Conocí al radiofonista José Joaquín Iriarte en la redacción de la Cope a principios de los 90. Aquella emisora en la que recalaron -bueno, es una forma de no utilizar otro verbo menos cortés- procedentes de la Ser, Fernando Ónega, Manuel Antonio Rico, González Ferrari y Antonio Jiménez entre otros. Iriarte era un periodista que abría la boca y uno creía estar sintonizando una radio, pero no una cualquiera. Un radio bien dicha -locutada, dicen ahora los que no saben qué es eso-, entonada, pausada, y con un dominio de los silencios y el uso de las sintonías verdaderamente singular.
Verano de 1991. Me piden que refuerce el fin de semana y allí que me encuentro a José Joaquín, al que había conocido en el gran informativo despertador Matinal Cadena SER. Aquel Matinal de aquella Ser que todavía no había comprado a precio de saldo Polanco -eso vino más tarde- y en la que España entera se despertaba con la voz clara del periodista navarro dando fe de una Transición que boqueaba, bien fuera por el trabajo de la ETA, el Grapo o los de Cristo Rey…o por la propia coyuntura. La coyuntura era una palabra que aprendíamos con cierto arte y entusiasmo los periodistas y que nos ahorraba muchas explicaciones cuando queríamos decir lo mal que estaban las cosas. Coyunturalmente, vaya.
-Cierto, amigo, coyuntura por aquí, coyuntura por allá. Era aquello como eso que se dice tanto ahora para enfatizar algo: tengamos altura de miras.
-Bueno amigo Cotufo, no doy con lo que quieres contar. Arriba hablas de un perro que se hincha y luego del radiofonista Iriarte en la Cope, Ser…
-Periodista, radiofonista y locutor, que todo eso era.
-De acuerdo, pero vuelve al cuento. ¿No te gusta tanto el Quijote?
-Si. Y qué ha de ver el Quijote con lo que dices.
-Llaneza, muchacho, no te encumbres, que toda afectación es mala…¿A que te suena?
-No me encumbro, pero recuerdo muy bien que en 1991 España, aunque ya estaba en las Comunidades Europeas, en lo informativo aún era presa de la inercia que marcaba el franquismo en verano. Pocas noticias, menos política, mucho color y muchas serpientes de verano. O sea, dejen que el personal disfrute de sus vacaciones, parecían decirnos. Y eso me recordaba el consejo de un editor de periódico en Cataluña que le tenía dicho a su director que hiciera la portada que quisiera con tal de no amargar el desayuno al lector. El editor sigue ahí, y el periódico también, haciendo esfuerzos para no amargar los desayunos de los que quieren mal a España…Para qué seguir, ¿no te parece?
-Me parece que estabas en lo que estabas y ya no estás.
-Decía que Iriarte quería hacer periodismo incluso en un fin de semana del mes de agosto, y esa fue una lección que nunca olvidé y que me impidió que, en otros momentos de responsabilidad, vagueara en similares circunstancias.
Propaganda y noticia
Con el tiempo uno descubre que hay noticias siempre, sobre todo si no olvidas lo que L.E. Edwardson, del Chicago Herald, escribió en una de sus columnas: "Una noticia es aquello que alguien no quiere que se publique. El resto son relaciones públicas". O peor aún, propaganda, como la que gastan los becarios de Moncloa este verano.
-Te recuerdo y, a estas alturas te estará recordando el lector, eso de llaneza, muchacho…
-Hinchar el perro es una expresión que escuché por primera vez a José Joaquín Iriarte. Y a eso me dedique casi todo el mes de agosto de hace 30 años. Y allí estaba, hinchando un teletipo sobre el enfriamiento de la economía o los preparativos de los Juegos Olímpicos de Barcelona. Así hasta que el 19 de agosto miembros del Gobierno de la URSS y del KGB depusieron brevemente al presidente Gorbachov. ¡No queríais noticias, pues tomad noticias! Y ya no hizo falta hinchar el perro, claro. Ni aquel año ni todos los que vinieron después. Y eso que hoy uno tiene la impresión cuando va al quiosco y pide el periódico que la Hoja de su parroquia pesa más y lo dan gratis.
