Entre peinados y despeinados, menudo veranito le están dando a Pedro Sánchez; menos mal que en agosto podrá relajarse en la Mareta o en cualquier otro palacio, que para eso los Sánchez-Gómez han heredado España. Pero hasta entonces, tendrá que seguir encajando los golpes de sus propios socios, que esta semana le han dado para el pelo.
Puigdemont prometió hace un año que le haría mear sangre y está cumpliendo su palabra. El martes le tumbó el techo de gasto y, al parecer, los socialistas no se lo esperaban; según el sumando Urtasun, ha sido “una hostia” en toda la cara del gobierno. Y, por si esto fuera poco, Junts también ha votado contra la reforma de la Ley de Extranjería, porque los indepes no quieren las calles llenas de africanos indocumentados. Tú y yo tampoco, pero eso es porque somos fachas y racistas, no gente conciliadora como ellos; y a pesar de que Miriam Nogueras lo había advertido varias veces sin que se le despeinaran las crines, Montero ni siquiera los nombró: el fracaso de la reforma de Extranjería es culpa de Franco, digo del PP.
En cualquier caso, nuestros “representantes” no están discutiendo sobre cómo controlar la inmigración ilegal, reforzar las fronteras o poner pie en pared. Tampoco están hablando de adecuar el Código Penal a la nueva realidad, ni de aumentar la seguridad en la calle, ni de hacer efectivas las órdenes de expulsión. Unos nos dicen que quieren acoger ilegalespor no sé qué de los derechos humanos, y otros, porque tienen “el corazón así de ancho” —Juanma Moreno dixit—; pero en realidad están peleándose, calculadora en mano, por ver cómo se reparten el inmenso pastel. Y mientras fingen ser hermanitas de la caridad y vacían nuestros bolsillos, nos han dejado solos frente a la invasión que patrocinan.
Lo mismo te okupan una casa que te violan o te roban el móvil a punta de machete. Y cuando acudes a los uniformados en busca de auxilio, te preguntan si tienes cita previa
Algunos de los niños y las niñas con los que los políticos y sus oenegés hacen caja han salido traviesos y multidisciplinares: lo mismo te okupan una casa que te violan o te roban el móvil a punta de machete. Y cuando acudes a los uniformados en busca de auxilio, te preguntan si tienes cita previa. Más tarde, cuando por fin te atiendan, descubrirás que, ay, amigo: están atados de pies y manos y no pueden hacer nada. Tampoco los jueces: el asesino de David Lledó ya está en la calle. Empezarás entonces a hacerte mala sangre y a mirar con otros ojos a la ultraderecha, que lleva años avisando de que esto pasaría.
Hasta hace no mucho, el Estado tenía el monopolio de la violencia y la fuerza para proteger a los ciudadanos. Pero ya no es así, ahora parece que quienes deberían protegerte tienen órdenes de ignorarte. Un día llegan a tu pueblo unos indocumentados, dan una patada a la puerta de una casa y pasarás de vivir en un lugar tranquilo a no dejar que tus hijos —sobre todo tus hijas— salgan solos a la calle. El terror también puede llegar de manera más organizada, en autobuses, con hotel asignado —hoteles que la mayoría de españoles no nos podemos permitir— y alcalde solidario, como el de Guardamar; que ahora pide ayuda a un Gobierno sordo. Desde fuera —y sin información—, cuesta entender por qué ese empeño en importar gente ajena a nuestra cultura; sin embargo, cuando echas un vistazo al informe de transparencia de la oenegé “responsable” de los niños de Guardamar, empiezas a comprenderlo todo: en 2022, sólo del Ministerio de Inclusión, Seguridad Social y Migraciones, se llevó casi 50 millones de euros. Quizá te venga a la cabeza cierta señora con business en África que presume de ser una gran fundraiser; es decir, que capta fondos para el extractivo Tercer Sector, ese insaciable parásito que acabará con la civilización occidental.
La policía acudió rauda y veloz… a proteger a los argelinos, no fuera a ser que alguien les diera un capón. Ya son ocho los jóvenes mallorquines detenidos
Y para que esas almas caritativas sin ánimo de lucro se enriquezcan a nuestra costa, es necesario que el pueblo esté completamente indefenso. No obstante, algunos ciudadanos, hartos de vivir con miedo, empiezan a reaccionar. En El Molinar (Mallorca), unos argelinos okupas tenían atemorizado a todo el barrio y, a raíz de que intentaran atracar a unas chavalinas, un grupo de unos 50 jóvenes se organizó para asaltar la casa okupada: unos treparon por la fachada y otros violentaron la entrada, y dentro encontraron muchas de las cosas que habían robado a los vecinos. La policía acudió rauda y veloz… a proteger a los argelinos, no fuera a ser que alguien les diera un capón. Ya son ocho los jóvenes mallorquines detenidos.
Por supuesto, ni la invasión ni la indefensión impuestas son casuales, todo responde a un plan. Si el pueblo se siente desprotegido, se tomará la justicia por su mano y acabará reinando la anarquía, que es muy peligrosa para todos. Probablemente, el objetivo final de todo este sindiós —que irá a más— sea que, cuando estemos sumidos en una espiral de violencia descontrolada, pidamos a gritos una dictadura que traiga orden. O, cuando menos, un señor de la guerra que nos acoja bajo su protección. Como en Afganistán.
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