Si hay algo que Carretero, mi padre, no termina de aguantar es que le mientan, que traten de manipularle o que le tomen por idiota. Suele achacar esa costumbre a la prensa que, para entendernos, llamaremos “de derechas”, a la que él etiqueta con el bondadoso nombre de La jauría.
No es el primero que les llama así. Yo suelo advertirle que esas habas las cuecen en todas partes. En todas. O bien nos cuelan mentiras como peñascos, mentiras redondas, completas y trúmpicas, o bien se cae en lo que suele llamarse “sesgo de confirmación”, que pocas veces es involuntario. Consiste esto en buscar y resaltar, en los hechos, tan solo la parte que uno quiere, la que favorece sus ideas o su posición previa. Es decir, en manipular; en retorcerle el pescuezo a la realidad hasta hacerle decir lo que uno quiere. Y eso lo hacen todos. O casi.
Estamos en estos días como en aquel célebre soneto que Quevedo estrelló en la cara de Góngora: “Érase un hombre a una nariz pegado”. En este caso mejor fuese decir “pegada”, porque eso fue lo que le pasó, en el parque barcelonés de la Ciudadela, a la nariz de una mujer de origen ruso que se llamaba Lidia: estaban los hijos de esta señora jugando con los lazos amarillos que por allí suele haber; los quitaban, los recogían del suelo, esas cosas. Apareció un señor que empujaba una silla de ruedas en la que había otra mujer. Se alteró mucho el hombre ante el desafuero de los chiquillos y les increpó ásperamente por el sacrilegio; la madre, Lidia, salió en su defensa y acabó con la nariz rota de un puñetazo.
El asunto, que parece baladí, no lo es tanto si se tiene en cuenta que los lazos amarillos, símbolo que reclama la liberación de unos políticos que fueron encarcelados por transgredir deliberadamente la ley, son uno de los elementos fundamentales en la impresionante campaña de propaganda y márketing montada por el independentismo catalán: la mejor operación publicitaria que yo recuerdo.
No está claro que lo de las brigadas que retiran lazos amarillos no sea lo que, en su estrategia de acción-reacción, esperaba precisamente el independentismo
El problema es que ese hecho va en dirección contraria al sentido que pretenden darle a la campaña sus diseñadores: que un indepe iracundo le rompa la nariz a una señora porque sus hijos andaban enredando con los lazos, y que encima la llame “extranjera de mierda” y le exija que se vuelva a su país “a joder la marrana”, erosiona el halo de santidad del que tanto presumen los secesionistas, quienes no dejan de repetir que ellos son demócratas y pacíficos como ovejuelas del Señor, mientras que aquellos que se oponen a la independencia de Cataluña son señalados inmediatamente como fascistas, franquistas, españolistas (¡!) y poco menos que una manada de hienas. La nariz de Lidia, por lo tanto, tiene su importancia.
Tras el puñetazo, las dos maquinarias de propaganda se ponen en marcha inmediata y simultáneamente. Ciudadanos (partido al que pertenece el marido de la agredida) y sus medios afines le dan al asunto una trascendencia semejante a la de la invasión de Polonia por los nazis en 1939. Y los medios indepes, por su parte, comienzan una estrategia zigzagueante que puede resumirse así:
1.- Es mentira, eso no pasó, son inventos de la prensa fascista-franquista-españolista-hiénida. 2.- Cuando se hace evidente que sí pasó, se repite que no pasó como se dice que pasó y que, además, no tiene la menor importancia: la estrategia del “caso aislado”. 3.- Cuando queda claro que sí pasó como se estaba contando, se insiste en que la agresión no tuvo una motivación política: el tipo le partió la nariz a Lidia porque sus hijos “estaban ensuciando la ciudad”, argumento de tal surrealismo que habría matado de envidia a Chiquito de la Calzada. 4.- Se regresa al tradicional argumento-comodín del “os están engañando, no lo entendéis, solo los de aquí, oprimidos y esclavizados, sabemos la verdad”, lo cual, además de sacar a pasear el habitual victimismo, pretende hacer ver que los medios de propaganda secesionista son el pararrayos de la sinceridad y la ecuanimidad, y que todos los demás somos tontos. 5.- Comienzan las burlas en las redes sociales, naturalmente hacia la agredida: se lo merecía, por fascista-franquista-españolista-hiena, ella se lo buscó, etc. 6.- Nuevo cambio de dirección: el agresor no representa a nadie, porque aquí somos todos muy pacíficos. Pero la agredida, obviamente, sí. Por facha.
Y 7.- Este incidente sin importancia no significa que haya fractura social en Cataluña. No la hay.
–¿Y la hay? –pregunta Carretero, zumbón.
Pues claro que la hay. Ese es el resultado más negro de las respectivas campañas de propaganda. La frase “las calles siempre serán nuestras”, esgrimida por los “Comités de Defensa de la República” y la más que evidente intimidación que sufren numerosos catalanes no independentistas es prueba de ello. Pero ahora, después del incidente de la “nariz pegada”, ya ha salido alguna nutrida brigada de “españolistas” a quitar lazos amarillos, vestidos como los tipos de la NASA que entraban en casa de Eliot y su familia para buscar a ET. Los propagandistas del independentismo no habrían imaginado un regalo mejor ni en sus más delirantes sueños.
–¿Y qué crees tú que se puede hacer?
–No lo sé. Yo, la verdad, creo que ya se puede hacer muy poco. De las jaurías, como tú llamas a los medios que manipulan, se puede decir que se sabe cómo empiezan, pero nunca cómo terminan. Y yo creo que, desdichadamente, tanto el rompenarices y los suyos como las brigadas nocturnas de astronautas quitadores de lazos coinciden en una misma idea: “No cabe más dialéctica que la de los puños y las pistolas (a las pistolas, menos mal, aún no hemos llegado) cuando se ofende a la justicia o a la Patria”.
–Eso es de José Antonio Primo de Rivera.
–Sí.
Apoya TU periodismo independiente y crítico
Ayúdanos a contribuir a la Defensa del Estado de Derecho Haz tu aportación