La mayoría de las cadenas de radio y televisión españolas conectan constantemente con Burundi, con Malí, con la República Democrática del Congo, con Sudán del Sur. Son raras las tardes en las que no encontramos presentadores y tertulianos en radio o televisión hablando de los casi medio millón de personas de Burundi a los que la violencia ha obligado a huir a otros países y a otras latitudes. No acaban con esa tragedia cuando se cuela un reportero que, desde Malí, cuenta como casi 200.000 personas han abandonado sus hogares por temor a la ola de atentados y de violencia contra la población civil.
Si cambias de cadena, aparece la noticia de que en la República Centro Africana, uno de los países más pobres del mundo, miles de niños se han visto obligados a abandonar sus hogares para escapar del reclutamiento forzoso que les obliga a ser niños soldados, mensajeros o esclavos sexuales. Nada comparado con la información del corresponsal de la República Democrática del Congo, país que lleva en guerra desde 1998 y donde las mujeres son las principales víctimas del conflicto, de tal manera que la mayoría de ellas han sido violadas más de una vez a lo largo de sus vidas. En ese país, tan rico y tan pobre, más de cinco millones de sus habitantes han tenido que huir para escapar de la violencia, del hambre y de la desnutrición.
No se crean lo que he contado más arriba en relación con los informativos y las tertulias de radio y televisión. En las Mañanas de Alsina, en Onda Cero, existe una sección a primera hora de la mañana en la que se informa de algo que la periodista encargada de relatar el hecho del día termina diciendo “pero esto a quién le importa”. Eso de arriba, ¿a quién le importa?
Para aplaudir a tantos y tantos españoles y europeos que nos sentimos heridos en nuestros sentimientos cuando vemos las imágenes por televisión de esos niños y de esas mujeres abandonando sus hogares
¿Significa que no valoro lo que se nos cuenta sobre la atrocidad que Putin está cometiendo con los ucranianos? Escribo estas líneas para solidarizarme con quienes hacen un esfuerzo diario para contarnos la crueldad de Putin invadiendo Ucrania. Para aplaudir a tantos y tantos españoles y europeos que nos sentimos heridos en nuestros sentimientos cuando vemos las imágenes por televisión de esos niños y de esas mujeres abandonando sus hogares y sus parejas -si son hombres en edad de combatir- para marchar allí donde alguien desde el Estado o desde la solidaridad individual esté dispuesto a proporcionarles techo, comida, trabajo y algo de paz.
El gobierno español en un gesto que le honra ha decidido conceder inmediatamente permiso de residencia, sanidad, alojamiento, trabajo, educación y apoyo financiero a los ciudadanos ucranianos que en estos momentos se encuentran en situación irregular en nuestro país. Son ciudadanos que ya vivían en España antes de que Rusia decidiera invadir Ucrania.
La decisión del Consejo de Ministros merece nuestro aplauso. Mayor sería si esa medida se hiciera extensible a los ciudadanos del Sahel que por causa de la guerra viven hoy la crisis de desplazamiento de mayor intensidad del mundo. Es tal la violencia en esa zona del mundo que todo indica que lejos de disminuir irá en aumento. El informe de Ayuda de Emergencia de la ONU es demoledor. Según ese informe, casi 15 millones de personas en Níger, Malí y Burkina Faso necesitarán asistencia humanitaria, lo que supone un incremento de cuatro millones más con respecto al año anterior. Esa asistencia humanitaria tiene como destinatarios a mujeres y niños que un año más siguen sufriendo la violencia sexual, los abusos, la explotación, los matrimonios forzados y la trata de personas.
La diferencia de trato
La verdad es que no sé qué rompe más el corazón, si el llanto de una niña ucraniana que pide no morir y el fin de la guerra o la mirada de espanto con grandes ojos de un niño negro envuelto en una manta de la Cruz Roja española. Ambos piden ayuda. La niña ucraniana con su voz entrecortada por el sollozo. El niño negro con la mirada que parece interpelarnos por las razones de la injusticia.
Esta mañana me ha emocionado oír la alegría de un niño ucraniano que ya en España aprende rápidamente palabras en español, que ríe y que juega con niños españoles. No he podido evitar acordarme de los subsaharianos que se desangran en sus intentos de trepar por la verja que separa la miseria, el hambre, la violencia y la guerra de la libertad, la alegría, la paz, el afecto y la solidaridad. La diferencia de trato y de acogida entre unos niños y otros, solo puede proceder del color de su piel: unos son blancos y otros son negros.
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