La semana pasada fue declarada festiva en Solingen, una pequeña ciudad alemana a medio camino entre Dusseldorf y Wuppertal. La razón de la fiesta era que en 1374 los condes de Berg concedieron a Solingen el “Freibrief” o carta de libertad, una especie de fuero que los señores del antiguo Sacro Imperio concedían a algunas ciudades dentro de sus dominios. Este año se cumplía, por lo tanto, el 650 aniversario de aquella carta de libertad y el alcalde, que es del SPD, decidió organizar un festival musical para celebrarlo. Decidió llamarlo festival de la diversidad porque Solingen es una ciudad realmente diversa, aproximadamente un tercio de sus 160.000 habitantes son extranjeros.
Pero Solingen no es conocido por eso, sino por los cuchillos que se fabrican allí, célebres por su calidad desde hace siglos. El sobrenombre de la localidad es “Klingenstadt”, es decir, la ciudad de las cuchillas. Los habitantes de Solingen se sienten muy orgullos de fabricar los que aseguran que son los mejores cuchillos del mundo. Algo parecido a lo que sucede en España con las navajas de Albacete, ciudad de gran tradición cuchillera. En Solingen es todavía más acusado porque una cuarta parte del PIB local se debe en exclusiva a la fabricación de cuchillos. No es casualidad que en el escudo de la ciudad presente dos espadas cruzadas.
En resumidas cuentas, que en ningún lugar de Europa un apuñalamiento podía resultar más paradójico que en Solingen. Aquello no es como el Reino Unido, donde adquirir un simple cuchillo de cocina implica recorrer varios establecimientos y pasar un estricto control de edad. En Solingen se pueden comprar en cualquier parte y es hasta tradicional ir de visita y adquirir un juego de cuchillos porque son algo más baratos y la oferta es infinita. Al presunto asesino, en definitiva, no le debió costar demasiado hacerse con el cuchillo con el que perpetró el crimen. Un cuchillo, por lo demás, no muy largo, de sólo 15 centímetros de hoja y, por tanto, fácilmente escamoteable en la ropa.
Su forma de proceder fue simple. Aprovechó que había un concierto en una plaza céntrica conocida como Fronhof, se acercó hasta allí y aprovechando que estaba llena del gente empezó a apuñalar a diestro y siniestro. No lo hizo de forma desordenada. Se acercaba y atacaba directamente al cuello. Así fue como acabó con la vida de tres personas (dos hombres y una mujer) e hirió a otras ocho. Cuando vio que el pánico se había apoderado de la plaza se marchó confundido entre la multitud. La noticia pasó inmediatamente a las agencias y nos enteramos todos junto con vídeos y fotografías que los testigos subieron a las redes sociales.
Iba desarreglado y con la ropa manchada de sangre. Le tenían acorralado porque en la huída se había quitado la chaqueta junto a su documentación. El detenido se llama Issa Al Hassan y nació en Siria hace 26 años
La gente está muy sensibilizada en Europa con este tema y no es casual que así sea. Ha habido varios ataques con cuchillo en los últimos meses. El de Southport en Inglaterra fue hace sólo un mes y vino seguido de diez días de manifestaciones y disturbios. En España hace unos días tuvimos que lamentar la muerte de un niño de 10 años que fue apuñalado por un vecino en un pueblo de Toledo. A finales de mayo sin salir de Alemania, en la ciudad de Mannheim, hubo seis heridos en otro apuñalamiento, esta vez a plena luz del día. Una organización anti islámica colocó un puesto informativo en una plaza céntrica, apareció un tipo armado con una daga, un islamista afgano concretamente, y apuñaló a uno de los del puesto. Cuando intervino la policía el atacante hirió mortalmente al agente en el cuello.
A diferencia del de Mannheim, el asesino de Solingen no fue detenido en la escena del crimen. Consiguió huir y se mantuvo durante 24 horas vagando por la ciudad. La policía desplegó un gran dispositivo de búsqueda y el sábado por la noche consiguieron arrestarle. Se entregó sin ofrecer resistencia. Iba desarreglado y con la ropa manchada de sangre. Le tenían acorralado porque en la huída se había quitado la chaqueta junto a su documentación. El detenido se llama Issa Al Hassan y nació en Siria hace 26 años. Entró en Alemania desde Bulgaria en diciembre de 2022 y pidió asilo político en la ciudad de Bielefeld que está a hora y media al norte de Solingen.
Seis meses tardó oficina federal de migración y asilo en resolver su solicitud. Resolvió finalmente que no tenía que pedir el asilo allí, sino en Bulgaria, país por el que había entrado en la UE. Se pusieron en contacto con los servicios búlgaros de migración para que lo aceptasen y fueron a buscarle al centro de refugiados para proceder a su deportación a Bulgaria, pero se había esfumado. Meses más tarde, cuando la orden de deportación había prescrito, reapareció y pidió protección subsidiaria al Estado alemán ya que su país se encuentra en guerra. La administración se la concedió y le facilitó una plaza en un centro de acogida de Solingen.
