan en las televisiones se equivoca, pues son muy pocos medios los que renuncian a llenar sus portadas con sucesos sanguinarios. Nacho Abad es especialista en esas artes y ha librado muchas batallas en ese terreno. El problema es que su exceso de hoy ha afectado a un tema que le toca de cerca a todo el país, y no solo a unos pocos, de ahí que haya sufrido una enorme reacción en su contra durante los últimos días.

La opinión pública necesita el circo para entretenerse y a pocos les importa que se vulnere el dolor de una familia que acaba de perder a uno de sus efectivos de forma truculenta. No ocurre lo mismo con el coronavirus, pues es una causa colectiva. La actitud repugna, pero no es ni nueva ni está proscrita. Al revés, son miles y miles de personas las que devoran información sobre jóvenes asesinadas, violadores grupales, desapariciones misteriosas y derivados. ¿Que revienta la intimidad de las familias y la del propio finado? Daños colaterales.

Más allá de todo esto, no estaría de más que los medios interiorizaran ciertas normas de decoro y renunciaran a deglutir carroña y ofrecérsela a sus espectadores en las tragedias personales o colectivas. También que minimizaran la visibilidad de tipos histriónicos en momentos en los que los ciudadanos se encuentran al borde del ataque de nervios, como es el caso del médico melenudo granadino que lleva 15 días vociferando y asustando al personal de forma lamentable.

Sobra decir que todos los medios deberíamos hacer un mayor esfuerzo por mostrar el sufrimiento que ha generado esta crisis, que ha quedado orillado entre comparecencias y propaganda gubernamental. Pero eso no significa vulnerar cualquier protocolo sanitario, como ha hecho Nacho Abad, y colarse en un hospital para relatar algo anecdótico, que poco o nada aporta, pero que sonroja a cualquiera con dos dedos de frente. Vamos, que ha sido una completa imbecilidad.

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