Un año en el Golfo
-Siempre nos queda el raca raca del independentismo y el previsible trato de favor a Cataluña y el País Vasco con los fondos europeos que van a llegar. Y nos queda el Emérito, un cajón inagotable de noticias porque inagotables son sus correrías. Hace exactamente un año que se fue a Abu Dabi y nadie sabe cómo y cuándo volverá. El domingo pasado un periódico aseguraba que 'su sentido de servicio a la Corona" hace difícil saber cuándo pisará España. Y esto, ¿no es hinchar el perro, querido amigo?
-Lo es, lo es. ¿Permites una pregunta antes de decirte adiós? Quiero preguntarte por los gustos cinematográficos de Juan Carlos I. ¿Los imaginas? Desde luego no son cintas de Alain Resnais, David Lynch o Tarantino…
-¿Y?
-El domingo, José Antonio Zarzalejos contaba que antes de marcharse de España estando en la casa de un buen amigo gallego, y como éste lo viera algo mohíno, ido, ausente, tristón, le propuso ver una película.
¿Y…?
-Pues que le pusieron una peli de Alfredo Landa dirigida por Rafael Gil y basada en un libro de ¡Fernando Vizcaíno Casas! La cinta en cuestión con la que el Emérito pasó el tiempo y cuentan que disfrutó de lo lindo viendo a Landa y a Manolo Codeso se titula Las autonosuyas.
-¿En serio? Pues como abrochaba Fraga sus circunloquios, y pensando en el cine que ve el Rey viejo, no tengo más que decir, salvo que cuanto más sabemos de él más y mejor encajan las piezas. Y hasta puede que el Borbón pensara que lo de las autonomías era cosa de otro momento y no siendo él mismo el Jefe de Estado.
-Puede, puede. Y para terminar esta Cotufa mercurial -que en miércoles se publica- ¿no tendrás por ahí alguna recomendación para la lectura, algo que no me complique mucho el verano, algo que no se note mucho que el autor hincha el perro con su historia al modo que tu gastabas hace treinta años…?
-¡Hace treinta años y ahora! Pues mira, sí. Dos libros. Uno para gozar con un suceso mal contado en España que pudo cambiar su Historia de no ser porque Carlos I, hijo que fue de Juana la loca, hizo decapitar en Villalar a Juan de Padilla, Juan Bravo y Francisco Maldonado. Castellano, el último libro de Lorenzo Silva, una visión poética y nada nacionalista de la pujanza de Castilla y su posterior destrucción hasta llegar a hoy, o dicho de otro modo: "De cómo de buenos y malos españoles hemos pasado a buenos y malos vascos a catalanes", que es lo que afirma Lorenzo en una entrevista. Castellano se lee bien, pero no se lee fácil si el lector se toma en serio su trabajo.
-¿El otro?
-El otro sólo te lo apunto y lo dejamos para la próxima Cotufa. Lo ha escrito Daisy Dunn, Bajo la sombra del Vesubio. Vida de Plinio. Un viaje al Imperio Romano del Siglo I d.C. contado -con llaneza y sin afectación- por los dos Plinios, el joven y el viejo. O sea, el tío y el sobrino. El viejo dejó escrito esto: "Si ni el fuego, ni la guerra, ni el colapso general han logrado destruir el mundo, estoy convencido de que la avaricia del hombre lo conseguirá". A Plinio el viejo lo mató el Vesubio en su erupción del año 79.
En esa época Marcos estaba escribiendo su Evangelio, el más antiguo de los cuatro. De modo que ya ves qué claras tenía el viejo Plinio sus ideas sin necesidad de reparar en el nuevo Dios. Cuándo hablamos de modernidad, dime amigo, ¿de qué estamos hablando?
De esto y otras razones hablaremos la semana que viene.
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