“La libertad es una luz por la que muchos han muerto en la oscuridad”. Así es como reza la Tumba del Soldado Desconocido de la Revolución Americana en Filadelfia. La democracia que hoy disfrutamos es el resultado del esfuerzo, lucha y sacrificio de miles de hombres y mujeres que dieron la vida por un mundo más libre y pacífico. Democracia, esta a la que apellidamos liberal porque representa también el sueño y culmen de la tradición política que reconstruyó la Europa arruinada tras dos guerras mundiales, la heredera de la ilustración que ha traído el mayor tiempo de progreso en toda la historia para nuestro país, nuestro continente y nuestro planeta.
Hoy son muchos los que se disputan qué es el ser o no ser liberal, casi siempre desde visiones demasiado estrechas ideológicamente. Unos abogan por más derechos para todos, pero olvidan la libertad frente a la intromisión del Estado y confunden la igualdad de oportunidades el dirigismo y la homogeneidad. Otros piden eliminar burocracia y reducir el tamaño del Estado, pero olvidan los derechos y libertades de los ciudadanos y la igualdad de oportunidades. Y hay otros que reclaman elementos del liberalismo, pero enrocados o en un pasado que nunca existió o en un futuro que solo promete miseria. Todos ellos, aunque puedan aceptar y defender la democracia liberal, no son liberales.
Porque ser liberal es más que una ideología, es una disposición del ánimo. Es ser crítico con uno mismo y huir de los dogmas. Es entender el valor de la libertad de expresión, tanto para reafirmar nuestras ideas como para desafiarlas. Es apostar por una esfera privada amplia para los ciudadanos, en la que el Estado no pueda regir. Es, también, ampliar constantemente derechos y libertades, garantizando que todo el mundo pueda perseguir el plan de vida que desee, llegando tan lejos como le permita su mérito y capacidad. Es, en suma, tratar al ciudadano como un adulto, confiar en su autonomía individual y dotarle de los medios para vivir una vida plena en los términos que elija, siempre que no lesione los derechos de los demás.
Porque ser liberal es más que una ideología, es una disposición del ánimo. Es ser crítico con uno mismo y huir de los dogmas
Y, desgraciadamente, esta actitud y estas ideas han estado en retroceso en nuestro país, y en todo Occidente, durante demasiado tiempo. Mi proyecto no aspira a ser solo el de un partido político, sino también el de una España liberal que pueda ser locomotora de Europa, y no perpetuo vagón de cola. Hace unos años hablábamos de “la Dinamarca del Sur”, de reformas, de cambios estructurales y de un país muy diferente dentro de unas décadas. Ahora, sin embargo, nos encontramos en un momento apático, donde se mercadea con los nombramientos del CGPJ, se ataca constantemente a las instituciones que hacen de contrapeso al poder Ejecutivo y se reforman delitos que benefician a los socios del Gobierno.
Es la hora de un proyecto liberal que ponga fin al bipartidismo que ha conducido a España al peor lugar en el que podría estar: estancada. Un proyecto autónomo, frente a los deseos de conservadores y socialistas de cooptar el espacio liberal. Porque los liberales no queremos ni una España nostálgica y contenta con el statu quo ni una consistente en el ataque al Estado de Derecho y la demolición de su arquitectura institucional. Queremos libertad, queremos igualdad y queremos un país moderno.
Esto pasa por acabar con la subalternidad, con subordinar un proyecto autónomo a los deseos de aquellos que jamás abogarán por una transformación liberal. Nuestro país merece un debate serio y amplio sobre temas que ningún otro partido, y ninguna otra ideología, podría poner sobre la mesa: la sostenibilidad del sistema de pensiones, la reforma de la administración pública, el funcionamiento de nuestro mercado laboral, el acceso a la vivienda y las oportunidades para los jóvenes o la protección de la independencia y neutralidad de nuestras instituciones, atacadas constantemente desde el poder. También sobre la garantía de libertad de expresión y conciencia de todos los ciudadanos, la protección y preservación de sus derechos y la demolición del “capitalismo de amiguetes”, para apostar por un modelo basado en la igualdad de oportunidades, el mérito y la capacidad.
Nuestro país merece un debate serio y amplio sobre temas que ningún otro partido, y ninguna otra ideología, podría poner sobre la mesa
Me presento porque creo que el espacio liberal es ahora más necesario que nunca. Lo saben nuestros ciudadanos y lo sabe Europa, donde los liberales representan la tercera fuerza política en el Parlamento Europeo y donde son parte de numerosos gobiernos. Ante el agotamiento de las alternativas, el hambre insaciable de los nacionalismos y el riesgo para nuestra democracia que suponen los populistas solo cabe alzar la bandera de la libertad y apostar, firmemente, por defenderla con uñas y dientes, y renovar un país que ha caído en el estancamiento y el fin de las ilusiones reformistas.
Ocurra lo que ocurra en el futuro, no quiero que nos puedan decir que no lo intentamos. Más allá de los errores cometidos, tenemos que pelear porque este partido y esta idea sigan existiendo y sigan siendo relevantes, como lo fueron hace no mucho tiempo, para millones de españoles. Porque tenemos un proyecto de partido y un proyecto de país, frente a la apatía de los partidos tradicionales y el retroceso de populistas y nacionalistas. Porque si, como decía el Ingenioso Hidalgo, “la libertad es el don más preciado que a los hombres dieron los cielos”, no queda menos que luchar por hacer que su llama no se extinga, y que nuestros ciudadanos puedan vivir en un país cada vez más libre, cada vez más igual, cada vez mejor.
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