Alguna vez he mencionado aquí –honor a quien honor merece– a mi restaurante favorito, Zerain, en el madrileño barrio de Las Letras. Allí vamos mis amigos, mis hermanos y yo con menos frecuencia de la que a mí me gustaría, porque el sitio es tranquilo; la comida, exquisita; el trato, maravilloso, aunque ya no esté mi adorado don José, el mejor maestresala (a mí me gusta llamarlo así) que he conocido en mi vida; y el precio, más que razonable. Lo conocí gracias al gran Enrique Tierno Pérez-Relaño. Van muchos periodistas y gente del Museo del Prado, que está cerca; también no pocos políticos y otra gente de mal vivir, porque allí se conspira muy bien y, sobre todo, porque esa sidra Zapiain que tienen, de barrica o kupela, lo cura todo.
Pero van a pensar ustedes que estoy haciendo publicidad y no es eso. Hace muy pocos días, cuando fui a comer con un hermano mío muy querido, encontré a la gente de allí desolada. La pequeña y deliciosa terraza que el restaurante ha tenido siempre ante la puerta, y que durante estos meses de agonía les ha salvado literalmente la vida, ha desaparecido. Pregunté por qué.
Dijeron que no estaban seguros. Pero que apenas un par de horas antes, a media mañana, había aparecido un camión del Ayuntamiento y se había llevado todo, mesas, sillas, mamparas de separación y hasta las plantas. No es que hubiesen conminado a los dueños o empleados a quitar todo eso y a meterlo en un almacén, no; es que los del Ayuntamiento cargaron terminantemente todo en el camión y se largaron con ello. Sin más. A duras penas consintieron en no arramblar también con los manteles, los cubiertos, los ceniceros y las velas que siempre hay en las mesas.
Luego supe que lo mismo ha sucedido en otras terrazas más, todas del barrio. Y prácticamente el mismo día. Esto de la fecha es importante.
La tasa municipal
Se trata de un problema de dinero. El Ayuntamiento tiene, por lo visto (yo de estas cosas sé muy poco), una tasa que cobra a los bares y restaurantes por colocar sus terrazas en la vía pública. Y esa tasa estaba sin pagar, tanto en “mi” restaurante como en muchos más. Así que el Municipio tiene razón, eso es inapelable. La terraza no debía estar allí.
Pero vamos a ver: ¿desde cuándo estaba sin pagar ese impuesto? Pues desde hace tiempo. Mucho más de una semana. Mucho más de dos o de tres. Entonces ¿por qué eligió el Ayuntamiento precisamente la fecha del jueves, 6 de mayo, para llevarse sin contemplaciones las mesas, las sillas y las macetas, que no les pertenecen? La respuesta me la dieron mis amigos del restaurante, con un gesto de tristeza:
–Porque acabamos todos de votar. Ya han ganado. Ya no somos necesarios.
Se hizo fotos en las terrazas. Le salió bien. La gente entendió que aquella chica tan echá p’alante estaba empeñada en salvar los bares y restaurantes, y el símbolo del optimismo madrileño eran las terrazas
A mí, lo confieso, se me llevaban los demonios. Ya no son necesarios. Así de claro. Las terrazas, las famosas terrazas, han sido uno de los iconos de la reciente campaña electoral en Madrid. La candidata vencedora, Díaz Ayuso, se erigió en salvadora de la hostelería; seguramente con razón, porque ha hecho todo lo posible para que esos establecimientos, esenciales para la economía de Madrid, no cerrasen ni agonizasen. Presumió de ello: “En Madrid, después de un día trabajando y sufriendo, nos podemos ir a una terraza a tomarnos una cerveza y vernos con los nuestros, con nuestros amigos, con nuestra familia, a la madrileña”, dijo y repitió. Y era verdad. Se hizo fotos en las terrazas. Le salió bien. La gente entendió que aquella chica tan echá p’alante estaba empeñada en salvar los bares y restaurantes, y el símbolo del optimismo madrileño eran las terrazas. Y no sería solo por eso, desde luego, pero ese símbolo fue fundamental: Ayuso obtuvo en las elecciones autonómicas una victoria que ni la de las Navas de Tolosa.
Peeero… las elecciones ya pasaron, ya se logró la victoria y el ilustrísimo señor alcalde, Martínez Almeida, que es tan “terracero” como la presidenta (y, me imagino que esto lo saben ustedes, de su mismo partido, ¿verdad?), no tardó ni dos días en enviar los camiones para requisar las terrazas. ¿Todas? Está claro que no; solamente aquellas que no habían pagado la famosa tasa, que son bastantes.
Mirar hacia otro lado
Obviamente, la economía está maltrecha y el Ayuntamiento necesita dinero. Es comprensible que trate de obtenerlo, sobre todo cuando se le adeuda. Pero, coño, ¡también se le debía esa tasa el día 3 de mayo! ¡Y el 30 de abril! ¡Y durante toda la campaña electoral! ¿Por qué no envió entonces a los funcionarios para levantar las terrazas? Pues está claro: eso le habría quitado votos a la candidata de su partido. Podemos decirlo también con la verborrea habitual de esta gente: eso habría podido ser electoral y demagógicamente explotado por los rivales políticos para desacreditar la candidatura de Díaz Ayuso. Así que el siempre obediente, aplicado y bien dispuesto señor alcalde miró para otro lado durante el tiempo que hizo falta.
Pero ya no. Ya hemos votado, ya se ha ganado el envite y los “terraceros”, ilegales o no, ya no son necesarios, como ellos dicen. Ya no son peligrosos. Ya se les puede meter p’alante sin riesgo.
Deberían ocuparse de mejorar nuestra vida y nuestra convivencia porque es justo, porque es lógico, porque es su trabajo, porque para eso están
La conclusión está clara: vivimos en una campaña electoral permanente. No ya los políticos, que, allá en su mundo, vocean cuanto quieren, según su costumbre. Nosotros también. Las decisiones que afectan a la vida ciudadana, grandes o pequeñas, importantes o no, se toman en función de los intereses electorales de aquellos a quienes hemos puesto ahí para que hagan exactamente lo contrario. Deberían ocuparse de mejorar nuestra vida y nuestra convivencia porque es justo, porque es lógico, porque es su trabajo, porque para eso están. Pero no antes o después de las elecciones: siempre, pierdan o ganen, les interese electoralmente o no, porque se supone –¡se supone!– que son servidores públicos; que están a nuestro servicio, y no nosotros al suyo. Nuestra vida, nuestras decisiones y hasta nuestras deudas (y las terrazas) no pueden depender de la fecha de las elecciones. Las cosas han de hacerse cuando han de hacerse y porque es necesario hacerlas, no antes ni después. Los ciudadanos no podemos ser necesarios un día y prescindibles dos días después. Eso es lo que comúnmente se llama una tomadura de pelo. O una estafa.
Sin la menor duda Zerain y todos los demás pagarán lo que deben, las terrazas secuestradas volverán y la vida continuará. Pero no soy el único que ahora se pregunta qué clase de gente, qué clase de pícaros nos gobiernan. Y si tiene remedio eso. Yo creo que no.
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