Opinión

Níger se hunde en las arenas de la Yihad y del hambre

Hace sólo medio año, el presidente de Níger, Mohamed Bazoum, ocupaba un puesto privilegiado en la mesa; en términos literales, como bien pudo verse durante la cumbre africano-americana de diciembre del 2022. Allí, en medio de un tropel

Hace sólo medio año, el presidente de Níger, Mohamed Bazoum, ocupaba un puesto privilegiado en la mesa; en términos literales, como bien pudo verse durante la cumbre africano-americana de diciembre del 2022. Allí, en medio de un tropel de mandatarios cuidadosamente sentados en torno a la mesa, podía observarse a Bazoum, a la vera del presidente norteamericano Joe Biden.

Lo cierto es que Bazoum parecía haberse convertido en el bálsamo de Fierabrás que calmara las aguas turbulentas de la política nigerina. Níger está inserto en el cinturón del "Sahel"; esto es, la franja que bordea el océano de arena y desesperación que es el desierto del Sáhara ("Sahel", de hecho, significa "costa" en árabe, en su acepción más metafórica); y los países del Sahel parecen estar acosados por un conjunto común de obstáculos.

En primer lugar, la aridez del paisaje dificulta la supervivencia, algo que se prevé empeorará aún más por culpa del calentamiento progresivo del clima. Las altísimas tasas de natalidad, a su vez, contribuyen a agravar esta situación: Níger, por ejemplo, tiene la tasa natalidad más alta del mundo, con siete hijos por familia. Por otra parte, un enjambre enfurecido de grupos yihadistas, muchos afiliados al ISIS o Al Qaeda, recorre la zona como una plaga de langosta, nutriéndose de la juventud frustrada y sin trabajo, imponiendo una justicia y unos servicios sociales paralelos a los del Estado que no obstante pueden acabar en matanzas descarnadas si así lo dictamina el comandante de turno. Finalmente, la región entera parece hacer del golpe de Estado su deporte nacional, generando no pocas dictaduras militares con escaso amor por las libertades civiles.

Bazoum, el regenerador

Níger, sin embargo, estaba empezando a sobreponerse a todos estos problemas. La victoria electoral de Bazoum parecía haber puesto fin al interminable historial de golpes de Estado que caracterizaba al país. El presidente era un izquierdista modernizador que fomentaba la educación femenina y trataba de reducir la tasa de natalidad. Tenía también el apoyo de las fuerzas armadas -que estaban logrando avances contra la marabunta yihadista- y la economía nigerina pasó del estancamiento a marcarse un admirable 7% en porcentajes de crecimiento.

Washington y París miraban con arrobo a este líder que presagiaba una era de estabilidad y modernización. A fin de cuentas, ambas naciones tenían intereses importantes en el país. Francia minaba su uranio a través de las empresas Cominak y Somair, ambas subsidiarias de Orano (sin preocuparse en exceso de pagarle un precio justo al Estado). Por otra parte, tanto los franceses como los americanos mantienen bases militares -que albergan a 1.100 tropas estadounidenses y 1.500 francesas-, desde donde despegan, como aves metálicas de presa, los drones que castigan a las bandas yihadistas de las arenas.

El optimismo de Occidente respecto a las perspectivas de futuro de Bazoum, sin embargo, se vino abajo como un castillo de naipes en medio de una tormenta de arena. El miércoles 26 de julio, unidades de la guardia presidencial, en una curiosa paradoja, pusieron al presidente bajo arresto. 24 horas después, un uniformado embutido en una casaca azul celeste, sentado ante un micrófono, destacaba en medio del tropel de militares con ropas de camuflaje que le rodeaban de pie y con gesto adusto. El golpe estaba siendo anunciado en televisión. Para el viernes, el jefe de la guardia presidencial, el general Omar Tchiani, se autoproclamaba presidente. Mientras tanto, los partidos políticos habían quedado suspendidos.

