Opinión

No hay líneas rojas

El viernes, dos agentes a bordo de una precaria embarcación de la Guardia Civil fueron

El viernes, dos agentes a bordo de una precaria embarcación de la Guardia Civil fueron arrollados por una lancha de narcotraficantes. Hay imágenes del asesinato. Quienes grabaron y compartieron el vídeo jaleaban a los narcos, silbaban y celebraban la heroica acción de unos arquetipos morales que aún no nos hemos cansado de aplaudir en las producciones audiovisuales. “Maricones”, gritaba uno. “Golazo”, se oía después. Segundos antes, los asesinos hacían trompos y daban vueltas alrededor de la patrullera de la Guardia Civil, una lancha neumática más apropiada para actividades recreativas que para enfrentarse a los narcos. En realidad para los narcos era precisamente eso, una actividad recreativa. Un juego. Del mismo tipo que el de las bandas de asesinos adolescentes que van incrementando los golpes contra las víctimas, siempre indefensas y en inferioridad numérica, hasta que alguno de ellos suelta un golpe mortal.

Enseguida se habló de que el suceso suponía cruzar una línea roja. Era mentira. Creemos que asesinar a dos policías en España es algo muy serio. Que en cuestión de horas las calles van a llenarse de luces azules y rojas, que todas las unidades policiales de todos los cuerpos de seguridad del Estado van a salir a rastrear y a atrapar a los criminales, casa por casa. Que cosas así acaban con golpes durísimos a las mafias. Con narcos, y familiares de narcos, y amigos de narcos justamente aterrorizados. Es mentira. Hemos visto demasiadas series de policías americanos. Es tan falso el mensaje que los principales medios e instituciones nacionales, desde el Ministerio del Interior hasta la Casa Real, hablaban de “fallecimientos” a pesar del historial de la región y a pesar de los vídeos que mostraban claramente el hecho. La lustrosa Agencia Efe iba un poco más allá y lo calificaba de “accidente”.

El mismo día del asesinato el ministro del Interior, Fernando Grande-Marlaska, había estado en Algeciras para felicitarse por los éxitos de su Plan Especial de Seguridad del Campo de Gibraltar. El ministro ha cruzado ya muchísimas líneas que parecían rojas, ha protagonizado interminables escándalos por los que parecía condenado a dimitir. Ésta es una más. El plan especial del Gobierno consiste en desarmar a la Guardia Civil mientras se envían 200 millones de euros a Mauritania.

Hay que asumir que el asesinato de dos policías no supone cruzar ninguna línea roja. Y hay que dejar de hablar de España como si fuera otra clase de país

Esta semana será otra semana cualquiera, a pesar de todo. Porque lo que sea una línea roja no queda establecido por la categoría del crimen, sino por la categoría de la reacción. Si dos policías pueden ser asesinados en España sin que se monte un operativo rápido, preciso y contundente para acabar con los asesinos, con quienes grabaron las imágenes y con quienes se benefician del narcotráfico en la región, entonces hay que asumir que el asesinato de dos policías no supone cruzar ninguna línea roja. Y hay que dejar de hablar de España como si fuera otra clase de país.

En España tenemos un problema con las líneas rojas. No existen. O al menos no existen para el tipo de crímenes que en otros países producirían la reacción esperada. La cultura política que cometió durante décadas los peores crímenes en nuestra democracia no sólo goza hoy de una excelente salud social, sino que está a las puertas de ganar las elecciones en el País Vasco. Fueron crímenes con un propósito claro: empeorar la salud -la social y la real- de sus rivales políticos y mejorar sus opciones electorales. Asesinaron, secuestraron, amenazaron y presumieron de todo ello durante años. Sabíamos quiénes eran, qué es lo que hacían, dónde trabajaban y dónde iban a tomar vinos. Sólo durante unos pocos días, tras el asesinato de Miguel Ángel Blanco, pareció que al fin nos habíamos dado cuenta de lo que era una línea roja, y de lo que debía suponer cruzarla. Fue otro espejismo.

Ando estos días leyendo La abolición del hombre, de C.S. Lewis, y en las primeras páginas hay un fragmento que tiene que ver un poco con todo esto. “Con una especie de terrible simplicidad extirpamos el órgano y exigimos la función. Hacemos hombres sin corazón y esperamos de ellos virtud e iniciativa. Nos reímos del honor y nos extrañamos de ver traidores entre nosotros. Castramos y exigimos a los castrados que sean fecundos”.

Tiene que existir previamente una cultura que fomente y aprecie la verdad, el orden, el honor, el coraje, la justicia y ciertos valores universales

Las líneas rojas existen sólo cuando se cumple una condición. Ha de haber una cultura de respeto a la autoridad, a las instituciones y a la ley, pero por encima de eso -y a veces frente a eso- tiene que existir previamente una cultura que fomente y aprecie la verdad, el orden, el honor, el coraje, la justicia y ciertos valores universales. Esa cultura no se genera sola. Y cuando el Estado, la prensa, los políticos, los profesores y las instituciones nacionales se niegan a poner los medios para generarla, entonces aparecen las subculturas. En el País Vasco surgió una subcultura del asesinato físico y social durante los 80. Ahí sigue. En la región de los narcos ha surgido otra. 

No hay medios materiales para combatir esa subcultura. No hay voluntad política. Pero sobre todo no hay una cultura que vea claramente la línea roja en el momento en que unos salvajes asesinan a dos policías.

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