En 1987, Gro Harlem Brundtland, del Partido Laborista Noruego era primera ministra del país nórdico. Presidió una comisión de la ONU que dio a luz el documento llamado Nuestro futuro común, también conocido como Informe Brundtland.
Es un documento de 374 páginas en el que abundan los sustantivos relacionados con las ideas de armonía y de equilibrio, pero donde escasea la palabra democracia. Es ahí donde, por primera vez, se emplea la expresión desarrollo sostenible, concepto que se define así: “El proceso que satisface las necesidades presentes, sin amenazar la capacidad de las generaciones futuras de abastecer sus propias necesidades”. En el documento se llega a hablar de “inhabilidad humana” en relación con el funcionamiento del planeta. Añade: “Esta nueva realidad, de la cual no hay escape, debe ser reconocida y administrada”.
Aparecen muchas instrucciones supranacionales totalitarias sobre energía, alimentación u ordenación del territorio. Por ejemplo: “Los gobiernos tendrán que desarrollar estrategias explícitas de asentamientos para orientar el proceso de urbanización, rebajando la presión de los grandes centros urbanos y fomentando la construcción de pequeños pueblos y ciudades, más integrados con sus zonas rurales de influencia. Esto significa examinar y cambiar ciertas políticas -impuestos, precios de los alimentos, transporte, salud, industrialización- que trabajen en pro de los objetivos estratégicos del asentamiento de la población.”
Se habrán dado cuenta ustedes de cómo la cultura transmedia desde finales del S. XX introdujo eso tan empalagoso de la armonía y el equilibrio. Le adjudican supuestos efectos terapéuticos
El cuidado del medio ambiente se presentaba como la excusa perfecta para ir hacia un gobierno mundial. Había que gestionar nada menos que la relación entre el planeta y los humanos. Es decir, había que forzar una armonía entre la naturaleza y el hombre. La idea es una de esas obturaciones intelectuales que han llevado a los europeos a sangrientos desastres en el S. XX. Es un concepto idealista y de índole estética. Nos lleva al abismo, pero es bello y parece un progreso. Se habrán dado cuenta ustedes de cómo la cultura transmedia desde finales del S. XX introdujo eso tan empalagoso de la armonía y el equilibrio. Le adjudican supuestos efectos terapéuticos. Sólo son nuevos rituales para desactivar el cristianismo. He visto gente con cierta cultura abrazar árboles e incluso pedruscos del paleolítico.
El influyente ideólogo nazi, Alfred Rosenberg, publicó en 1928 El mito del siglo XX. Una valoración de las luchas anímico-espirituales de las formas en nuestro tiempo. Entre innumerables loas al Führer y al proyecto nacional socialista, proponía “la superación de un dogma que hoy es adorado por todos como un becerro de oro: el dogma de la irrefrenada libertad de residencia. Hoy se ve este afluir, asesino del pueblo, desde el campo y la provincia hacia las grandes urbes. […] destruyen los hilos que unen al ser humano con la naturaleza. […] la privación por principio del «derecho» a la libertad de residencia constituye una precondición para toda nuestra vida futura, y, por lo tanto, debe ser impuesta”. También decía: “La humanidad, la iglesia universal y el Yo autocrático, desatado de los nexos sanguíneos, ya no constituyen para nosotros valores absolutos, sino dogmas de una violación de la naturaleza.”
Adolf Hitler publicó en 1925 y 1926 Mein Kampf. Las alusiones a la naturaleza son constantes y le adjudica un poder absoluto, divino. “La naturaleza misma suele también oponerse al aumento de población en determinados países o en ciertas razas, y esto en épocas de hambre o por condiciones climáticas desfavorables, así como tratándose de la escasa fertilidad del suelo. Por cierto, que la naturaleza obra sabiamente y sin contemplaciones; no anula propiamente la capacidad de procreación, pero sí se opone a la conservación de la prole al someter a esta a rigurosas pruebas y privaciones tan arduas, que todo el que no es fuerte y sano, vuelve al seno de lo desconocido. […] La disminución del número implica así la vigorización del individuo y con ello, finalmente, la consolidación de la raza”.
Para Hitler, junto al concepto de Naturaleza está el de aristocracia como esa parte selecta de la población bendecida y protegida por la primera. La aristocracia es la “selección de los más capacitados”. “Esta concepción se funda en la idea de la personalidad y no en la mayoría.”
¿Saben cuántas veces aparecen las palabras democracia o libertad en el documento de 242 páginas aprobado por la UE? Cero. El sintagma “actividades humanas” aparece dos veces y en ambos casos como algo que debe ser vigilado y limitado
Al igual que en la fantasía comunista donde el poder del proletariado no era más que una aristocracia autoorganizada en torno a la corrupción del partido, en el caso de Hitler sucedió lo mismo. La aristocracia era la cúpula del partido nazi.
Todo parece indicar que las primeras dos décadas del siglo XX resultaron muy traumáticas en Europa, incluida Rusia. Se fraguaron peligrosos delirios en forma de proyectos políticos totalitarios que debían proporcionar el sentido definitivo a la existencia humana. Para superar lo que se consideraba niveles intolerables de sufrimiento, se organizaron masacres aún más intolerables.
Cien años después, las viejas fantasías delirantes se han hecho reglamento supranacional en la UE: Restauración de la naturaleza. Texto farragoso, lleno de contradicciones y presto a la interpretación del que manda. Sirve para cualquier cosa que quiera hacer la aristocracia corrupta.
¿Saben cuántas veces aparecen las palabras democracia o libertad en el documento de 242 páginas aprobado por la UE? Cero. El sintagma “actividades humanas” aparece dos veces y en ambos casos como algo que debe ser vigilado y limitado según convenga a la Naturaleza, que es una instancia estrictamente imaginaria. Tan científica es la superioridad de la raza aria como el origen humano de los cambios climáticos. Bajo la siniestra luz del dúo naturaleza-aristocracia se ven mejor las pandemias, las leyes trans, el borrado de la mujer, la destrucción de la enseñanza, el aborto, la eutanasia, la manipulación mediática, la discriminación negativa de los hombres, el fomento de los desórdenes mentales, el encumbramiento de los psicópatas, el empobrecimiento deliberado de las masas, el expolio mediante impuestos, la destrucción del sector primario.
Por cierto, el documento de la UE no tiene en cuenta la devastación ecológica de la guerra a la que esa misma aristocracia quiere empujar a los europeos con eso de que Rusia es un peligro. El informe Brundtland ya señalaba que la URSS tenía muchos terrenos útiles para Nuestro futuro común.
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