Opinión

No es no

La Ley del solo Sí es Sí ha terminado siendo un escombro legislativo y una ruina política, una vía de agua en el Titanic de la coalición sanchista

Podemos, el partido, irrumpió con un lema pegadizo y sin duda inteligente: “¡Sí se puede!”. Inteligente porque en realidad no se comprometía a nada mientras se ofrecía como dilatado baúl de los deseos donde cada quisque podía meter el suyo, en la serena seguridad de que más temprano que tarde el nuevo partido haría el milagro para que, de una vez, se pudiera ejercer la autodeterminación nacional y de género, la muerte del capitalismo, el final del trabajo, la guerra y el maltrato animal más la felicidad garantizada por el Estado de Ocio, hasta lograr la extinción de la derecha y la belleza de las vacas volando en crepúsculos repletos de arcoíris filmados por Almodóvar.

De “solo Sí es Sí” a No es No

Si un proyecto de Ley ha resumido esta promesa de felicidad es la llamada Ley del Sí es Sí, o Ley Montero. Y si alguna ley ha puesto en evidencia el disparate de fondo que sustentaba todo esto ha sido también esa misma ley, convertida en Ley del No es No. Amenazado por la fronda electoral de mayo, Sánchez se ha visto obligado a rectificar una Ley que, según dijo él mismo con esa megalomanía narcisista y psicopática que le caracteriza, iba a ser pasmo del mundo, objeto de deseo y copiada por todos los aspirantes al título de “democracia progresista”, que solo el sanchismo dispensa.

Sánchez se ha visto obligado a rectificar una Ley que, según dijo él mismo con esa megalomanía narcisista y psicopática que le caracteriza, iba a ser pasmo del mundo, objeto de deseo y copiada por todos los aspirantes al título de “democracia progresista"

Terrible frustración: como corresponde a una ley donde todo es mentira, desde su presunta necesidad a su fin de proteger a las mujeres (convertidas en perpetuas menores de edad bajo tutela estatal), los únicos beneficiarios son los violadores y delincuentes sexuales que han visto inevitablemente rebajada su condena o han sido puestos en libertad sin más. Ni sabemos cuantos acabarán siendo, aunque algunas estimaciones calculan varios miles. La sociedad española, tan acomodaticia a las trolas de su clase política mientras no le toquen las vacaciones, ha pasado del estupor a la indignación. El falaz y mentiroso “solo Sí es Sí” ha pasado a ser “No es No”: no a premiar a los delincuentes sexuales; no a confundir el ligoteo juvenil con violación en puertas; no a calumniar a los jueces que se limitan a aplicar la ley; no a la máquina de mentir llamada Ministerio de Igualdad, refugio de inquisidoras de género que se ríen del delito que dicen prevenir mientras lo promueven para justificar su existencia parasitaria. Por primera vez, la supresión de un ministerio orwelliano se ha convertido en test de regeneración democrática.

Aunque el Gobierno Sánchez haya cometido todas las tropelías imaginables contra la democracia, salvo dar un golpe de Estado abierto y sincero, ha pisado el terreno minado de la solidaridad sentimental

Sánchez se ha dado de bruces con el rechazo de la opinión pública, e incluso con la dolorosa chacota de una prensa internacional que siempre ha tendido a justificarle. ¿Se podía saber también? Pues sí: aunque el Gobierno Sánchez haya cometido todas las tropelías imaginables contra la democracia, salvo dar un golpe de Estado abierto y sincero, ha pisado el terreno minado de la solidaridad sentimental en una sociedad tan dada a compartirla como es la española. Muchos ciudadanos no acaban de ver o de entender que se amnistíe por vía de fraude de ley a los malversadores y separatistas, se asalte el Poder Judicial y se nombre un Constitucional de exministros y asesores o aberraciones políticas parecidas, pero ¿liberar antes de tiempo a violadores y abusadores sexuales condenados y reincidentes? ¡Eso nunca!

Sánchez se ha beneficiado del extendido error en ver la Ley del solo Sí es Sí como la chapuza jurídica de unos indocumentados, un estropicio legislativo que unos cuantos catedráticos de Penal arreglan en un plisplás. Pero nunca ha sido así. Para Podemos, esta ley es -no me voy a aburrir de repetirlo- un avance de la ingeniería ideológica y el autoritarismo iliberal de su proyecto político. Sabían perfectamente que la entrada en vigor de la ley rebajaría pena a muchos violadores condenados, y lo defendieron -con un par- en nombre de la reinserción y la justicia no punitiva. Buscaban la ampliación del concepto de delito sexual, extendido más allá de la violación, estupro o abuso anteriores.

Mentir por sistema no funciona todo el tiempo

La alegación de que esta ley introducía la obligación de consentimiento para tener relaciones sexuales es solo una de las muchas mentiras escandalosas que han escoltado el proyecto legislativo. ¿Pero qué se consigue ampliando los tipos penales al precio de reducir las penas para los delitos más graves (rebaja que puede ser temporal)? Pues más poder para el Estado, más discrecionalidad punitiva y capacidad legal de fiscalizar, controlar y tutelar la vida privada, so pretexto de garantizar derechos que ya estaban garantizados.

Ciertamente, a Sánchez y el PSOE este cálculo podemita se la trae al pairo. Su inicial apoyo ciego y entusiasta a la aberración legal perseguía algo más prosaico: achicar el terreno a la derecha. En efecto, la estúpida equiparación de la ideología izquierdista con la protección de derechos sexuales y feminismo ha logrado que pocos se atrevan a discrepar de cualquier iniciativa de izquierda al respecto. Sánchez fue feliz cuando solo Vox y el PP votaron en contra. Fue un Pacto del Tinell en el terreno exclusivo de los derechos sexuales. Incluso Ciudadanos, el partido pollo descabezado por excelencia, votó a favor para ser acogido entre el verdadero progresismo, lejos de la derecha cavernaria.

Para Sánchez parecía una victoria baratísima. Lo que no previó en su ineptocrático autoritarismo es que la Ley era tan mala y perversa como habían advertido juristas profesionales y críticos: lejos de dar más libertad a las mujeres minorizadas, los liberados han sido los delincuentes sexuales, para pasmo de podemitas, ineptos y crédulos en la buena intención de la autoridad. Y es así como la Ley del solo Sí es Sí ha terminado siendo un escombro legislativo y una ruina política, una vía de agua en el Titanic de la coalición sanchista: ya es la Ley del No es No.

Los más inteligentes extraerán de este drama importantes conclusiones: el poder de los gobiernos es limitado; la ingeniería social está condenada al fracaso en las sociedades abiertas; es muy peligroso confundir manipulación de la opinión pública con complicidad y sumisión; no basta con ocupar ministerios para convertir en verdad la vieja patraña de “asaltar los cielos”, con la que irrumpió en los despachos la troupe podemita acompañada por los palmeros del eterno radicalismo pequeño-burgués.

No, no todo es posible solo por tener el poder político; de hecho, solo son posibles unas pocas, y solo funcionan si son razonables. Es, en última instancia, la gran ventaja de las democracias y la clave de su superioridad.

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