Unos afirman que no podía preverse y otros dicen que se sabía desde enero. Algunos afirman que la coordinación del Gobierno con las autonomías funciona como un reloj suizo, otros discrepan exclamando en castellano recio que es el coño de la Bernarda. En fin, lo último es no saber si Carmen Calvo padece coronavirus o se trata, según Moncloa, de un negativo no concluyente. Vaya por delante que, sea lo que sea, lo primero es desearle una pronta recuperación. Dicho esto, la vicepresidenta está recluida en una habitación por padecer un cuadro de infección respiratoria. Puede ser muchas cosas, una neumonía, verbigracia, pero sea lo que sea debe tratarse con antibiótico y ojalá se pueda. Porque el Covid-19 todavía no tiene producto que lo frene.
Uno se pregunta, ¿hasta en eso debe moverse el Gobierno en los mares de la imprecisión? ¿Tan importantes son los sillones que incluso ahora, cuando la vida y la muerte se revelan en toda su cruda preminencia, hay que hacer pasar la salud por los filtros de los malditos gurús de la mercadotecnia? Que no se sepa, nos parece escuchar decirles, controlemos la información, que nadie pregunte cosas inconvenientes, que el timing de lo que llega a la opinión publica lo controlemos nosotros. Estúpidos irresponsables, el timing lo marcan los contagiados, los fallecidos, los internados, las camas de UCI que no se crearon. ¿No se dan cuenta que acabarán controlando los cementerios?
Y como es el silencio quien debe presidir esta monumental error histórico, y no solo en España, cuidado, si no en muchos países que como nosotros no han sabido escarmentar en cabeza italiana, a los que alzamos nuestra voz para decirles que así no, se nos exige silencio porque es momento de ir todos a una y ya llegará la hora de pedir responsabilidades. Eso díganselo ustedes, asesores de pacotilla, a las familias de los muertos de los que no han podido despedirse. Háblenles de curvas, de semanas muy duras, de la crisis que sucederá a esta pandemia y llévense a un par de cientos de portavoces con jersey, porque los van a echar a pedradas, seguro.
En Cataluña los separatistas, fanáticos hasta la muerte, todavía no saben que el Ejército es imprescindible porque los consideran unas fuerzas de ocupación, pero no les harán ascos cuando tengan que evacuarlos de sus casas
Quienes creían que gobernar era repartirse sillones, ministerios o cargos con nombres extraños – el ministerio de Igualdad jamás tuvo un nombre más exacto, porque los que nos iguala a todos es la enfermedad y la muerte – ahora no saben a qué santo encomendarse y siguen mintiendo con una contumacia rayana en lo criminal. Descubren a diario la sopa de ajo, como que ni la suma de Policía Nacional, local y Guardia Civil puede asumir más misiones, porque están desbordados y, ¡anda!, ahí está el Ejército que posee medios, experiencia y personal para hacer muchas de las cosas que el resto no está en posición de efectuar. No por su incapacidad, sino porque nadie tiene ocho manos y aquí lo que falta es eso y lo que sobra son discursitos lacrimógenos de larga duración y nulo contenido.
En Cataluña los separatistas, fanáticos hasta la muerte, todavía no saben que el Ejército es imprescindible porque los consideran unas fuerzas de ocupación, pero no les harán ascos cuando tengan que evacuarlos de sus casas, cuando tengan que ayudar a sus mayores o cuando la sanidad militar se ocupe de sus enfermos. Lo dije en el programa de mi admirado Carlos Herrera hará dos semanas: usemos al Ejército porque nos va a hacer falta, y mejor ahora que mañana. Todavía no se había declarado el estado de alerta pero se veía venir. Ahora, el presidente ha descubierto la “utilidad” de nuestros uniformados.
Quizás se obre un milagro y acabe por descubrir que también es útil centralizar la gestión ante una emergencia como esta, dejar de lado a las autonomías que son, en algunos casos, un reino de taifas para que los caciques locales sigan siéndolo todavía más, y arrinconar a los fabricantes de eslóganes baratos o elaboradores de pancartas que nos llevan a la ruina total. Milagro será, en efecto, porque además de los muertos, que Dios acoja en su seno, luego tendrá que lidiar con los muertos en vida, a saber, empresarios quebrados, trabajadores sin empleo y autónomos desesperados por no tener nada de nada.
Ante la falta de salud o trabajo, los demagogos sobran. Si no los apartamos, esto acabará todavía mucho peor. Conste que lo que digo no es ni positivo ni negativo no concluyente. Es de sentido común.
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