A ningún catalán le extraña que Sánchez Llibre se reúna con el prófugo. Los empresarios de esta tierra han demostrado, salvo excepciones, que tienen más vocación de subvencionados que otra cosa. Si Ignacio Agustí escribiera hoy acerca del viudo Rius, empresario, creador de riqueza y tan contradictorio en su humana conducta, se vería en serios problemas. Ya no quedan. El empresario de hoy desea que le den una paguita en forma de subvención, exención de tributos, preminencia a la hora de vender en detrimento de la libre competencia y un mercado asegurado. Todo lo contrario a la esencia de la empresa, que es riesgo y beneficio, cabeza fría, corazón ardiente y elevar la mirada por encima del covachuelismo, del amiguete que tiene un cargo.
Ya no quedan grandes empresarios catalanes de verdad, o quedan muy poquitos. Ni siquiera son botiguers, palabra manoseada que ahora no significa nada, pero que en épocas lejanas era timbre de honor y trabajo bien hecho. El señor Esteve, creado por Rusiñol, que cada día levantaba la persiana de su tienda, La Puntual -¡qué hermoso nombre para cualquier comercio!-, representaba al catalán esforzado, serio, de fundamento, que hacía de su botiga el mapamundi de su alma, el campo de batalla de su ingenio, el Alcázar desde el que regir su vida.
Tenemos una burguesía y unos supuestos capitanes de empresa cobardones, adocenados, pacatos, cuando no borrachos de separatismo. Ni siquiera son traidores, ya ven
Ahora ser empresario implica vivir al dictado de lo que digan los políticos. Los unos, por si han de medrar en esos establos de Augias que llamamos, piadosamente, parlamentos; otros, porque es más fácil extender la mano y obtener gabelas a cambio del silencio cómplice. En Cataluña los empresarios, igual que periodistas, sindicatos, escritores, directores de cine o charcuteros viven dentro del laberinto oficial creado por Pujol llamado Cataluña, por el que deambulan cual ratones de laboratorio creyendo que avanzan, sin saber que no van a ninguna parte.
De ahí que Sánchez Llibre, según hemos sabido por La Vanguardia, órgano oficial del catalanismo acomodaticio y bien estante, se haya ido a ver a Puigdemont. ¿Para qué? Para intentar que el independentismo recalcitrante -como si lo hubiera de otro tipo- abandone la unilateralidad. La contrapartida es encontrar que el fugado vuelva a España sin dar con sus huesos en la cárcel. Lo que los del lacito llaman eufemísticamente trobar una sortida al president.
Foment es tan responsable como el separatismo del intento de golpe de estado, de las locuras del fugado y sus comparsas y de la ruina que se ha abatido sobre Cataluña. Sánchez Llibre proviene de aquella Unió que gobernó durante décadas al ladito de Pujol, con Duran Lleida sentado en su habitación del Palace dispuesto a recibir encargos y gestiones. A aquello lo llamaban fer país. Duran, que pasaba por comedido y prudente, soltaba barbaridades como que los andaluces no trabajaban. Insisto, no es raro que Foment haya defendido los indultos y Sánchez Llibre haya visitado a los golpistas en Lledoners. Porque no son empresarios. Son cómplices de todo lo que ha pasado, está pasando y pasará.
La Rochefocauld decía que se cometen más traiciones por debilidad que por otra cosa. ¿Empresarios? No como en Francia, Alemania, Reino Unido o Norteamérica. Tenemos una burguesía y unos supuestos capitanes de empresa cobardones, adocenados, pacatos, cuando no borrachos de separatismo. Ni siquiera son traidores, ya ven. Incluso para eso hacen falta agallas. Lo dicho, puros ratones ciegos de egoísmo y vacuidad que lo han perdido todo. Y no lo saben.