La anunciada sucesora de Inés Arrimadas como presidenta del Grupo Parlamentario de Ciudadanos en el hemiciclo del Parque de la Ciudadela, Lorena Roldán, se ha visto afectada en estos días por dos noticias que no han contribuido precisamente a mejorar su prestigio ante sus votantes y los españoles en general. La primera ha sido su decisión como Portavoz del Grupo Mixto del Senado de situar al nuevo senador de Vox, José Alcaraz, antiguo presidente de la AVT y hoy de Voces contra el Terrorismo, en el escaño contiguo al del representante de Bildu, Jon Iñarritu. Ante la negativa de aquél a sentarse junto a un miembro del brazo político de la organización criminal que asesinó vilmente a su hermano y a sus dos hijas, Roldán tuvo que rectificar y colocarle en una ubicación distinta.
Este incidente, que podía haber pasado sin mayores consecuencias y ser interpretado como un simple despiste, se ha magnificado por la torpeza de su protagonista, cuya reacción fue acusar públicamente a Alcaraz de mentiroso y atribuir la asignación de lugar a la Secretaría del Grupo, es decir, en vez de corregir la pifia, probablemente involuntaria, tratar de pasar la culpa a otra instancia. Como es natural, el medio denunciante se apresuró a probar documentalmente la plena responsabilidad de la Portavoz en el asunto y el daño reputacional sufrido a raíz de este resbalón ha sido considerable, no tanto por el hecho inicial como por el intento de escaqueo con descalificación del perjudicado incluida. Esta historia ratifica la teoría validada por la experiencia, y que tantos políticos desconocen, de que por perjudicial que sea una verdad, peor es ocultarla con una mentira.
La segunda es de naturaleza distinta, y nos lleva a otro terreno también de indudable interés. Al pasar al primer plano de la atención de la prensa debido a su nuevo papel como futura líder de Ciudadanos en Cataluña, Lorena Roldán, como era de esperar, ha sido blanco de un exhaustivo escrutinio de su pasado por parte de periodistas, enemigos y compañeros de partido. Fruto de estas averiguaciones ha aparecido una fotografía en la que la senadora posa el 11 de Septiembre de 2013 en Tarragona festivamente tocada con una barretina en el centro de un grupo de animadoras de la Vía Catalana adornadas con banderas esteladas. Obviamente, los titulares sobre el “independentismo” de Roldán han surgido incontenibles y la han obligado a dar explicaciones embarazosas.
La disculpa de Lorena Roldán por aquella imagen que la ubica en pleno aquelarre del ‘procés’ es humanamente entendible, pero éticamente decepcionante
Su justificación de su participación en un acto de exaltación del secesionismo ha demostrado -en esta ocasión no ha habido maniobras de escape- una sinceridad que la honra. Ha admitido que en esa época era asesora jurídica en la Administración autonómica y que, sometida a la presión ambiental opresiva del nacionalismo, se prestó a contribuir con su presencia al jolgorio separatista por miedo a ser señalada y perder su empleo. Los que hemos vivido en Cataluña mucho tiempo podemos comprender perfectamente su temor, así como el pavor que le produjo la segura posibilidad de ser objeto de aislamiento, desprecio y desplantes por parte de sus compañeros de trabajo si se hubiera mostrado reticente, y no digamos ya contraria, al fanatismo tribal imperante. Sin embargo, esta comprensión no obsta a que seguramente a los millones de catalanes constitucionalistas y a una gran mayoría de sus compatriotas del resto de la Nación les hubiera gustado una actitud más gallarda. El heroísmo no es exigible, pero teniendo en cuenta que se dispone a heredar un liderazgo que viene siendo desempeñado por una de las mujeres más valientes y admirables de nuestro país, famosa por su firmeza insobornable y por su coraje sin límites, la instantánea de marras, producto según propia confesión de su incapacidad de pagar el precio de ser fiel a sus convicciones, no representa el aval idóneo para la etapa que se dispone a emprender.
Si considera que bastantes de sus conciudadanos que se han enfrentado a los nacionalistas en Cataluña y en el País Vasco han derramado su sangre, han padecido persecución y han renunciado a puestos políticos o profesionales bien remunerados por no doblegarse ante el totalitarismo, su disculpa por la imagen que la ubica en pleno aquelarre del “procés” es humanamente entendible, pero éticamente decepcionante.
No es fácil reemplazar a una personalidad del carisma, el carácter y la solidez moral de Inés Arrimadas, pero francamente, los primeros indicios sobre la elegida para tal misión no son alentadores. Hay que desear que en los meses y años que vendrán, esta impresión inaugural cambie y Roldán demuestre cualidades que la pongan a la altura de su trascendental responsabilidad. Por el bien de Cataluña y del conjunto de España.
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