Pasadas las elecciones generales, autonómicas, municipales y europeas las urnas han puesto a cada partido en su lugar. En el pasado quedaron las expectativas, sueños y objetivos. Ahora de lo que se trata es de lidiar con la realidad. Los resultados han situado a todos los partidos en posiciones lo suficientemente cómodas como para no afrontar grandes cambios, y sin embargo quedan por desenmarañar situaciones harto complejas, que en el caso de Podemos y Ciudadanos se vuelven estratégicas. Los nuevos partidos deben madurar de golpe a golpe de pacto. Los sueños de sorpasso no se cumplieron, PSOE y PP respiran aliviados al mismo tiempo que siguen contemplando a las nuevas formaciones que deben asumir la responsabilidad de formar parte del juego institucional tras los coqueteos constantes con la ambigüedad.
El caso de Ciudadanos es paradigmático. En las elecciones del 2016 se posicionaron como un partido contra el populismo y la corrupción, mostrándose como la fuerza que en ningún caso haría presidente a Mariano Rajoy, ni pactaría con los morados a los que se refería como los populistas. En el 2019 la línea roja se la impuso al PSOE, por su política de distensión con el independentismo, algo que se ha rebajado en los últimos días, pero sin una apertura clara al diálogo con los socialistas. Cs tiene en su mano los gobiernos de muchas autonomías y de tantos ayuntamientos en los que decantará el color político del poder, y decida lo que decida estará incumpliendo alguna de las palabras que un día dio.
Cs tiene en su mano los gobiernos de importantes autonomías y ayuntamientos, y decida lo que decida estará incumpliendo alguna de las palabras que un día dio
Entre las filas de Cs no existe un consenso claro sobre la línea a seguir. Por un lado, se encontrarían aquellos alineados con el pacto a la andaluza. Entre los que más claro se han pronunciado por esta opción está Ignacio Aguado, que no contempla otro pacto diferente al que lleve a Isabel Díaz Ayuso (PP) a la Presidencia de la Comunidad de Madrid. En la otra posición, se encuentra Francisco Igea, que desde el primer día anunció la necesidad de un cambio en Castilla y León que hiciera presidente a Luis Tudanca (PSOE), propiciando un cambio tras más de 20 años de gobiernos populares. Las negociaciones de los naranjas se llevan a cabo desde el cuartel general en la calle Alcalá de Madrid, algo que incorpora aún más complejidad al asunto, al centralizar una decisión que no tendrá como principal condicionante la sensibilidad territorial sino el interés general del partido en su totalidad. Capítulo aparte merece el verso suelto de Cs, Manuel Valls, quien se ha posicionado contrariamente a hablar con Vox, un partido al que tacha de populista, una de las barreras que se pusieron los de Rivera para alcanzar pactos en 2016.
En Podemos la situación no es mucho más sencilla. Las aspiraciones de Pablo Iglesias de acceder a una de las carteras del Gobierno de España se alejan conforme se altera la vida orgánica del partido. El pasado 26-M Iglesias medía sus fuerzas contra Errejón, en una batalla que se midió en las urnas en favor de este último. Desde Vistalegre II Errejón quería una contienda que trascendiera las votaciones internas, que perdió, y que demostrara que si Pablo Iglesias tenía a los inscritos él tenía a los votantes. Tras el golpe electoral, se esperaban los movimientos internos y, si el sábado fue la confluencia andaluza la que quiso romper con Podemos aspirando a ser una entidad autónoma y revindicando sus resultados electorales, el domingo por la tarde reaparecía Ramón Espinar, otrora lugarteniente de Iglesias, para disputarle el liderazgo de la organización. También a Irene Montero, a quien sitúa en plano de igualdad en las responsabilidades. En una mesa de negociación las posiciones de fuerza son fundamentales para imponer tus demandas, y el cuestionamiento de Iglesias lo sitúan en su peor situación desde que se creara Podemos en el 2014.
Errejón quería una contienda que trascendiera las votaciones internas, que perdió, y que demostrara que si Pablo Iglesias tenía a los inscritos él tenía a los votantes
Y luego está Barcelona. Cuando Valls decidió ejercer su autonomía para ofrecer sus votos a Ada Colau, le impuso a ésta la decisión que nunca quiso tomar. Desde que debutó como líder de los Comuns, Colau había evitado realizar un pronunciamiento claro sobre la cuestión catalana. De hecho, tras la fractura entre constitucionalistas e independentistas, gracias a su indefinición, emergió una nueva categoría político-identitaria llamada “equidistancia”. Esta posición está a punto de desaparecer con la decisión que debe tomar entre ser alcaldesa con el constitucionalismo o ser vicealcaldesa con el independentismo.
Las urnas les han obligado a tomar partido, la política “lego” o de bloques puede afianzarse o desaparecer, pero en esta ocasión no escaparán de la disyuntiva ineludible que han impuesto las urnas. Faltan pocas semanas para el final, toda predicción resulta estéril, solo quedan las apuestas.
Apoya TU periodismo independiente y crítico
Ayúdanos a contribuir a la Defensa del Estado de Derecho Haz tu aportación