Opinión

No estoy pidiendo que nos den las gracias

La superstición izquierdista y la aberración fofa o buenista están muy enraizadas en la sociedad española.

Miles de personas en la manifestación del 8M en Madrid EFE/ Rodrigo Jiménez

El Día Internacional de la Mujer bajé hasta el centro del pueblo. Mi paseo vespertino habitual. En la plaza, frente a la estación de tren, encontré una manifestación. A los progres españoles les encanta protestar. En los altavoces, se denostaba el régimen patriarcal, el capitalismo y se berreaba contra lo masculino en general. El barullo era espantoso. Enseñoreaba el griterío un escándalo de tambores; a los progres españoles no puedes ponerle un tambor cerca porque se lanzan enseguida a aporrearlo, como si en ello les fuera la vida (lugar común).

Me acerqué un poco a la turba, pero no demasiado, esas cosas se pegan. Serían unos cien adolescentes, que agitaban pancartas con pasión. Creo que la pasión al agitar pancartas es inversamente proporcional a la inteligencia del que las agita, pero seguro son sólo cosas mías. También pude distinguir, entre el humo y la atroz pastosidad sonora que colmaba la plaza, algunas parejas con niños pequeños a hombros. En estos casos, la pancarta la alzaba el niño. Pobres niños, pensé. No es fácil recobrarse y convertirse en una persona de bien cuando ya desde tu más tierna infancia, como se dice, tus padres conspiran en tu contra.

Los que voceaban por un altavoz instalado en lo alto de la escalera de acceso al bar de la estación, eran muchachas de aspecto falsopobre, mezcla de cabecilla de tribu social y turba antiespañola abertzale. Siempre he encontrado muy curioso que los adolescentes españoles copien la siniestra estética de los filoetarras abertzales. Esos cortes de pelo a sierra eléctrica, esos trozos de excremento petrificado en las orejas.

Producto de un régimen de imbecilización y adoctrinamiento (lo que en España llaman educación pública), ofrecían un espectáculo deprimente, tribal, primitivo

La mayoría de los protestantes pertenecía a lo que he dado en llamar edad pretarada progre, es decir la llamada adolescencia y primera juventud. Que comprende los años anteriores a que se conviertan en adultos progres, es decir, en tarados completos. Qué infortunados muchachos, me dije. Producto de un régimen de imbecilización y adoctrinamiento (lo que en España llaman educación pública), ofrecían un espectáculo deprimente, tribal, primitivo (algunos portaban una especie de antorchas de las que emanaba un humo rojo y espeso) y poco lavado. No eran individuos sino manada ya ideologizada a pesar de su juventud. Diría que en aquella protesta anticapitalista había pocos hijos de obreros, la enorme mayoría eran niños bien. La misma gente que financió y apoyó a los Castro e hizo posible la destrucción de la Cuba republicana, libre y próspera. No la destruyeron los obreros. La destruyeron los burgueses, los ricos, los intelectuales, los políticos corruptos y la claque izquierdista universitaria, cuya influencia es con la mayor frecuencia nefasta.

La esperanza de una España libre, igual y democrática descansa, hasta donde he podido ver, en las escuelas privadas. Es esencial que de ellas salgan nuevas élites que conduzcan por el camino del progreso y la razón al rebaño Agenda 2030 que evacúa el sistema educativo público. Claro que esto es sólo un deseo, la superstición izquierdista y la aberración fofa o buenista están muy enraizadas en la sociedad española.

Pero regresemos a la plaza de mi pueblo. Qué espectáculo necio e innoble. El futuro del país, como se dice, infectado por la ideología más asesina y anti libertaria que ha creado la especie (las montañas de muertos y esclavos más profusas de la historia no son fascistas ni nazis, son comunistas y socialistas), protestando contra el capitalismo, al que deben todas sus opulencias y libertades, y contra el Patriarcado.

Sin el trabajo y el sacrificio de los hombres, las mujeres no habrían podido alcanzar los logros y beneficios que disfrutan en el mundo occidental

El Patriarcado. Escuchemos a la feminista Paglia:“El Patriarcado no existe. Es una estupidez que descalifica cualquier análisis. En Occidente, las mujeres no viven en ningún patriarcado”.

Durante miles de años los hombres nos hemos interpuesto entre las fieras más letales y las mujeres. Hemos peleado, perecido y matado por las mujeres. Durante miles de años. Mientras ellas permanecían a salvo en las cuevas o en las casas. Los hombres hemos levantado las grandes estructuras sociales, arquitectónicas, morales y políticas que han hecho posible la civilización. Hemos librado guerras terroríficas y dejado a millones de jóvenes en campos de batalla en los que se defendía un modo de vida que sentaba las bases de la igualdad de derechos y oportunidades para las mujeres. Sin el trabajo y el sacrificio de los hombres, las mujeres no habrían podido alcanzar los logros y beneficios que disfrutan en el mundo occidental. La píldora anticonceptiva, que liberó a la mujer de la esclavitud reproductiva impuesta por la Naturaleza, la crearon los hombres.

Los hombres han inventado las razones para vivir por las mujeres: el amor romántico, la familia como médula de la comunidad, el concepto de honor y cortesía, la moral; han inventado el orgullo anexo al papel de proveedor al servicio de la familia y han sacralizado la figura de la madre y la esposa. Los hombres han inventado la civilización.

No estoy pidiendo que nos den las gracias. Me conformo con que no nos traten como enemigos o como a animales salvajes.

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