Opinión

Nostalgia

¿Por qué nos cuesta tanto a los españoles encontrar un territorio común en el que podamos estar cómodos, pensemos lo que pensemos?

Probablemente le ha sucedido como a mí, que cuando preparo mi equipaje para las vacaciones, antes que las camisas y los pantalones, lo primero que hago es una pequeña maletita en la que meto unos cuantos libros. Bastantes, la verdad. Leeré todos, me digo a mí mismo a sabiendas de que se trata de una piadosa mentira. Sucede después, y espero que no sea a mí sólo, que algunos vuelven intactos y con la promesa de que habrá otra oportunidad, que me dará el libro a mí y no yo a él.

Esa avaricia de viajar con libros como si fuera un verdadero escudo social y vital es la única que padezco, creo yo, en lo tocante a poseer cosas. Este afán desmedido de tener y adquirir libros no creo que sea una patología, y si lo fuera, qué le voy a hacer. No sólo viajo con libros que por falta de tiempo no podré leer, algo que no pienso cuando voy a empezar el viaje, además los compro a sabiendas de que debería vivir 300 años para poder dar cuenta de ellos.

El placer, como pasa con las drogas más puras, es inmediato, pero inocuo. Entras a una librería -y, por favor, por favor, a una librería, no a una plataforma que vende libros como si fueran paquetes de tabaco-, y enseguida encuentras lo que no estas buscando. Éste es el primer milagro. Después llega el momento de comprarlo. Y cuando lo has pagado y te lo han metido en una bolsa de papel, sales con él bajo el brazo creyendo que el hombre que sale de la librería es distinto al que entró. Y en todo caso, mejor. No quieres imaginar cómo será el cambio cuando finalmente lo hayas leído.

Nostalgia es una palabra amable. Incluso el sonido que uno escucha cuando alguien la pronuncia resulta benévolo y sosegado. El diccionario habla de la tristeza y la melancolía que conlleva el recuerdo de algo perdido, unas veces es una persona, pero otras es algo que fue y ya no es. Y muchas es la patria, que es la nostalgia que deben sentir en estos momentos nuestros hermanos venezolanos dispersos por todo el mundo. Nostalgia es una palabra que nada tiene que ver con la que me sirvió para titular esta Cotufa la pasada semana: degradación, de la que uno sale a base de lecturas y buenos libros.

En la pequeña maleta que llené de libros antes de empezar las vacaciones ha viajado uno ya leído, pero que sabía que reclamaba una nueva lectura. Es fácil de leer, como dicen los que están en la industria de la Literatura más que en la artesanía de los libros. Título: Lo bueno de España. Subtítulo: Una crónica histórica ante el ataque nacionalista que reivindica el valor de España. Autor: José María Calleja.

Su tozudez y contundencia, cuando creía que tenía la razón, le impedía hacer amigos, pero eso le importaba poco si de lo que se trataba era de encontrar la verdad

El volumen que tengo encima de mi mesa está leído con la urgencia que nos obligaba la pandemia que vivimos hace unos años, la misma que se llevó a Josemari. Hoy tendría mi edad, 65 años, y estoy seguro de que estaría dando guerra allí donde más duele y molesta.

Calleja era un hombre de izquierdas, apasionado e inteligente. Un tipo con las ideas claras que tenía muy bien resuelta la distinción de dos territorios que hoy se confunden con tanta facilidad, el de las ideas y el del periodismo. Su tozudez y contundencia, cuando creía que tenía la razón, le impedía hacer amigos, pero eso le importaba poco si de lo que se trataba era de encontrar la verdad. Lo entrevisté en plena pandemia cuando vino a la radio a presentar su libro. Nos abrazamos, en realidad nos besamos, porque él besaba a sus amigos, y nos reímos de "este muchacho" -así se refería a Sánchez-, que parece que ha inventado la pólvora, decía.

Hay dos periodistas de los que siento verdadera nostalgia. Uno era un liberal de libro, Manuel Martín Ferrand. El otro, claro está, era de izquierdas, José María Calleja. A los dos les escuché los ataques más furibundos y bien razonados contra aquellos a los que ideológicamente debían pertenecer. El Pp se quejó continuamente del trabajo libérrimo de Martín Ferrand; el Psoe hizo lo mismo con Calleja. "Ahora soy un fascista, qué te parece Felisín", me decía en un estudio de Onda Madrid.

Recuerdo bien a los dos, lo que hacían y cómo lo hacían. ¿Cómo no voy a sentir nostalgia de aquel tiempo? Calleja, quizá sin saberlo, lo que tiene aún más valor, hacía buenos los cuatro mandamientos que Juan Valera prescribía para todo el que quisiera dedicarse al periodismo y a la escritura: Austeridad, cultura, trabajo y tolerancia.

Si en el Psoe hubiera algo de cabeza -más allá de la cabeza pilona que gasta Santos Cerdán-, obligarían a leer este libro antes de dar el carné de militante, si es que alguien lo pide en estos tiempos

Lo bueno de España es el último libro de José María Calleja. Para escribirlo, empezó por declarar su orgullo de ser español, lo que sucede raramente en el universo de la izquierda que tenemos, y sobre todo la que lidera "este muchacho", que así no tengo que nombrar a quien no quiero. El periodista vasco lo escribió para aclarar algunas ideas a aquellos que recelan de España, y si en el Psoe hubiera algo de cabeza -más allá de la cabeza pilona que gasta Santos Cerdán-, obligarían a leer este libro antes de dar el carné de militante, si es que alguien lo pide en estos tiempos.

Su apasionada defensa de la Transición, la prevalencia de la Constitución, la derrota de ETA, las leyes contra la violencia machista, los matrimonios homosexuales, el Quijote, las maestras de la República, escritores, artistas, el Prado…toda una retahíla de lugares y acontecimientos que hacía que Calleja sintiera un razonable orgullo de la España democrática y de progreso. ¿Por qué nos cuesta tanto a los españoles encontrar un territorio común en el que podamos estar cómodos, pensemos lo que pensemos?

Los días pasan con rapidez, y los de vacaciones con más rapidez aún. Lo que hoy es noticia de primera mañana deja de serlo. Los libros, incluso los buenos libros, duran en los anaqueles de las librerías lo que dura el efecto de su presentación. No sé si, después de casi cinco años, el de Calleja está ya a la venta. Si lo encuentra, dele una oportunidad. En él está latido de un hombre de izquierdas, de esa izquierda que sólo nominalmente existe, y que, desde su oficio de periodista, sintió siempre calor y cobijo en una patria, la española, que reivindico y escribió antes de morir un ya lejano 21 de abril de 2020. Ese día me llamó desde Abc Juan Fernández Miranda para que escribiera su necrológica que, con permiso de su paisano Gabriel Celaya, titule así: Necesario como el pan de cada día. Y esto mismo sigo pensando tantos años después, incapaz hoy de distinguir el tiempo pasado entre la última vez que nos vimos y lo que, amigo lector, acabas de leer. Nostalgia, sí, verdadera y dolorosa nostalgia.

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