Motivos para un golpe de Estado

Lo cierto es que la supuesta fortaleza democrática de Bazoum no era más que un espejismo -tan propio del desierto- reflejado en la retina de los dignatarios occidentales. Las fuerzas armadas nigerinas, como ocurría en otras parte del Sahel, estaban divididas en facciones donde no faltaban comandantes que rumiaban su rencor al verse apartados del poder. Era el caso del general golpista Salifou Modi o del propio jefe de la guardia presidencial, el general Tchiani, a quien Bazoum, que ya estaba tratando de reforzar a otras unidades como contrapeso, había pretendido cesar.

En general, flotaba en los cuarteles el mismo efluvio que en tantos países vecinos: la idea de que los políticos civiles eran ineficientes y corruptos en comparación con los flamantes uniformados de boina colorida, camisa atigrada y pistola al cinto; esto, a pesar de que las juntas militares que habían tomado el poder en los países vecinos no habían resuelto el problema yihadista, sino que este, por el contrario, se había agravado conseiderablemente.

Fichas de dominó en el Sahel

El último motivo para el estallido -uno bastante obvio- era el hecho de que Níger era prácticamente uno de los últimos países del Sahel en sucumbir a la tentación del golpe de Estado. En un inusitado "revival" de este fenómeno, los pronunciamientos militares han reaparecido en la vida política de la franja desde el año 2020. Primero fue el turno de Malí, que repitió al año siguiente cuando los propios golpistas decidieron darse un nuevo golpe entre ellos. Luego cayó Chad, donde el presidente autoritario acababa de hacerse matar en un ataque de la guerrilla y su hijo dio un golpe en la primavera del 2021 para asegurarse un traspaso de poderes basado en el apellido antes que en la (dudosa) normativa constitucional. El siguiente sería Guinea Conakry, ese mismo año: su presidente trataba de romper el límite de dos mandatos establecido por las leyes, y los militares del país decidieron echarle a empellones antes de que pudiera lograrlo. Un año después, en 2022, Burkina Faso encadenó dos golpes en menos de nueve meses.

Nada de esto, sin embargo, fue comparable a lo sucedido en las calles color canela de la capital de Sudán, Khartoum, que se ennegrecieron con el humo de los combates cuando las fuerzas especiales, que andaban más bien levantiscas, se enfrentaron al ejército y el golpe derivó en una cruenta guerra civil que no tardó en despertar los enfrentamientos del pasado con otros grupos y etnias que habían vivido oscuros genocidios hacía tiempo.

Esta verdadera traca valenciana de asonadas no dejaba de encerrar una lógica aplastante: la profusión de golpes favorecía que el fenómeno se reprodujera, por imitación, en los países vecinos. De hecho, cuando se produjo el golpe de Níger, el renegado general Modi no tardaría en capitanear una delegación de golpistas nigerinos para visitar a sus homólogos malienses en un intento por acercar posturas entre espadones levantiscos.

El fantasma de la Compañía Wagner

Esta visita despertó en Occidente nuevos temores al espectro que recorría la región: la intervención indirecta de los rusos. Porque en Malí, como en República Centroafricana, Burkina Faso, Libia o Sudán, los rusos habían bombardeado previamente la zona con propaganda antioccidental (la llamada "guerra híbrida" tan propia de tiempos soviéticos) y, una vez triunfaban los golpistas, habían firmado acuerdos comerciales y militares con las juntas militares que tomaban el poder.

Las juntas, por su parte, no tardaban en reñir con las tropas internacionales o francesas afincadas allí para combatir el yihadismo local, y estas acababan marchándose, dejándole su lugar a los rusos. La diferencia con los occidentales es que la presencia rusa no era directa -lo cual permitía a Putin hablar de liberación frente al "neocolonialismo", como proclamó recientemente en una cumbre africana- sino que llegaba en forma de mercenarios adictos; los de la célebre Compañía Wagner.

