Opinión

La nefasta manía de obtener beneficios

Tengo un amigo que, hace unos años, usó la indemnización por despido para montar una empresa y lo perdió todo. Tiempo después despidieron a su esposa y montaron otra con el finiquito y volvieron a fracasar y acumularon deudas. Yo mismo he intentado ten

Tengo un amigo que, hace unos años, usó la indemnización por despido para montar una empresa y lo perdió todo. Tiempo después despidieron a su esposa y montaron otra con el finiquito y volvieron a fracasar y acumularon deudas. Yo mismo he intentado tener negocios un par de veces y tampoco resultó, y suerte que perdí muy poco. Son historias bastante comunes. En España dicen las estadísticas que el 50% de las empresas no llega al octavo año de vida y tan sólo dos de cada tres alcanzan al quinto. Esto implica que si tres personas montan una empresa hoy, uno la cerrará antes de 2028. Lo peor es que es muy probable que en ese intento haya acumulado deudas. Hay muchas empresas sin actividad (en España se calcula que un millón y medio) por lo que la estadística aún sería peor en cuanto a resultados monetarios.

Crear una empresa, más allá de la idoneidad de la idea o del talento del emprendedor, es complicado: trámites burocráticos, necesidad de financiación, imprevisibilidad del consumidor del que nunca se sabe si responderá o no al producto o a los servicios que ofrece el nuevo negocio… Pongamos que tenemos éxito y estamos en ese 50 por ciento que, tras ocho años, tiene éxito y obtiene buenos resultados. Lo normal es que los primeros beneficios se dediquen bien a reinvertirlos en infraestructuras de la propia empresa, bien a devolver la liquidez que recibió al empezar (sea de créditos bancarios o prestado por familiares y/o socios) con lo que aparte de asignarse un buen sueldo, el emprendedor que triunfa no suele “forrarse” y además sufrirá rechazo social.

Su empresa cada vez es menos suya si incluye más socios, tiene que dividir los beneficios y, si consigue salir a bolsa, podría ser que ese reparto incluya a miles de personas

Este punto es muy injusto porque alguien que consigue vencer unas posibilidades en contra tan altas, y con un éxito que repercute en más gente (sus empleados y sus inversores), tiene derecho a lograr con ello un beneficio. La sociedad debería valorar la figura del empresario porque él es el creador de empleo por antonomasia.

Supongamos que ese emprendedor que ha logrado sobrevivir tras los primeros años, quiere crecer y se plantea buscarse socios capitalistas que aporten capital con el que financiar su expansión y, de paso, crear más empleos y pagar más impuestos, generando un efecto positivo para la economía del país, más allá del producto que venda. Su empresa cada vez es menos suya si incluye más socios, tiene que dividir los beneficios y, si consigue salir a bolsa, podría ser que ese reparto incluya a miles de personas. Los casos de grandes empresas con el fundador como gran accionista de referencia no son demasiados. Tenemos los casos de J. Roig y Mercadona y A. Ortega e Inditexson, esta última, la excepción en un Ibex en el que las grandes compañías suelen tener a bancos y fondos de inversión como principales dueños y el resto de propietarios muy repartidos. El caso más habitual es el de un consejo de administración, elegido por los accionistas (en la práctica sólo por los más grandes) con unos ejecutivos que dirigen la compañía para dar el mayor beneficio posible a los dueños, a los que han puesto dinero. Últimamente las críticas vienen porque se cree que los trabajadores deberían verse más beneficiados que los inversores en los años buenos.

En un mundo ideal, lo óptimo sería que si una gran empresa obtiene altos beneficios, al igual que hace con los accionistas, reparta algo entre los trabajadores. No digo subir salarios, porque puede que al siguiente año las cosas no vayan bien, y bajarlos es más complicado pero, ¿por qué no un bonus? Está bien que en un año de grandes beneficios también se reparta siquiera un mínimo entre los trabajadores ya que el empleado -en general- ha influido más en el resultado operativo que el inversor pero no es tan fácil.

Lo primero es que tendrían que estar de acuerdo los dueños en ganar menos, y eso puede ser sencillo cuando el dueño es uno o unos pocos pero no cuando son cientos de miles como suele pasar en las cotizadas, ¿O es que los millones de españoles accionistas de BBVA, Caixabank, Telefónica etc. estarían de acuerdo en reducir su dividendo para destinar parte de su beneficio –obtenido tras asumir el riesgo de invertir en dichas compañías- al objeto de aumentar las retribuciones de los trabajadores de esos bancos? Tampoco olvidemos que, salvo excepciones como una gran herencia, el dinero de los accionistas también procede originariamente de un trabajo que generó esos ahorros.

Compartir buenos resultados

Por último, el del trabajador y el del inversor son riesgos distintos. De hecho, en los ejercicios que hay pérdidas los dividendos se volatilizan y el precio de la acción suele caer, y eso muy raramente implica que se bajen sueldos. No parece sencillo convencer a, por ejemplo, un accionista que invirtió en Banco Santander hace 10 años y cuya acción acumula una caída de más del 50% desde entonces (pero que consigue medio solventar las pérdidas gracias al cobro de dividendos –de los que parte se lleva Hacienda, por supuesto-), que debe recortarlo tras unos buenos resultados para compartirlo con alguien que, sin arriesgar capital, ya lleva esos mismos diez años cobrando un salario cada mes. El populismo lo aguanta todo pero nada es tan simple como parece.

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