Antaño se decía que los pueblos felices no tenían historia, a diferencia de los infelices con exceso. Hoy podemos decir que los imbéciles, sean pueblos o gente suelta, son infelices por exceso de falsa historia. Falsa historia es el bombardeo retórico de quienes exigen que Felipe VI pida perdón a México por existir (ambos, México y el Rey). México es un país cuyo último problema, si lo fuera, es la conquista de cuando Moctezuma, Hernán Cortés y Carlos I. El verdadero problema es que los problemas verdaderos de México y España sean tapados por uno tan ridículo como ese.
Falsas conquistas y falsas víctimas
Mi intención no es hablar de la obviedad de que no pueden juzgarse moralmente acontecimientos del pasado con valores de hoy; es tan obvio que insistir insulta a la inteligencia. Tampoco de que México no existía cuando la conquista de Cortés, luego no pudo ser conquistado por la misma razón por la que Roma tampoco conquistó una España inexistente entonces, sino pueblos soberanos tan diferentes como íberos, lusitanos y cántabros, vecinos en la península llamada Hispania. También lo sabe cualquier lector de algo más complejo que las pantallas de Tiktok. Sin embargo, creo interesante reflexionar sobre el porqué de esta murga inmisericorde de exigencia de perdón como si los demandantes hubieran padecido en primera persona la amarga conquista, cual guerrero azteca de Tenochtitlan hace cinco siglos.
Obviamente, quienes exigen a Felipe VI que se humille no son aztecas (acaso lo más parecido sean los descendientes del emperador conquistado que ostentan el ducado de Moctezuma). Ni siquiera los marginados hablantes actuales de náhuatl son aztecas ni mexicas precolombinos, cuya existencia prueba que el genocidio español de mexicas es falso, del mismo modo que los vascohablantes actuales -¡ay!- no son vascones de los que encontró Roma (y por cierto, fueron fieles aliados de la Urbe), ni los romanos actuales son los de Publio Cornelio Escipión cuando sometió Numancia a sangre y fuego. El pasado solo vuelve en la ficción y en la estupidez política, que le tiene mucho apego como futuro de pacotilla para incautos. Y esto vale tanto para la Leyenda Negra como para su pegajoso reflejo, la Leyenda Rosa en auge.
Docenas de imperios en plena expansión han sido arrollados por otros más fuertes a lo largo y ancho del mundo, pues parece que imperio e imperialismo son dos formas recurrentes de optimizar el poder político a lo largo de la historia, sea en la Atenas democrática de Pericles, en el México y Perú precolombinos o en la Gran Bretaña de la reina Victoria. ¡Qué le vamos a hacer! ¿Pasarnos la vida pidiendo perdón a descendientes de conquistados, y exigiendo que nos lo pidan los de conquistadores?
Pedir perdón por existir
Sabido todo esto, ¿a quién y para qué le interesa presentar a unos imperios como buenos, el azteca en el caso que nos ocupa, y a otros como malo, el español (con el agravante de que esos mismos niegan que fuera español)?
La clave la da Irene Montero, que ha viajado a México no para liberar violadores, sino para asistir a la toma de posesión de la nueva huey tlatoani de México: se llama Claudia Sheinbaum, y tiene poco en común con los aztecas que pretende representar ante el no invitado Felipe VI como víctima hereditaria de la conquista, pues la señora Sheinbaum es de origen judío askenazi y sefardita, una descendiente de emigrantes europeos del este tan mexica como judío pueda ser el mexicano medio actual (que los hay y de antiguo asentamiento, pero esa es otra historia).
La verdad es que utilizar un mural de Diego Rivera como prueba de cargo contra España es tan riguroso como acusar a los judíos con los Protocolos de los Sabios de Sion
En uno de los tuits que ha publicado para insistir en la exigencia de perdón al rey que detesta, y como si le hubiera conquistado personalmente a ella, Irene Montero posa ante un mural negrolegendario de Diego Rivera que denuncia las sevicias de la conquista. Toda conquista registra violencia, crueldad e injusticias, incluida la azteca de sus vecinos y la española de los aztecas. El caso es que Diego Rivera, notable muralista de gran éxito, era tan mexica como Irene Montero, aunque también era comunista. Y como ella, Rivera detestaba a sus antepasados españoles y cultivaba una identidad indigenista impostada (como artista se formó en España, Italia y Estados Unidos). La verdad es que utilizar un mural de Diego Rivera como prueba de cargo contra España es tan riguroso como acusar a los judíos con los Protocolos de los Sabios de Sion. No sé si esto le gustaría a la señora Sheinbaum, aunque es cierto que el cinismo político convive sin problemas con la disonancia cognitiva y la doble moral.
El nacionalismo mexicano, como todos, vive de explotar un lamentable relato victimista tan falso como un mariachi chino
La paradoja es que la señora Sheinbaum se beneficia en persona del mayor acierto de la política imperial española de entonces: fomentar el mestizaje. El mestizaje facilita que la descendiente de emigrantes askenazis del remoto Báltico se integre en una sociedad mestizada como la mexicana, nacida de la conquista, y no entre sus clases bajas o los marginados de origen nativo, sino entre la oligarquía política dirigente que lleva décadas saqueando México.
Así que la presidente debería estar más bien agradecida por la conquista. Si no lo está es porque el nacionalismo mexicano, como todos, vive de explotar un lamentable relato victimista tan falso como un mariachi chino, donde a España le toca representar el papel de villano para justificar los fracasos de doscientos años de soberanía mexicana tras la liquidación de Nueva España, fracasos que incluyen el maltrato sistemático de la élite criolla a los nativos de la antigua república de indios de la época virreinal, con verdaderos genocidios como el de los apaches del norte o las guerras Yaqui (naturalmente, también atribuidas a intereses extranjeros).
¿Y a la señora Montero, qué le importa todo esto si no es mexicana? Que comparte el relato antimonárquico e hispanofóbico, falsamente republicano, elegido por los comunistas actuales para sustituir el arruinado mito de la revolución proletaria por el resentimiento étnico. Útil relato que habría horrorizado a Dolores Ibárruri (comunista y patriota), pero que les permite compartir espacio con los separatistas y, de ese modo, acumular fuerzas para asaltar el Estado democrático siguiendo a Pedro Sánchez. Cerrando el bucle, los mismos que acusan de conquista genocida a una España, que según ellos no existía cuando hizo tal conquista, esperan ahora desmontar la España que sí existe tirando del ariete de la Leyenda Negra. Y Felipe VI es la clave simbólica de la bóveda llamada España. Esperemos que nadie pida perdón por él, porque sería lo mismo que excusarse por existir y tener historia.