Tras los malos resultados que cosechó Pablo Iglesias por lanzar la «alerta antifascista» en Madrid, en esta campaña de las elecciones generales la histeria mediática ultra del relato del miedo y la mentira ha mutado a una más mezquina, la alerta negacionista de violencia de género. Esta trampa dialéctica, inmoral por faltar a la verdad, pretende acusar a quien cuestione los postulados de la ideología de género, sus políticas y chiringuitos de ser una especie de salvaje sádico que justifica el asesinato de mujeres, por ese motivo supuestamente lo negarían. Esta acusación era tan escalofriante y falsa, que el discurso central de la campaña electoral contra Vox se ha reducido a una cuestión lingüística. «Violencia machista», «violencia contra la mujer», «violencia de «género»… Permítanme una breve aclaración.
La violencia intrafamiliar es aquella que ocurre dentro del núcleo de convivencia o afectivo y engloba varias realidades diferenciadas. Hay una violencia específica ejercida de los hijos, especialmente adolescentes (un género en sí) hacia los progenitores, pero no sólo, también hacia los hermanos. Hay una violencia específica de los cuidadores hacia los niños o mayores, ejercida mayoritariamente por mujeres (quienes cuidan), de madres a hijos o a padres, pero no sólo ellas. Y hay una violencia específica que se da en el seno de la pareja en la que la mayoría de víctimas son mujeres, pero no sólo. El debate gira únicamente entorno a ésta última. La violencia contra la infancia, los mayores, los cuidadores, la violencia entre parejas homosexuales o contra los hombres, aunque ésta sea más residual, no sirven para apuntalar un discurso político y son invisibilizadas por no ser rentables a la ideología de género.
Quienes cometen estos crímenes son en su mayoría hombres, pero hombres son también quienes principalmente protegen a mujeres en peligro de otros hombres, aunque no guarden ninguna relación con ellas
Reconocer todas estas violencias no significa negar ninguna, pero eso no es óbice para poder tratar cada una de forma específica por las distintas causas que se manifiestan en ellas, si alguien remotamente quiere reducir lo posible este drama. Quienes cometen estos crímenes son en su mayoría hombres, pero hombres son también quienes principalmente protegen a mujeres en peligro de otros hombres, aunque no tengan ninguna relación.
Unas puntualizaciones a la ideología de «género» para ver cómo daña esta política a las mujeres que dice defender. «Nos matan por el hecho de ser mujeres». Un maltratador no asesina a mujeres por la calle, de hecho puede parecer encantador con todas, pero se muestra como el monstruo que es sólo ante una, la que considera suya. «Es violencia machista estructural». El machismo está presente en la mayoría de los casos de maltrato, pero es una cuestión multifactorial y sus causas deben determinarse desde criminalística y no desde la facultad de periodismo. La denuncia del feminismo contra la desigualdad acaba con plañideras millonarias, banqueras o presentadoras de éxito, víctimas de una sociedad machista y patriarcal, mientras que a un reponedor de Carabanchel le detraen de su sueldo impuestos que financian campañas sobre el género de los juguetes para que mujeres privilegiadas puedan llamarle opresor. Otra prueba de que los impuestos son transferencias de los pobres a los ricos.
Pero la desigualdad también la han llevado al Código Penal derogando todo Estado de derecho o similar. Establecer un castigo mayor ante un mismo hecho según el género del agresor, que no del sexo, no ha salvado a ninguna mujer de la violencia y ha cometido una enorme injusticia con muchos hombres.
Es un artefacto de poder y un enorme negocio a costa de utilizar el drama de mujeres maltratadas para enriquecer a unas pocas políticas de izquierda
Y por último, ¿qué es eso del género? Si el sexo es biológico y el género es cómo te identificas en sociedad, «la violencia de género» es por definición un constructo social que desvanece e invisibiliza la realidad de mujeres maltratadas. Desde el momento en que ser mujer es algo autopercibido y la violencia que sufre no tiene base biológica, sino de la voluntad en la percepción de género, es imposible proteger a las mujeres que realmente están en peligro, cronificando el problema, incrementando el negocio. Quizá la ideología de género sirva para definir una política de ruptura de la convivencia, de la verdad, la biología y el sentido común, pero sobre todo es un artefacto de poder y un enorme negocio a costa de utilizar el drama de mujeres maltratadas para enriquecer a unas pocas políticas de izquierda.
El feminismo ministerial debería cerrarse. A través de la cooperación al desarrollo se destina dinero a charlas sobre juguetes sexuales en Costa Rica. Pero si lo criticas no reconoces que hay mujeres maltratadas. Dinero público destinado demostrar que la cultura española es machista y que hay una relación entre que los niños y niñas jueguen a cosas distintas con los asesinatos a mujeres. Pero si hubiese una clara relación entre una cultura patriarcal y machista con los crímenes, sería necesario entonces estudiar el machismo de otras culturas con las que las mujeres convivimos por la inmigración, cada vez más masiva y descontrolada ¿Son «estructuralmente» machistas sus países de origen o se vuelven violadores en grupo al entrar en Europa por la impunidad que les proporciona la izquierda?
La ideología de género, al final, es culpar de la violencia a los niños que no jueguen con muñecas, mientras se silencian agresiones salvajes de hombres de otras culturas
La ideología de género sólo se ocupa de un factor de la violencia que sufrimos, el machismo, y sólo del factor cultural español blanco heterosexual. No parece que con este marco la finalidad de los presupuestos de las Consejerías de Igualdad sea proteger a las mujeres, sino forrarse e imponer una agenda política. La ideología de género, al final, es culpar de la violencia a los niños que no jueguen con muñecas, mientras se silencian agresiones salvajes de hombres de otras culturas.
No aceptar estos postulados falsos de género se traduce en el debate tóxico como una forma de fomentar la violencia contra las mujeres, por lo que la propia insumisión a la ideología de la izquierda y su lenguaje la convierten en la principal causa del problema y por tanto en el objetivo a eliminar, incluyendo a mujeres que piensan.
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