Opinión

Nebrija y cinco diccionarios de excepción

Suelen estos autores encontrar lucidez cuando las palabras dejan de molestar en la inteligencia y se ajustan y acomodan en el entendimiento con delicadeza

La elaboración de diccionarios es tarea de equipo. El quinto centenario de la muerte de Nebrija, mente privilegiada, evoca el recuerdo del primer diccionario de la lengua española. Después de él, cinco lexicógrafos más se atrevieron a llevar a cabo la tarea de abordar en solitario, y con impronta huraña, una recopilación ordenada del léxico de la lengua española.

Suelen estos autores encontrar lucidez cuando las palabras dejan de molestar en la inteligencia y se ajustan y acomodan en el entendimiento con delicadeza, y se manejan con experiencia y erudición. Nebrija publicó su obra con 50 años, Covarrubias a los 72, Casares a los 64, Moliner a los66 y Corripio a los57. El más reconocido experto en léxico de todos los tiempos, Peter Roget, redactó en solitario el diccionario más popular de la lengua inglesa, el Thesaurus, y lo publicó a la edad de 73 años; y Littré, autor de cinco tomos de un excepcional diccionario francés de autoridades, a los 74.

Elio Antonio de Nebrija dio a conoceren el año 1492, época de unificación territorial y medio siglo antes del primer diccionario de la lengua francesa, el de Robert Estienne, para quien Nebrija sirvió de modelo, su Lexicon ex sermone latinum in hispaniensem, es decir, Diccionario de palabras latinas y su correspondencia en la lengua de los españoles, con unas 28.000 entradas. Le daba así un espaldarazo al español mucho años antes de conocer el prestigio que había de tener en España, en Europa y en el Mundo. La lengua que elevaba a la categoría del latín había nacido unos siglos antes y ya había sido utilizada de forma magistral en El cantar de Mío Cid, en la obra de Gonzalo de Berceo y en la prosa del rey sabio Alfonso X, y estaba a punto de aparecer una de las más grandes obras de la literatura universal, La Celestina.

Un canónigo de la catedral de Cuenca que había nacido en Toledo en 1539, Sebastián de Covarrubias, publicó su Tesoro de la lengua castellana (1611) dos años antes de su muerte. Fue el autor del más valioso diccionario de entonces y durante muchos años. Da noticia de unas 11.000 palabras, incluidos nombres propios, dialectalismos, vulgarismos, tecnicismos y arcaísmos en desigual extensión. A veces unas pocas líneas, otras, varias páginas. Nadie volvió a tomar en solitario la tarea de abordar en serio y en su conjunto el léxico del español durante el siglo XVII, ni el XVIII, ni el XIX.

La central, la analógica, recoge su aportación al estudio del léxico en unos 2000 campos semánticos en orden alfabético que desmenuzan las ideas en palabras

Avanzado el XX un académico que había estudiado derecho, Julio Casares, emprendió por cuenta propia, pues la real institución no quiso colaborar, la redacción de un diccionario onomasiológico, es decir, que pone palabras a las ideas. Lo llamó Diccionario Ideológico y dividió su obra en tres partes. La central, la analógica, recoge su aportación al estudio del léxico en unos 2000 campos semánticos en orden alfabético que desmenuzan las ideas en palabras, que nos regalan un metódico inventario agazapado en columnas de voces conocidas, desconocidas, olvidadas o perdidas. Murió con casi noventa años pensando más, estoy seguro, en la vida de sus revoltosas palabras que en cualquier otra peregrina y triste imagen de la senectud.

María Moliner estudió Filosofía y Letras. Trabajó desde los 22 años hasta su jubilación como bibliotecaria. Con una máquina de escribir, un lápiz y una goma, y sin privilegio universitario alguno, ni ayudas, redactó su Diccionario de Uso de la lengua española, que no es ninguna broma. Ofrecía todo lo que figuraba en el de la Academia y se alejaba del tono solemne para adoptar una redacción llana. Murió sin notoriedad. Reconocida por unos pocos, silenciada por otros, ignorada por la mayoría, debió ser consciente de la importancia de lo que había hecho, aunque también de que su obra podría pasar inadvertida. Hoy el Moliner languidece, por razones comerciales, en papel encuadernado, sin posibilidad de consulta en la Red.

Me permitirá el lector que refiera mi autoría lexicográfica en la que ordené, con mayor o menor fortuna, el universo de las palabras para facilitar la indagación

Fernando Corripio nació en Madrid en 1928 y estudió Filología Inglesa. Publicó su Diccionario de ideas afines en 1985, ocho años antes de morir. Son 400.000 palabras ordenadas, pero también repetidas hasta la saciedad por las exigencias de la presentación alfabética. Ni fue académico ni profesor universitario. Su aportación se inspira en la relación entre el hiperónimo o palabra de mayor contenido significativo, e hipónimo o palabra de significado contenido. Ofrece torrentes de voces asociadas a un significado. El Corripio sirvió como excelente buscador de palabras para escritores y periodistas durante muchos años.

Resulta particularmente ambiguo y pretencioso hablar de uno mismo. Lo sé. A falta de historiador que lo relate y desde mi humilde condición, me permitirá el lector que refiera mi autoría lexicográfica en la que ordené, con mayor o menor fortuna, el universo de las palabras para facilitar la indagación. Mi Diccionario Ideológico / Atlas Léxico (2009) clasifica términos de todas las épocas con la intención de contestar a dos preguntas: ¿Qué voces dedicamos a nombrar determinada idea o realidad? ¿Conocemos la adecuada? ¿Cómo disponer de todas ellas de manera ordenada? Ideé un orden que permitiera dar a conocer las palabras que son, las que siendo no utilizamos, las que fueron y ya no se usan, las que acaban de ser y las recién incorporadas, las que frecuentan el uso coloquial, las ingeniosas, las que se usan como variantes en dominios hispánicos, y también, por qué no, las vulgares y malsonantes. Y lo agrupé en 1.600 campos de significado.

Mi intención fue montar una clasificación capaz de albergar el léxico al modo de las prietas palabras-hojas de un gigantesco árbol que se desplazan desde el tronco hacia las ramas principales y luego las secundarias y después las más distantes. Desde el modesto puesto de investigador quise que el patrimonio léxico quedara fotografiado por conceptos a modo del mapa de las voces y expresiones de la lengua española.

Nebrija quiso facilitar las equivalencias de una lengua que ganaba espacios. Covarrubias se divirtió construyendo el primer diccionario español-español, una tarea necesaria. Casares, falto de apoyos, se lanzó por su cuenta. Moliner trabajó sin saber la transcendencia que iba a tener su obra. Corripio se encontró con un diccionario que fue increíblemente útil, casi un milagro. Yo quise hacer un Roget Thesaurus en español con criterios propios. Nunca pensé en pedir ayuda. Mi Diccionario ideológico-Atlas léxico es, casi con toda seguridad, el último de autor único que se publica en papel.

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