Opinión

Nacionalismo más socialismo no es igual a nacionalsocialismo

El espíritu del pueblo y la lucha organizada del proletariado son como el agua y el aceite

Homenaje a Stalin en Rusia.
Homenaje a Stalin en Rusia.

Es común en política la confusión entre nombres y contenidos, tanto de partidos como de ideologías. Las denominaciones que agrupaciones y teóricos se dan a sí mismos o a sus ideas no tienen que coincidir necesariamente con las que le dan otros o con su significado real. A menudo, ello da lugar a simplificaciones y embrollos. Veamos un ejemplo que se repite con bastante frecuencia.

Hace unos días, en el programa ‘En Libertad’ (ViOneMedia), Fernando Díaz Villanueva dijo que «nacionalsocialismo es ser nacionalista y socialista». Esto, en alusión al término con el que los nazis llamaron a su partido, es como decir que alguien famoso que vive en la costa es una estrella de mar. En primer lugar, socialismo es un vocablo que, de manera amplia, se opone a individualismo —entendido como egoísmo—, por lo que puede haber multitud de ideologías y partidos bajo ese título. Sin ir más lejos, el filósofo español Gustavo Bueno no restringe el socialismo al campo de las izquierdas, sino que también habla de una «derecha socialista» para referirse, por ejemplo, al maurismo, a la dictadura de Primo de Rivera y al franquismo.

Díaz Villanueva se estaba refiriendo —teniendo como destinatario a Santiago Armesilla— al socialismo de tipo marxista, en concreto a su vertiente leninista, la que configuró el proyecto de la Unión Soviética y que aún hoy puede verse en distintos partidos comunistas españoles. Y a este marxismo-leninismo adhirió un indefinido «nacionalismo». Indefinido porque al nacionalismo, como a la nación, hay que adjetivarlos para saber de qué se habla. Gustavo Bueno distingue principalmente entre nación biológica, nación étnica y nación política, y sus contenidos difieren notablemente en su desarrollo histórico. Hablar de nación o de nacionalismo sin precisar más es un mero brochagordismo que, en lugar de clarificar el asunto, lo oscurece.

El antiguo tercer estamento

Desde la Revolución francesa, el nacionalismo político combate la estructura del Antiguo Régimen: desde su división en estamentos privilegiados y no privilegiados, hasta su concepción de la soberanía. Esta, hasta entonces en manos de la monarquía, recae ahora en el conjunto de los ciudadanos, ese antiguo tercer estamento no privilegiado, convertido en nación política. Sieyès, en ¿Qué es el Tercer Estado?, afirma que una nación es «Un cuerpo de asociados que viven bajo una ley común y representados por una misma legislatura», es decir, sin privilegios, sin leyes privadas o particulares. Como puede apreciarse, no hay rasgos étnicos en esta concepción política o jacobina de la nación. Robespierre entendía a los franceses de una manera muy sencilla: como los «nacidos y domiciliados en Francia, o naturalizados». Tal es el rebasamiento de lo étnico en la nación política, pues —siguiendo de nuevo a Bueno— en ella se refunden las naciones étnicas del Antiguo Régimen.

Meter en el mismo saco a nazis —a fascistas en general— y marxistas, algo bastante común desde la Guerra Fría, es un burdo intento de embestir contra todo lo que suena más de la cuenta a social, a intervencionismo o a Estado

Es en la concepción romántica de la nación donde, al contrario, lo étnico conforma lo político. Herder y Fichte fueron figuras principales en el surgimiento y desarrollo teórico de estas ideas —sustentadas sobre todo en el idioma y en la cultura como elementos vitales del volksgeist o espíritu del pueblo—, después adquiridas, ampliadas y modificadas por el nazismo. Este dio una vuelta de tuerca con la idea de raza, permitiéndole excluir a los alemanes judíos, por mucho que fueran germanohablantes y hubiesen nacido en Alemania. Ni que decir tiene que dichas ideas sirvieron para justificar el expansionismo militar nazi al pensar que había territorios nacionales fuera del Estado alemán, lugares habitados por alemanes étnicos y ocupados por otros Estados.

El nacionalismo político del que participa el socialismo marxista es incompatible con ese espíritu del pueblo del nacionalismo étnico, con esa consideración de la lengua y la raza como núcleos de su proyecto. No puede confundirse a este último con quien, desde el materialismo histórico y en el marco de las naciones políticas, ve a una clase social —el proletariado— como potencial sujeto revolucionario. Meter en el mismo saco a nazis —a fascistas en general— y marxistas, algo bastante común desde la Guerra Fría, es un burdo intento de embestir contra todo lo que suena más de la cuenta a social, a intervencionismo o a Estado. Ni siquiera la categorización como totalitario del nazismo y de las ramificaciones autoritarias del marxismo —como el leninismo o el estalinismo— desborda las diferencias esenciales entre ambos. Por mucho que se empeñen algunos, el espíritu del pueblo y la lucha organizada del proletariado son como el agua y el aceite. No mezclemos churras con merinas.

Exit mobile version