Me viene la mente aquella broma que gastábamos hace años cuando al referirnos al eterno descontento decíamos de él que entraba en una habitación exclamando: “¿De qué se habla, que me opongo?”. El movimiento lazi es la quintaesencia del asunto. No a España, a la Constitución, al Estatuto, a más de media Cataluña, a su tejido empresarial, a su antigua prosperidad, a la convivencia, al prestigio, en fin, un no que es un órdago a la realidad, lo que equivale a decir que esta gente no tan solo son unos fanáticos, además están locos.
Ahora andan diciendo que era tan evidente que proclamar la república era un gesto simbólico y que nadie podía tomarse aquello como algo serio que esa negación deja boquiabiertos incluso a los mismos correligionarios que aplaudieron durante unos segundos, libido desatada y ropa interior por los tobillos, para ver cómo el orgasmo apenas llegaba a calambrillo torpón. Que esas cosas las escuchen de Artur Mas, recuerden, el que nos metió a todos en este pozo sin fondo, o Toni Comín, que arengaba desde el coche oficial No tenim por!, no tenemos miedo, y a la primera de cambio se piró a Bélgica, tiene que desanimar por muy separatista que seas. Que el proceso fue una inmensa tomadura de pelo y la demostración palpable de que las élites nacionalistas en Cataluña hacen lo que les da la gana con su rebaño ha quedado demostrado. Los pastorean de aquí para allá de una forma que ya quisieran para sí algunos regímenes que no citaremos, pero que no se caracterizan precisamente por su amor a la libertad.
He llegado a escuchar que, al fin y al cabo, la gente cree aquello que está dispuesto a creerse. La frase, en labios de esos mentirosos profesionales, es de un cinismo y una sangre fría estremecedoras. Claro que hay mucha gente en mi tierra que desea la independencia, pero eso es fruto del sistemático lavado de cerebro al que hemos sido sometidos los catalanes durante cuarenta años por parte del pujolismo que sabía que teniendo la escuela y los medios de comunicación ha ganado la batalla antes de empezar. Cuando a principios de los ochenta se expulsó a miles de profesores por no tener el nivel C de catalán, Convergencia sabía lo que se hacía. La idea ha sido siempre centrifugar hacia fuera de Cataluña todo lo que no encajase en el puzle pujolista. Profesores, catedráticos, periodistas, escritores, artistas, empresarios, en fin, lo que hace viva a la sociedad. Los que se quedaron simplemente aceptaron el sobrecito abultado que la Generalidad, o sea todos, les pasaba para que se mantuvieran calladitos y obedientes. ¿Cómo no iba la gente a pensar que esto iba a ser la Dinamarca del Sur, que las einas de Estat estaban a punto, que en dieciocho meses iba a implementarse una república, que España aceptaría sufragar el gasto de esta en sus inicios si TV3 les había explicado día y noche, por activa y por pasiva, que som collonuts y Espanya ens roba? Incluso los protagonistas se lo creyeron.
A Mas no le cabe todavía en la cabeza que Rajoy no se aviniera a pactar o que no se le diera una financiación diferente, y eso quiere decir más suculenta, que al resto de las autonomías
A Mas no le cabe todavía en la cabeza que Rajoy no se aviniera a pactar o que no se le diera una financiación diferente, y eso quiere decir más suculenta, que al resto de las autonomías. De la misma manera que Puigdemont no se creyó que pasaría lo que pasó, ni los que están en la cárcel sospecharon que acabarían allí ni Torra que, por desobedecer a la Junta Electoral Central, podía inhabilitársele. La realidad tantas veces negada por ellos pulverizaba su universo mágico hecho de banderitas, grititos de señoras de edad provecta, exabruptos cerveceros de pretendidos antisistema, de oratoria inflamada de político de siesta parlamentaria con el pantalón desabrochado, de manifiestos de los mismos subvencionados mediocres de siempre, de un star system que recordaba a aquello que decía el Marqués de Cubas acerca de que aquí, en lugar de la jet-set, lo que había era la RENFE-Set. Nada. De hecho, ahora que andan tan ufanos porque Bélgica, que desea ganar en el 2021 lo que no ha ganado históricamente jamás frente a España, quienes se llenan la boca con triunfalismos deberían abrir los ojos de una vez y abandonar el negacionismo sistemático. Ayer escuchaba en TV3 a un jurista amarillo decir que, al final, España tenía que bajarse del burro porque Cataluña acabaría por ser independiente con el apoyo de Europa. Ya saben, el mon ens mira.
Oigan, de verdad, más allá de que Sánchez indulte a los presos, una cuestión política que poco o nada tiene que ver con la independencia catalana y su proximidad, lo que no puede ser, no puede ser. Dejen de negar y apuesten alguna vez, ni que sea por variar, por la asertividad, por reconocer que no les salió como esperaban y que ya se pueden dar con un canto en los dientes y dar gracias a Dios porque esto no sea Francia, Alemania o los EEUU.
Pero nada. Todos están en modo Rahola, adoptando la vieja consigna que aconseja firmar lo que sea en comisaría y luego negarlo todo ante el juez. Qué pesadez de gente.
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