Los hombres de la Wagner no exigían avances democráticos o sociales a los gobiernos del Sahel a cambio de su colaboración (al contrario que las fuerzas occidentales) y pronto aparecían participando de las salvajes ofensivas gubernamentales al tiempo que se hacían con el control de las refinerías libias, extraían madera y oro de República Centroafricana o se beneficiaban de los fondos reservados malienses. Moscú les utilizaba para extraer recursos (y mitigar las sanciones sufridas a cuenta de su intervención en Ucrania), pero sabía hacerlo de manera discreta.

La mano de Rusia, por ahora, no se percibe claramente en el golpe nigerino, aunque las manifestaciones donde se enarbolaban insignias banderas rusas certificaran que, una vez más, parte de la población había sucumbido al hechizo propagandístico del Kremlin. El líder de la Wagner, Yevgeny Prigozhin, había celebrado la asonada -calificándola de movimiento por la "independencia" y contra los "colonizadores"- y, una vez más, había ofrecido sus servicios, pero es necesario recordar que Prigozhin está caído en desgracia ante el Kremlin desde su reciente amotinamiento. El Ministro de Exteriores ruso Serguéi Lavrov ha condenado el golpe: Moscú se niega a mostrar sus cartas por el momento.

Diferencias en Occidente

La reacción de los americanos ha sido aún más ambigua. Sabedores de que cortar las relaciones con Níger supone cederle ese espacio a los rusos (o a sus mercenarios), han evitado calificar de "golpe" los acontecimientos aunque los hayan condenado, dado que, desde 1986, una ley americana impide proporcionar asistencia financiera a gobiernos golpistas de tipo militar.

Barack Obama, en su día, logró por este medio la cuadratura del círculo a fin de poder apoyar al Egipto del brutal mariscal Al Sisi: bastó con evitar utilizar la palabra "golpe." Sin embargo, es difícil que el Departamento de Estado americano aguante mucho más sin pronunciarse, y esto dificultaría el mantener el soporte económico -más bien extenso- que Washington le extiende a Níger. De momento, los diplomáticos estadounideneses están tratando de convencer (con escaso éxito) a los militares nigerinos para que restauren a Bazoum en su sillón, aprovechando que, de forma algo extraña, los golpistas aún no han tratado de exiliarle o hacerle firmar su dimisión.

Los europeos, sin embargo, han sido mucho más directos. El jefe de la diplomacia de la Unión Europea, el español Josep Borrell, no ha tenido problema en describir a la junta militar con palabras nada amables, y los países miembros (Francia la primera) están evacuando a sus ciudadanos, visto que la embajada francesa no tardó en ser atacada por una turba enardecida.

¿Guerra en el horizonte?

Aún más bravos parecen los planes del Ecowas, el club de países del África Occidental, que aparte de imponer sanciones sobre Níger, han anunciado una posible ofensiva militar para desalojar a los golpistas. La amenaza no es baladí cuando se tiene en cuenta que las tropas del Ecowas ya abortaron un golpe en Gambia en el 2017.

A su vez, reaccionando al modo de hermanos ofendidos, las juntas militares de Malí y Burkina Faso (ambas prorrusas) se han mostrado dispuestas a defender a su nuevo socio nigerino con el fusil en la mano. La situación, en otras palabras, amenaza con derivar en una guerra de pandillas de instituto que añada sangre y miseria al ya abultado historial de méritos políticos del Sahel.

Cabe la posibilidad, aun así, de que el Ecowas no se atreva a dar la orden de avanzar, dada la indiscutible fortaleza militar de Níger, que no es precisamente pequeña y débil como Gambia, y cuyas tropas están entrenadas -irónicamente- por Occidente. Pero todo resulta incierto. Lo único que puede afirmarse con seguridad es que el oasis de la democracia nigerina acaba de disolverse como un destello engañoso, y que el resto del mundo ha de asumir la árida realidad que se ocultaba detrás del mismo.

Apoya TU periodismo independiente y crítico

Ayúdanos a contribuir a la Defensa del Estado de Derecho Haz tu aportación
Salir de ver en versión AMP