Hoy, viendo la previsión meteorológica, me he acordado de una frase de George Orwell. Sé que esta afirmación les parecerá, cuando menos, sorprendente. Asociar un tipo tan brillante como el escritor británico con los mapas de isobaras es algo un tanto inesperado.
Pues me ha ocurrido. Sí, y ha sido a raíz de los recurrentes reportajes (repetidos, seriados, aburridos y pesadísimos) sobre la ola de calor que estamos sufriendo.
Me consta que esta circunstancia precisa de una explicación urgente.
Allá va.
En el prólogo que Alfonso Berardinelli le hace a la biografía sobre George Orwell de Crick, afirma que el famoso autor de 1984 es “el mayor escritor político del siglo XX”. Coincido ampliamente con la opinión de Benardello.
Junto con sus conocidas distopías, los ensayos de Orwell son un bálsamo para el intelecto, una referencia obligada para la reflexión sociológica y un catálogo, sublimado por la buena literatura, de sabias reflexiones sobre las consecuencias que acarrea en el ser humano el ejercicio del poder.
De las muchas frases rotundas que podemos extraer de su extensísima obra literaria, les recuerdo ésta:
“Nos hemos hundido a una profundidad en la cual la reformulación de lo obvio es el primer deber de los hombres inteligentes”.
Lo obvio, por definición, es lo que de todos es sabido. Consecuentemente, lo obvio no necesita ser explicado.
De las cosas más obvias para cualquier español, es que cuando hace calor no hay que ponerse al sol. ¿Qué hacemos entonces, dilapidando montañas de dinero público en campañas para informar cómo comportarnos para evitar que “el Lorenzo” se cebe con nosotros? ¿Es realmente necesario organizar campañas carísimas para decirle a la gente que no se ponga a correr maratones en la carretera que une Osuna con Estepa, en el mes de julio, a las cuatro de la tarde? ¿Tenemos una situación económica tan rebosante que nos permite dilapidar partidas presupuestarias en informar de algo que todo el mundo conoce?
La respuesta, obviamente, es NO.
A ellos, que inventaron el gazpacho como combinación inmejorable de refrigerio, placer gastronómico y reposición de oligoelementos, les vienen a aconsejar que tomen bebidas isotónicas
No hay más que ver la cara que se le pone a cualquier lugareño de entornos flamígeros cuando le vienen la pareja de enchufados del ayuntamiento de turno a regalarle botellitas de agua, abanicos de papel o dípticos informativos contra la deshidratación. A ellos, que se levantan antes del amanecer para poder trabajar el campo porque saben que a media mañana ya no hay quien coja un arado porque te achicharras vivo. A ellos, que llevan su sombrero de paja de toda la vida antes de que se pusieran de moda los carísimos panamá. A esa señora que, viviendo en uno de los entornos más soleados de Europa, tiene una piel completamente pálida porque nunca se le ha ocurrido regar sus geranios cuando está dando el sol en el patio de su casa. A ellos, hijos de una tierra que conoce el sol como nadie, le vienen los políticos a decirle que es muy recomendable que se abanique a mediodía. A ellos, que inventaron el gazpacho como combinación inmejorable de refrigerio, placer gastronómico y reposición de oligoelementos, les vienen a aconsejar que tomen bebidas isotónicas.
¿Cómo casa, entonces, esta crítica que acabo de hacer con la afirmación que he ensalzado de Orwell? ¿Es o no es de inteligentes insistir en lo obvio?
La solución a esta cuestión no está en el mensaje en sí sino en el receptor al que va dirigido. No hay que decirles a los españoles de comarcas calurosas cómo deben enfrentarse al calor sofocante ya que poseen un conocimiento, desde siempre, con el que pueden dar lecciones magistrales a sus voluntariosos (pero necios) informadores.
A quien hay que recordarles lo obvio es a los individuos pertenecientes a uno de estos dos grupos:
1.- El integrado por los que no tiene ni pajolera idea de la trascendencia que pueden tener acciones tan incautas como pasear bucólicamente por las rutas del legado nazarí a la hora de la siesta en agosto. A quien hay que darle el “papelito” (con las recomendaciones solares en todos los idiomas posibles) es al que todo lo que conoce de nuestra tierra es la foto de un tipo tumbado al sol en una hamaca con la que lleva años soñando desde sus gélidas latitudes. A quien hay que advertirle es a ese lituano que, cuando sale del aeropuerto y levanta el brazo para llamar al taxi, ya se ha achicharrado la axila. Quizás les parezca exagerado el ejemplo pero la fuente de información procede de un médico (allegado muy próximo) que estuvo a cargo varios años de las urgencias en un afamado centro médico de la Costa del Sol malagueña. Me contaba que conseguir el taxi en medio de una sonada huelga de transporte discrecional le supuso al pálido eslavo quemaduras de segundo grado por todo el cuerpo no cubierto por la ropa. Las ampollas incluyeron la zona axilar, pues lucía una de esas camisetas masculinas de amplia sisa que ilustran perfectamente el concepto de estética de lo kitsch (o, si prefieren, lo que toda la vida se ha llamado “hortera de bolera”).
2.- El segundo grupo es el integrado por los hijos del asfalto nacional, los que salen como locos en vacaciones a exprimir el tiempo lo máximo posible. Olvidándose del mínimo sentido común y sin otra motivación que abarrotar de selfies su instagram, se exponen a los accidentes más absurdos. Entre los menos trascendentes está el terminar como nécoras cocidas embebidas en nitrofurazona al segundo día de comenzar su estancia estival.
Está claro que, para ambos colectivos, se torna como necesaria la reformulación orwelliana de lo obvio. No obstante, y en ambos casos, no habría que tocar la ultrajada cajita del dinero público. Aunque les ponga de los nervios a los amantes del nepotismo, no tendrían que “disfrazarse” de inteligentes seguidores de Orwell y dejar más tiesas de lo que están las arcas de nuestra hacienda colectiva. Y les explico por qué.
El sufrido bolsillo
El primer grupo está perfectamente aleccionado por las agencias de viaje. A ninguna, de ningún país, le renta publicitariamente las fotos de un cliente carbonizado luciendo su doliente combustión como un Ecce Homo y arruinando sus futuras perspectivas de negocio para con sus familiares y/o conocidos. Ellas, por su propio interés, se encargan de suministrar toda esa información sin penalizar a nuestro sufrido bolsillo común.
Los segundos tampoco necesitan la información, ni la contaminante botellita de agua, ni el ridículo sombrerito con el emblema del ayuntamiento de turno. Conocen sobradamente lo correcto, lo aconsejable, lo evidente. Simplemente, les encanta no hacer caso a lo obvio y publicarlo para obtener su perseguido cúmulo de likes. En ellos, obviamente, no habría que gastar un céntimo.
Si los políticos quieren ser inteligentes de verdad hay muchísimas reformulaciones de lo obvio que saldrían completamente gratis, como recordar que no se puede gastar más de lo que se tiene. Obvio.
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