Don Manuel Jiménez de Parga, de imborrable recuerdo, dijo en cierta ocasión que calificar a jueces y abogados de progresistas o conservadores era lo peor que se le podía hacer a la justicia, La única calificación que cabía era ser un juez bueno, malo o tonto. Hemos aceptado como normal que el Constitucional o cualquier otro órgano de justicia se divida entre jueces "progresistas" y jueces "conservadores". No somos el único país en el que esta, a mi modo de ver, perversión de la justicia sucede. Ahí tienen a los EEUU, con jueces republicanos o demócratas, por vía de ejemplo.
Existen adjetivos que van de molde si se pretende calificar a un magistrado tales como incorruptible, diligente, concienzudo, tenaz o puntilloso igual que, somos humanos, podrían aplicarse otros como negligente, perezoso, disperso, airado o, seamos francos, corruptible. Lo que es inaceptable es que a aquel que tiene que administrar la Ley, así con mayúsculas, se le coloque en un lado o en el otro de la brega política por sus ideas, ideas que, por cierto, deben dejarse colgadas en el perchero cuando una persona se coloca la toga y entra en Sala. Que el gran caballo de batalla del sanchismo sea copar los cargos en la justicia es síntoma de que algo no funciona bien. Sin una justicia libre de prejuicios políticos no puede existir igualdad y, por tanto, tampoco lo puede la democracia. Hemos visto estos días como la ministra Doña Teresa Ribera ha criticado al juez de la Audiencia Nacional Don Manuel García-Castellón. La ministra le afea, en términos inaceptables por lo que suponen de injerencia en la independencia del poder judicial, que el magistrado, citamos textualmente, "Tiene cierta querencia a la hora de pronunciarse en momentos políticos sensibles". El gobierno salió apresuradamente a desmentirla con esas frases manidas que te regalan cuando compras un pack de latas de atún. Ya saben, "Respetamos institucionalmente al Poder Judicial, la independencia de los jueces, la separación de poderes" y que si tal o que si cual.
Que el gran caballo de batalla del sanchismo sea copar los cargos en la justicia es síntoma de que algo no funciona bien
Pero Ribera dijo lo que dijo y vista la actitud de Sánchez con la Fiscalía del Estado, el Constitucional et altri todo eso suena a la excusa que un cardenal dio al escapársele una ventosidad ante el mismísimo Pío Non cuando, tras la sonora explosión gasística, puso cara de inocente y murmuró "Parece que amenaza tormenta, Santidad".
La ministra ocupa una cartera misteriosa denominada de Transición Ecológica y Reto Demográfico de España. Ahí está desde el 2018, cual esfinge, sin que sepamos desvelar el misterio de su cometido. Lo que si conocemos es esa desconfianza hacia un magistrado porque no es de los llamados progresistas. Debe pesar también en el ánimo de quienes lo critican que Su Señoría abriese una investigación acerca del fugado Puigdemont y su compinche Marta Rovira, pronto elevados a los altares al paso que vamos, por el caso Tsunami. El juez no ha tenido en cuenta los intereses políticos de Sánchez, la pelea a navaja entre Junts y ERC, el adelanto de las autonómicas catalanas que muchos dan por hecho y que los presos etarras puedan salir a la calle gracias a esa amnistía anticonstitucional e indecente. Se calcula que unos cuarenta. Acogidos a la amnistía. Otra ley del sí es sí pero aplicada ahora no a violadores, sino a criminales terroristas. Pero de quien no se fía la ministra -ni el gobierno, a pesar de su mea culpa- es del juez. Acabáramos.
Son cosas que pasan cuando un magistrado se limita a ser lo que debe ser, justo, fiel aplicador de las leyes y sin que pesen en su ánimo estos o aquellos políticos. Un juez justo, otro adjetivo perfecto cuando de estos graves asuntos se trata. Un juez que albergue en su corazón la justicia y no el carné de un partido cualquiera.
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