Mucho se está hablando en estos días del impacto económico de la guerra. Es natural que queramos conocer de antemano lo que puede suponer, cuánto va a costar, cuánto supondrá en desempleo o cuál será el efecto en la inflación.
Sin embargo, es demasiado pronto para poder averiguar dicho efecto; es aún muy pronto para conocer la respuesta a tales cuestiones. Las variables que pueden influir en la estimación de dicho efecto son muy numerosas, muchas no económicas y todas sometidas a una enorme incertidumbre. Solo podemos evaluar consecuencias si de antemano definimos los posibles escenarios, y aún logrando tal proeza, seguirá siendo muy complicado.
No obstante, no han sido pocas las instituciones que se han atrevido a ello. Hay estimaciones del BBVA Research, de CEPREDE o del Banco Central Europeo. También de la OCDE o del FMI. En este caso, la heterogeneidad de las predicciones es enorme, yendo de décimas de crecimiento a varios puntos porcentuales para un mismo país. Respecto a la inflación, va desde algún punto en la inflación media para el año, a varios de ellos. Es normal esta variedad, ya que en función de dichos posibles escenarios las consecuencias evaluadas y estimadas pueden ser muy diferentes.
Y es que no puede ser de otra manera. Así, ahora mismo, sabemos que el impacto económico que puede tener la guerra en Ucrania, además de las medidas aplicadas para aislar económicamente a la Rusia de Putin pueden venir por diversos canales. Y cada uno de estos canales aporta su propia complejidad en ser evaluado.
Una inflación que debería haberse moderado ya en marzo, muy posiblemente se va a ver arrastrada a una nueva subida que la dejaría cercana a los dos dígitos, algo que psicológicamente puede ser devastador
Por ejemplo, y en el caso de España, estos efectos son muy diferentes en función de en cuál de estos canales nos centremos. Concretamente, el impacto tendrá varios frentes. El primero de ellos, y más fácil de ver, es a través de los precios energéticos. Este impacto, que ya veníamos sufriendo desde el año pasado, se ha intensificado a principios de marzo como consecuencia de la reacción del mercado ante los eventos que conocemos. Aunque dada la confluencia de otros factores, como la menor contundencia en las limitaciones a la importación europea de petróleo y gas ruso, los confinamientos de China o el aumento de reservas comunicado por el gobierno de los EEUU y que alivió la semana pasada el aumento de los precios del petróleo, el impacto no dejará de ser duro. Una inflación que debería haberse moderado ya en marzo, muy posiblemente se va a ver arrastrada a una nueva subida que la dejaría cercana a los dos dígitos, algo que psicológicamente puede ser devastador. Por ello, las consecuencias no serían menores, reduciendo de forma significativa el crecimiento esperado para este año.
Pero este efecto sería tanto menor cuanto más rápidamente volvieran los precios a los niveles previos de la guerra. Sin embargo, dichos niveles ya eran de por sí elevados y solo una bajada intensa dejaría a la economía en vías de seguir con su marcha de crecimiento sostenido e intenso, algo que ahora mismo se nos antoja poco probable.
En segundo lugar, el efecto que quizás sería menor en nuestro país es el de contagio vía balanza comercial. Nuestra economía tiene una exposición no despreciable, pero mucho menor que la de países del centro de Europa. Nuestras exportaciones e importaciones de y hacia Rusia y Ucrania, aunque no nulas, no son comparables a la de otros países. Así pues, esta menor exposición justifica que nuestra economía resultará mucho menos afectada que otras con mayores vínculos comerciales con el epicentro del conflicto.
La previsible subida de tipos que deberá realizarse a menos que experimentemos una corrección rápida de precios, que se antoja complicado, tensará mucho más a las economías que soportan un fuerte endeudamiento
En tercer lugar, el sistema financiero está actualmente sometido a una fuerte tensión. Las sanciones a Rusia, aunque golpearán fuerte a esta economía y a su moneda, el rublo, no es indemne para el resto de las economías. Además, la previsible subida de tipos que deberá realizarse a menos que experimentemos una corrección rápida de precios, que como he avanzado, se antoja complicado, tensará mucho más a las economías que soportan un fuerte endeudamiento. Es cierto que en estos años dicho endeudamiento se ha “blindado” mediante la refinanciación de deuda a corto a deuda a largo, además de que, de momento, no se esperan subidas demasiado elevadas en tipos. Pero apartar a los bancos rusos del sistema, un más que probable “default” de la moneda de este país y la subida de la inflación que podría venir acompañada de subida tipos conforman un cóctel peligroso para un sistema financiero global con una elevada interrelación.
Por todo lo anterior, y mucho más, comprenderán que cuando a algunos nos pregunten cuánto va a ser el impacto económico de la guerra respondamos que no lo sabemos muy bien, por muchas cifras que empiecen a aparecer. Igual pasó en los inicios de la pandemia, incluso siendo en aquel momento una crisis muy previsible. Imaginen en este caso donde la incertidumbre es absoluta. Y como nadie tiene una bola mágica de cristal, lo que ocurra solo lo sabremos con el tiempo.