Órdenes de no resistirse
No se sabe lo que hizo desde que su solicitud de asilo fue rechazada hasta que reapareció para pedir la protección. Tampoco a qué se dedicó durante esos meses en Solingen. Los especialistas de la policía creen que durante ese tiempo se radicalizó y planeó el ataque. Barajan incluso la posibilidad de que Al Hassan llegase a Alemania formando parte ya del Estado Islámico y simplemente esperaba el momento adecuado para actuar. Creen esto por el modo en el que manejó los cuchillos en el atentado. Fue directamente al cuello con soltura y precisión. El hecho de que no costase detenerle también es llamativo. Quizá tenía órdenes de no resistirse. De este modo salvan a un operativo y consiguen que entre en una prisión alemana donde puede adoctrinar a otros presos.
No es que se conozca todo el mundo en ciudades así, pero no es fácil esconderse… si te están buscando. Pero a Issa Al Hassan nadie le estaba buscando
El hecho es que Al Hassan no estaba fichado por la policía, pero el Estado Islámico asegura que es uno de sus militantes en Europa y que hizo eso para vengar a los palestinos. Si es cierto esto, el apuñalamiento de Solingen pone dos problemas sobre la mesa. El primero, que el sistema de asilo es un auténtico desastre por el que se puede colar cualquiera. El segundo que el Estado Islámico sigue ahí aunque exista la convicción de que ha sido derrotado. Sobre esto los alemanes se preguntan con razón varias cuestiones:
La primera como pudo tardar tanto la administración en responder a la solicitud de asilo. Nada menos que seis meses… y para decidir que tenía que ser devuelto no a Siria, sino a Bulgaria. En este caso, las autoridades búlgaras respondieron favorablemente a la acogida pero, ¿hubiese hecho lo mismo Turquía o Marruecos en el caso de que hubiese entrado desde allí?
La segunda cómo es posible que no le tuviesen controlado durante el periodo en el que la oficina de asilo resolvía su asunto. Cuando fueron a informarle ya no estaba y no hicieron nada para dar con él.
Ahí surge la tercera pregunta. ¿Cómo pudo un inmigrante clandestino sin empleo y sin conocimiento del idioma vagar por una ciudad pequeña como Solingen? Solingen tiene, como decía más arriba, 160.000 habitantes, aproximadamente los mismos que en España tienen Logroño, Badajoz o Castellón. No es que se conozca todo el mundo en ciudades así, pero no es fácil esconderse… si te están buscando. Pero a Issa Al Hassan nadie le estaba buscando.
La cuarta pregunta es por qué a los seis meses prescribió la orden de deportación. ¿Acaso había cambiado algo respecto a su situación en ese tiempo? Esto
los alemanes lo desconocían. Suponían que esa orden está en vigor de forma indefinida hasta que den con el infractor, pero no es así y eso lo sabía Al Hassan. De modo que no tuvo más que dejar correr el tiempo (no mucho, sólo seis meses) y reaparecer para acogerse a otra figura legal, la de protección subsidiaria que le fue concedida en el acto junto con una plaza en un centro de refugiados.
Estado Islámico sigue vivo
La quinta pregunta tiene que ver con su afiliación. Si se confirma que pertenece al Estado Islámico o al menos que tiene vínculos con él sería una demostración de que pueden actuar en Europa sin que las autoridades sean capaces de verlos venir. Esto es incómodo de reconocer por las potencias occidentales, pero el Estado Islámico sigue vivo. Carece de la fortaleza que exhibía hace unos años, pero puede atacar y, de hecho, lo hace siempre que puede.
La guerra en Gaza no ha hecho más que empeorar el problema porque el Estado Islámico la utilizan como reclamo propagandístico. En diciembre de 2023 la policía alemana y la austriaca detuvieron a un comando afiliado con el Estado Islámico que preparaba un atentado en la catedral de Colonia en la misa de Navidad. El verano pasado se desmanteló otra célula del Estado Islámico en Alemania y Holanda que planeaba atentados en Europa central. La amenaza está ahí y, si bien se han hecho grandes avances en materia de investigación, identificación y seguimiento de terroristas y potenciales terroristas, a la vista está que se les sigue escapando gente como este sirio de Solingen. Estos tienen relativamente fácil entrar y quedarse valiéndose del ruinoso sistema de asilo que tenemos en todos los países de Europa.
Eso es lo primero que deberían acometer los Gobiernos europeos. El refugio político es un derecho, pero debe estar justificado y no ser un conducto más para que se cuelen inmigrantes ilegales y algunos terroristas. Para ello se han de dedicar más recursos económicos y personal a este servicio. Y no sólo al trámite del asilo, también a la inserción de esos refugiados en la sociedad de acogida. Los centros de refugiados deben ser lugares de tránsito temporal con sus ocupantes debidamente vigilados. Todo eso es trabajo pendiente, pero los Gobiernos blandean con este tema por miedo a que les acusen de dar alas a la extrema derecha, pero lo que da alas a la extrema derecha son atentados como el de Solingen.
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