Uno puede defender la ley de la gravedad sin por eso estar de acuerdo con el balconing; De la misma manera, se puede defender a un separatista sin compartir su ideario. Esto viene a cuento del linchamiento en Tuiter al que la neoconvergencia ha sometido a Gabriel Rufián y que va mucho más allá de las hostilidades que han empezado a producirse entre los, insólitamente, todavía socios en la Generalitat. A Rufián, los que hasta hace tan solo cuatro días le reían las gracias, mostrándolo como ejemplo de castellano parlante “de los nuestros”, lo están insultando por activa, por pasiva e incluso por transitiva. ¿El motivo? El diputado de Esquerra se ha atrevido a reivindicar a la cantante Rosalía y a criticar el manifiesto Koiné, el mismo que defiende la consellera Borrás, que quiere que el catalán sea la única lengua oficial de Cataluña. A la mierda el bilingüismo, el “todos serán respetados” y la transversalidad. Convergencia antes, y ahora sus herederos, siempre han sido supremacistas, baste recordar las palabras de Pujol al referirse al andaluz como alguien desestructurado o a su mujer, Marta Ferrusola, quejándose de que sus hijitos no podían jugar en el parque al haber solo niños que hablaban en castellano.
Como sea que Torra y su circo de Manolita Chen, con perdón de Manolita, tienen que ocultar la cobardía de Puigdemont y los zascas que, uno tras otro, les están endilgando en Europa, han decido sacar de nuevo el espantajo de la lengua, exigiendo adhesiones inquebrantables. Rufián ha cometido, pues, bajo su punto de vista el peor de los pecados, el de lesa lengua que, añadido al de lesa cultura – Rosalía ha sido vituperada desde el minuto cero por los ayatolás separatistas –, de ahí que lo hayan convertido en la diana de sus trolls. Añadamos que Rufián entrevistaba el otro día en su canal de YouTube al gran maestro Tomás Guasch. ¡Hasta ahí podíamos llegar!, debieron gritar los dirigentes de ese Herrenvolk de pan con tomate denominado procés.
De garrulo de periferia a subnormal, pasando por lindezas tales como hijo de puta vividor, quinqui, cara de hámster, nivel super Chayanne, garrulo, sidoso o invitaciones a irse a la mierda o a practicar sexo por el cerito sexual – lo digo así por suavizar el insulto – los sumos sacerdotes del separatismo se han quitado la careta. Y es que, Gabriel, nunca fuiste de los suyos, nunca te reconocieron como tal, nunca te admitieron en sus selectos círculos en los que tener la partícula “i” entre el primer y segundo apellido es imprescindible. Esa fue una de las razones, y no la menor, que me desengañaron del separatismo, su tremenda capacidad de menospreciar a todo el que no perteneciera a las trescientas familias que se lo han llevado crudo secularmente en esta tierra. Cuando crearon la asociación “Súmate” para captar a castellano parlantes, me propusieron ir allí porque, como mis apellidos son Giménez Gómez, venía de la izquierda y, además, mi lengua materna es el español, podría convencerlos con facilidad. Cuidado, convencerlos, que no integrarlos. Los envié al guano, claro, porque no soy nacionalista ni creo que existan más diferencias que las económicas.
Aquello era como el negrito con sombrero de copa que dibujaban en Bélgica para identificar al amable aborigen al que los cultos occidentales protegían a cambio de desposeerle de todo
Aquello era como el negrito con sombrero de copa que dibujaban en Bélgica para identificar al amable aborigen al que los cultos occidentales protegían a cambio de desposeerle de todo. Nos ven como unos pobres desgraciados a quienes, en el mejor de los casos, hay que tutelar porque no somos capaces ni de atarnos los cordones de los zapatos. Esa es, quizás, la peor de todas sus mentiras, la más abominable, la más ruin.
Me duelen estos linchamientos racistas. Y ojo, te he llamado desde estas páginas dandi poligonero, he criticado tu manera de comportarte en sede parlamentaria, he discrepado de tus formas y palabras, no nos confundamos. Pero jamás lo hice porque hablases en español, por tus apellidos o, mucho menos, porque te guste Rosalía o pienses que el manifiesto Koiné es una barbaridad. La diferencia estriba en que ellos no te consideran un ser humano, solo carne de cañón. Servidor, desde la total discrepancia, ve en ti a un semejante, alguien que respira el mismo aire que el resto de los mortales. Es la diferencia entre huir en un maletero o estar en la cárcel. La que hay entre poderse sentar a tomar un café para buscar lo que te une con el otro y no lo que te diferencia. Es la empatía, el diálogo, aunque no sirva más que para conocer a quien tienes delante. Eso se llama civilización, cultura, progreso. Digamos que se llama humanidad. Por eso desde la otra trinchera me permito enviarte un abrazo. Y déjalos, créeme. Vivirás más tranquilo.
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