La campaña institucional que se ha lanzado en Galicia con motivo del 25-N es una de las campañas más sinceras de las últimas décadas sobre la violencia contra las mujeres, pero es mucho más que eso. Es el reconocimiento adulto de que existe el mal en el mundo, y de que la magnitud de muchos males jamás podrá reducirse a cero.
Es también -podría ser- uno de los mensajes políticos más responsables y necesarios de las últimas décadas. Una campaña para visibilizar la violencia contra la realidad que se comete cada vez que alguien sostiene sobre algún mal que "no debería pasar", y que si pasa es porque no nos esforzamos lo suficiente para erradicarlo.
Hay niños que humillan constantemente a otros niños, o lo que es peor, que ven esas humillaciones y no hacen nada. No debería pasar, pero pasa.
Hay chavales que comienzan a abusar de las drogas a edad temprana y acaban muertos, o lo que es peor, desperdiciando su vida. No debería pasar, pero pasa.
Hay hombres que se juegan todo lo que tienen y aún peor, lo que no es suyo, en una apuesta suicida. No debería pasar, pero pasa.
El efecto de todas las campañas para prevenir la drogadicción, el alcoholismo, el acoso escolar o la adicción al juego es limitado. Decimos que deberían funcionar siempre, pero sabemos que no funcionan del todo. Y no funcionan porque se dirigen a conceptos borrosos como la voluntad, el libre albedrío o la racionalidad, mucho menos determinantes de lo que se suele pensar ante las predisposiciones naturales de cada uno.
No es extraño, en un mundo en el que la naturaleza ha asignado una cuota fija a la violencia, que haya crímenes en los que la víctima es una mujer; lo extraño sería que sólo hubiera víctimas masculinas
Hay robos en los aeropuertos, y por eso nos recuerdan por megafonía que no perdamos de vista el equipaje. Hay estafas por internet, y por eso sabemos que debemos ser cuidadosos con nuestros datos. Hay, en fin, barrios peligrosos por los que deberíamos poder pasear tranquilos; pero sabemos que es mejor no hacerlo, y sabemos que es mucho más eficaz dirigirse a la potencial víctima que al potencial agresor.
Y hay agresiones a mujeres, claro. Asesinatos, abusos, golpes, maltrato. Cómo no va a haberlos. No es extraño, en un mundo en el que la naturaleza ha asignado una cuota fija a la violencia, que haya crímenes en los que la víctima es una mujer; lo extraño sería que no los hubiera. Que dentro de la excepcionalidad permanente de la violencia en sociedad sólo hubiera víctimas masculinas.
Hay, en resumen, dos visiones sobre el mundo. Una es la que produce mensajes como "No debería pasar, pero pasa". Esta visión permite y exige hacer dos cosas. En primer lugar, entender cuál es la cuestión de fondo y cuál es el problema. "No debería pasar" va acompañado de una condición, aunque en el mensaje institucional no aparezca. Es aconsejable explicitarla: "No debería pasar si fuéramos seres puramente racionales, y si además la razón fuera suficiente para evitar hacer el mal". Pero esta doble condición no forma parte de la naturaleza humana. Y por eso pasa.
Esto no significa que no se pueda hacer nada. Al contrario, lo esencial para poder hacer algo y para que ese algo tenga alguna posibilidad de éxito es, como decíamos, entender el problema y la cuestión de fondo. El mal existe, y en su existencia la naturaleza juega un papel mucho más importante que la educación. Por eso la segunda tarea que permite y exige esta visión del mundo es la de analizar y acotar el mal para centrarnos en lo que sí puede ser útil. Tal vez la mayoría de asesinatos en los que la víctima es una mujer son producidos por su pareja, pero lo que es seguro es que la inmensa mayoría de los hombres no asesina a su mujer, y acusarlos a todos de ser parte del problema no sirve para nada (aunque hay mucha gente que sabe sacarle provecho).
Pam sintetizó hace unos días esta visión con una claridad y concisión ejemplares. "El mensaje que tenemos que lanzar como instituciones a la sociedad es: violadores, dejen de violar""
Se puede analizar cuáles son los patrones que sí aparecen consistentemente en una parte importante de las agresiones contra mujeres. Se puede definir de manera más o menos objetiva qué significa "violencia" cuando hablamos de violencia contra las mujeres. Y se puede estudiar qué es lo que lleva a alguien a agredir a una mujer. Éstas son algunas de las cosas que se podrían hacer si el intento de reducir la magnitud del problema fuera honesto.
Pero decíamos que hay una segunda visión del mundo. Ángela Rodríguez, secretaria de Estado de Igualdad y contra la Violencia de Género, sintetizó hace unos días esta visión con una claridad y concisión ejemplares. "El mensaje que tenemos que lanzar como instituciones a la sociedad es: violadores, dejen de violar".
Pam, solucionado. Ni en las parodias más exageradas podrían crearse personajes tan inverosímiles como los que pueblan las dos mitades de este Gobierno. Tal vez no deberíamos elegirlos para liderar un país, pero los elegimos. Y también en este asunto es mucho más útil intentar entender las causas que conformarse con el énfasis, el lamento y el aspaviento.
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