Ni el tercio de los inscritos que participaron en la consulta de Podemos y no avalaron a sus actuales dirigentes -a pesar de que nadie les alentara públicamente a votar contra la continuidad de Pablo Iglesias e Irene Montero- ni la todavía elevada abstención entre los llamados a secundar el plebiscito deberían servir de distracción en el retrato del verdadero desenlace del último movimiento de los morados. La participación que sus líderes han calificado de ”récord histórico” o la reprobación de ese 32% de inscritos que les sirve para blandir cierta pluralidad, e incluso un reto de vertebrar a la militancia en torno al liderazgo de Iglesias, pueden ser suculentos detalles en los que detenerse, pero no la conclusión definitiva a la más reciente polémica de la formación.
El gran éxito de Podemos con este plebiscito sacado de la chistera es que ayer los titulares se fijaban en las cifras y sin quererlo legitimaban no ya la consulta, sino la versión de sus impulsores. Nadie más que ellos puso sobre la mesa la posibilidad de que tuvieran que abandonar sus cargos; nadie les animó a condenarse voluntariamente a la irrelevancia pública, ni siquiera a dejar el chalé. Por eso nadie, salvo ellos, entiende que Iglesias y Montero arguyan ahora la “obligación” que sienten tras conocer los resultados que ha arrojado la consulta. Lo que algunos entendemos, quizá en un exceso de suspicacia, es que andaban los dirigentes de Podemos buscando redimirse ante la opinión pública a costa de su militancia. Algunos han visto en ese tercio de contestatarios la prueba de que en la formación morada son bienvenidas las discrepancias. Nada más lejos: el órdago saldado con casi un 70% de apoyos relega las demandas internas de explicaciones que pudieran haber a cuenta del chalé a una anécdota menor por la que ya no tendrán que rendir cuentas.
El órdago de Iglesias-Montero se ha saldado con casi un 70% de apoyos, lo que convierte la contestación interna a cuenta del chalé en una anécdota menor por la que ya no tendrán que rendir cuentas"
Así, sus bases no tienen más opción que conformarse con tener en casa un chalé que antaño les alentaron a repudiar y el conjunto de la opinión pública se queda sin las pertinentes explicaciones que siguen en el aire. ¿Creen los dirigentes de Podemos que existe una incoherencia flagrante entre su discurso público y sus decisiones personales? Cualquiera que intente obtener públicamente una respuesta al asunto será contestado con las frías y vacías cifras de la consulta-chantaje. Iglesias insistía ayer en que todo “el debate nacional” lo había generado “una decisión personal”. Pretenden ignorar que el revuelo no se da a cuenta de la vivienda, sino de las diferencias de criterio que los dirigentes de Podemos se imponen a ellos mismos respecto a los del resto de formaciones. Quizá por eso recordaba Iglesias en sus declaraciones: “Creo humildemente que hemos vuelto a demostrar que somos distintos”. Sin duda.
Hay cinco millones de españoles que quizá en ese “distintos” leyeron hace dos años algo que no tiene nada que ver con lo que leen ahora, y aunque en Podemos aseguren que se sienten más legitimados que nunca son conscientes de que su credibilidad ha quedado muy mermada entre aquellos a quienes hicieron creer que no se podía velar por el pueblo lejos del pueblo. Pero en Podemos siguen pensando que efectivamente están envueltos de un halo de bondad -eso vienen a decir cuando se definen como distintos- que les permite, hagan lo que hagan, estar más cerca de representar a los españoles que el resto de diputados. Si el propósito era zanjar todo este asunto pudiendo mantener el discurso de siempre -y de paso acallar algunos compañeros-, ha sido exitosa la consulta. Si tras eso hay un propósito mayor que pasa por gobernar España, la pésima gestión de la compra del chalé sólo añade inconvenientes.
La complicidad y la comprensión de Podemos con el nacionalismo catalán antes, durante y tras el golpe ha supuesto la frustración de unas expectativas electorales que se prometían muy optimistas con Iglesias cómodamente opositando en el Congreso. A los reparos de Podemos para con la defensa de la unidad nacional hay que añadir ahora un lastre cuyo precio puede ser todavía más elevado. Cuando el partido del Gobierno, el antagonista predilecto de Podemos, está más que tocado de cabeza a pies por la sentencia de la Gürtel, los de Iglesias no sólo son presos de una aritmética electoral que les cierra el paso a cualquier iniciativa, sino que les ha pillado el derrumbe de la credibilidad de los populares en el momento en el que pueden dar menos lecciones.