Este fin de semana, un buen número de ciudadanos no electos han visitado el Congreso de los Diputados en sus jornadas de puertas abiertas. La presidenta Meritxell Batet abría la puerta de las grandes ocasiones, la de los leones, para permitir la entrada a la Cámara baja a personas que, entre curiosos e ilusionados, visitaban la sede de la soberanía popular. Especialmente emocionante resultó el momento en el que todos los visitantes se pusieron a cantar “Libertad sin ira” una oda al diálogo, al encuentro entre los diferentes, toda una lección a nuestras señorías.
Las Cámaras de los representantes parlamentarios de todos los españoles se constituirán mañana con las enormes incertidumbres de un país que no sabe cual es su futuro próximo. Las negociaciones que se hacen imprescindibles han sido tachadas por nuestros responsables políticos como odas a la traición, como derrotas políticas, como el que sucumbe ante su adversario. Y en este clima, se desarrollan las forzosas negociaciones que tiene que permitir que España tenga un gobierno estable y duradero.
No se puede imponer al otro algo inasumible para su partido, es decir, ningún elemento de la negociación puede suponer un trágala inaceptable para la otra parte
A la hora de abordar las negociaciones existe una palabra mágica que debe materializarse mientras se llevan a cabo: empatía. Sin empatía, sin la capacidad de identificarse con alguien o algo y compartir sus sentimientos o necesidades es imposible llegar a un acuerdo entre diferentes. Sin empatía, no se puede abordar una negociación política que tiene varias reglas que se detallan a continuación. En primer lugar, ninguna de las partes puede imponerse absolutamente a la otra. No puede existir un ganador y perdedor evidente; ambas partes deben compartir un sentimiento de éxito por conseguir algunas de las cuestiones que son importantes para su formación o para su electorado. En segundo lugar, no se puede imponer al otro algo inasumible para su partido, es decir, ningún elemento de la negociación puede suponer un trágala para la otra parte. Por último, ambas partes deben estar orgullosas del acuerdo y hacer de éste un elemento central de su relato político, en términos de éxito y satisfacción.
Por ello, la negociación entre PSOE y ERC solo puede tener un camino satisfactorio y a su vez con coste para ambas fuerzas: un cambio de narrativa que positivice el hecho de querer hablar con el contrario. De esta negociación no saldrá la solución para el conflicto territorial, de esta negociación no se eliminarán las demandas de los independentistas, de esta negociación no fructificará una consulta sobre la autodeterminación catalana.
De esta negociación solo puede salir un cambio del concepto del propio hecho de sentarse con el diferente y afrontar que solo mediante el diálogo se pueden acercar posturas. Por ello, si finalmente los actores tienen éxito y llegan a ciertos acuerdos, habrán empezado a normalizar el diálogo entre los discrepantes, asumiendo el coste que ambas fuerzas sufrirán por las críticas de aquellos que han contribuido al descrédito del pacto.
La incapacidad para negociar es lo que nos condujo a unas segundas elecciones. En esta ocasión la mayoría de los actores políticos afirman que unas terceras son inasumibles. Asuman por lo tanto su responsabilidad de no imponerlas, porque la responsabilidad de los ciudadanos que visitaron el Congreso de los Diputados el pasado fin de semana –y del resto de españoles- acabó cuando depositaron su voto en las urnas. Este próximo martes sus señorías tomaran posesión de sus escaños con los ecos de la canción de Jarcha, esperemos que su espíritu los inspire.
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