El PP quiere volver a ser la casa común del centro-derecha. Es un proyecto ambicioso que lleva a cabo Pablo Casado con altibajos. Tuvo éxito con Ciudadanos, pero está fallando con Vox. No acierta con el perfil ni con el discurso, en parte porque escucha demasiadas voces y no todas son convenientes.
Casado oye, por un lado, a los que dicen que las elecciones se ganan en el centro, que hay que separarse lo más posible de los de Abascal. Si no, le aseguran, no atraerá a los votantes de Ciudadanos y a los descontentos del PSOE.
Luego están los que dicen a Casado que tiene que ser más como Ayuso, con desparpajo e iniciativa para ganarse al antisanchismo. Este consejo no se oía antes de que Ayuso llegara al Gobierno, en el verano de 2019, ni durante los casi diez meses de gestión previos a la pandemia. Claro que por aquel entonces el PP de Casado estaba muy por debajo del PSOE en los sondeos.
A estos consejeros se suman los que dicen a Casado que tiene que hacer política propia, sin mirar a Vox ni a Ayuso. Le aconsejan que sea él mismo, ese liberal-conservador del PP de Madrid, de la escuela de Esperanza Aguirre, leído y buen orador, con un proyecto modernizador para España.
El conjunto coral es para volver loco a cualquiera, máxime si no se preside un gobierno autonómico o municipal donde se distribuyen presupuestos y se aplican políticas propias. Porque hay que reconocer que cuando uno reparte fondos públicos mejora mucho su imagen.
Esa presencia de Casado no se ha saldado con una subida de Mañueco en los sondeos electorales, sino todo lo contrario. El PP está bajando, con lo que el coro de consejeros se oye otra vez
Pablo Casado ha hecho lo que se espera de un líder nacional en unas elecciones regionales: que acuda para asumir la victoria o la derrota. Pedro Sánchez no lo hace, pero no nos va a sorprender ahora que el presidente eluda sus responsabilidades. Esa presencia de Casado no se ha saldado con una subida de Mañueco en los sondeos electorales, sino todo lo contrario. El PP está bajando, con lo que el coro de consejeros se oye otra vez.
Hasta aquí el plan electoral en Castilla y León giraba en torno a dos ideas: mostrarse de centro criticando a la dirección de Vox, y hacer vida rural para no perder el voto de los pequeños municipios que no se van activar porque no hay elecciones municipales. El antisanchismo ha quedado en un segundo plano, lo que está siendo un fallo. Sánchez sabe que su presencia resta, y por eso se mantiene al margen.
El gran error en la estrategia es despreciar al votante de Vox y a su dirección como si fueran lo mismo. Eso es lo que no se ha entendido. El elector de Abascal se mueve en la dialéctica amigo-enemigo: si no se defiende a Vox o lo que dice esta formación, uno se convierte en su enemigo. Si esto lo hace Pablo Casado, o cualquiera del PP, está confirmando las acusaciones de traición, cobardía y colaboracionismo con el sanchismo y los independentistas.
Esta táctica, la del ataque directo a la cabeza de Vox, a Abascal en su moción de censura de octubre de 2020, sirvió para hacerse con el votante de Ciudadanos. Pero también fue útil para que creciera Vox, que se alimenta del victimismo y la marginación. Su discurso se basa en la idea de que están solos frente a un sistema que oprime y destruye, y que Vox ha nacido para poner las cosas en su sitio, dar la batalla y ganar. “Sin miedo a nada ni a nadie”, afirmaba Abascal parafraseando a Blas Piñar, porque “solo queda Vox”, como les gusta decir.
Han pasado dos años de aquello y la táctica tiene que ser otra. Cada vez que alguien del PP de Casado habla de “ultaderecha” el votante de Vox se siente insultado, y se aleja más la posibilidad de ganárselo. Quien tiene que volver a la casa común de la derecha no es Monasterio, ni Espinosa de los Monteros, Buxadé y compañía, o los que se codean con Marine Le Pen y Viktor Orbán, sino los electores. Ya lo hizo Pablo Casado con Ciudadanos: pensar en los votantes, no en los dirigentes del partido de Rivera y Arrimadas.
Quizá ya no haya tiempo para rectificar la campaña en Castilla y León, y Vox tenga el voto sentimental, identitario y contestatario, el del antisanchista de pura cepa. Sin embargo, se ganará el 13-F. Toca aprender de los errores, olvidarse de la dirección de Vox, no alimentar su motor, y buscar cómo ganarse a sus votantes.
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