Opinión

La negociación como una de las bellas artes

La negociación era un arte político en el siglo XX. Ahora, en el XXI, se trata más bien de un arte escénico. Puro teatrillo

Negociar siempre ha sido un arte. Implica tener un objetivo común mayor y transcendente, conocer tus principios irrenunciables del mismo modo que conoces el de los demás, ser consciente de las cesiones que tendrás que ofrecer para que sean suficientes para el otro y no crucen tus mínimos imposibles, negociar por vocación y no por obligación... son éstos algunos de los principios para que algo que es muy complejo sea percibido como un éxito y no como una derrota.

Grandes acuerdos se han materializado a lo largo de la historia. Uno de los más importantes puede ser la creación de la Unión Europa, una gran negociación con un objetivo común: mantener la paz en el continente más azotado por la guerra renunciando a algunas de las cuestiones más sensibles de la soberanía. En nuestro país, el ejemplo por antonomasia es la Transición donde el objetivo común era la democracia renunciando a cuestiones partidarias muy importantes para todos los partidos; habría que preguntarse si hoy en día hubieran sido posibles.

Al margen de si en nuestra sociedad, absolutamente mediatizada, donde las instituciones y actores políticos ya no controlan los flujos de la opinión pública, hubieran sido posible acuerdos de tanto calado como los que experimentó el pasado siglo XX, es necesario admitir que para querer negociar y, sobre todo, para que esa negociación prospere, lo más importante es tener un objetivo que aúne voluntades y transcienda los fines tácticos. Sin ese primer escollo resuelto todo lo demás no funciona. Los actores pueden formar parte de una negociación por pura táctica, sin ningún tipo de voluntad real de llegar a un acuerdo.

El “teatrillo” es el concepto mediático para describir ese paripé al que asistimos a sabiendas de que el desenlace no será el acuerdo

El “teatrillo” es el concepto mediático para describir ese paripé al que asistimos a sabiendas de que el desenlace no será el acuerdo, y que el objetivo no es más que hacer correr el reloj y reafirmarse cada uno en sus posiciones. Conocido es que aquellos que se levantan de las mesas de negociación son percibidos como actores egoístas, sin capacidades para el encuentro político, en unos momentos donde son imprescindibles. Así que para no sufrir el castigo de aquel que revienta la negociación, podemos estar ante teatrillos bien escenificados que lleven a ninguna parte.

Segundones en el escenario

Si el objetivo común es fundamental, otra de las cuestiones básicas para que una negociación prospere es tener la capacidad real, el poder para hacerlo. Y algo que puede parecer una obviedad pero no lo es tanto en una sociedad donde el poder está mucho más fragmentado y donde la interdependencia entre actores son vasos comunicantes de ganancia y pérdida de poder de suma cero. En los acuerdos del siglo pasado mencionados, el poder estaba mucho más concentrado de lo que hoy lo está. Los teóricos hablan del hard power de antaño, frente al soft power de la actualidad. Así pues, puede parecer que los interlocutores sentados en la negociación son aquellos que realmente pueden llevar a cabo el acuerdo, que implica tener la capacidad de renunciar a poder, cuando realmente, y siguiendo con la metáfora del teatrillo, son meros actores sin competencias o sin todas las competencias.

En estos momentos tenemos negociaciones de mucho calado encima de la mesa. En el plano nacional, la negociación del PSOE- UP con ERC; en el plano europeo, la negociación del Brexit entre Reino Unido y la UE; en el plano internacional, los acuerdos de la exitosa cumbre COP25 celebrada en España de los países más contaminantes frente a aquellos con sensibilidad medioambiental. En estos tres ejemplos, cabe preguntarse sobre las dos cuestiones prioritarias en una negociación: ¿Tienen los diversos actores el mismo objetivo? ¿Las personas que están negociando tienen la capacidad real y el poder para hacerlo o son solo actores designados para el teatrillo? Dependiendo de si las respuestas a estas preguntas son Sí o No, podemos intuir el resultado de las negociaciones. Porque negociar era un arte en el siglo XX, hacerlo en el XXI también, solo que, en lugar de un arte político, es un arte escénico.

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