Opinión

La notable responsabilidad de la prensa

La genuina influencia se ejerce hoy con razones y argumentos, no diciendo al público lo que quiere escuchar sino aquello que nunca ha escuchado, esto es, liderando la opinión pública.

A raíz de la crisis económica, la sociedad española tomó conciencia del desastre institucional en el que había desembocado nuestro sistema político. Llovieron críticas a los partidos, no sólo por el deficiente diseño constitucional; también por su desidia, por esa reticencia a rectificar las reglas del juego cuando la disfuncionalidad resultó más que evidente. Pero mucho menos reprimendas ha recibido la prensa por su complicidad, por justificar lo intolerable, ocultar lo obvio, tapar lo escandaloso. Por su connivencia con los partidos, sus poco confesables relaciones con los poderes fácticos. Siempre se reconoce mejor la paja en el ojo ajeno.   

Durante los días de vino y rosas surgió en España una prensa convencional con gran dependencia de subvenciones o publicidad institucional

Durante los días de vino y rosas surgió en España una prensa convencional con gran dependencia de subvenciones o publicidad institucional. Y el mercado de publicidad privada, alejado de cualquier atisbo de competencia, fue copado por unas pocas empresas cuyo negocio estaba subordinado a alguna línea del BOE. Como consecuencia, el poder y la prensa fueron tejiendo una malsana red de relaciones clientelares, de intercambio de favores y confidencias, una connivencia basada en reglas sobreentendidas, poco transparentes, que determinaban el tipo de información que se difundiría y el tratamiento de las noticias. Así, por ejemplo, los medios presentaron durante décadas a Juan Carlos como modelo de decencia, ética, moralidad y virtud.

El periodismo desarrolló una grave adicción al maná llovido del Olimpo mientras la información se convertía, no en un servicio abierto a los ciudadanos, sino en un recurso de uso privado intercambiable por otras prebendas. No se trataba de informar convenientemente al público sino de utilizar la información para ganar influencia política. La cercana complicidad con los gobernantes, rayana en el compadreo, indujo a ciertos periodistas a sentirse parte de los elegidos, de esa élite al corriente de lo que ignora el ciudadano común. A percibir que la participación en el secreto les confería poder para negociar mayores ventajas. Pero la sensación, salvo en algún caso aislado, era equivocada. En realidad, el político adulaba al informador, acariciaba su lomo, le daba de comer en su mano, haciéndole creer que poseía una influencia muy superior a la real.

La revolución de la prensa digital

Por fortuna, la aparición de la prensa digital desencadenó una revolución en el panorama mediático. Unos costes de entrada y funcionamiento muy inferiores implicaban menos barreras, más competencia y menor dependencia del poder. Aun así, la estrechez del mercado de publicidad privada, su dominio por un puñado de empresas, continuó siendo el principal talón de Aquiles de la prensa libre en España. Pero no el único. Adaptarse a la red de redes requería de los profesionales un cambio de mentalidad, de visión, de enfoque, no siempre sencillo en un sistema tan rígido como el español, donde la inercia empuja a conservar los malos hábitos de siempre. El periodista, como profesional, perdía el monopolio de difundir noticias, difuminándose aquella drástica segmentación entre informador y común que llevó a declarar a Tristán Tzara en 1920, no sin cierta sorna, que su manifiesto dadaista "sería leído simultáneamente por cuatro personas y un periodista".

La inercia del pasado, y la débil cultura empresarial, condujo a enfocar demasiado frecuentemente los diarios digitales con los mismos parámetros que regían para la prensa de papel

La inercia del pasado, y la débil cultura empresarial, condujo a enfocar demasiado frecuentemente los diarios digitales con los mismos parámetros que regían para la prensa de papel; como si fuese el mismo periódico... solo que no se imprime. Dado que las noticias se publican simultáneamente, al instante, en muchos medios, en las redes sociales, en multitud de páginas y blogs, y debido a que los lectores pueden saltar fácilmente de un dominio a otro, la fortaleza de un diario digital no se encuentra hoy en el volumen de noticias. Mucho menos en el número de periodistas contratados. Se encuentra en la calidad, en ese valor añadido que no puede medirse en metros ni pesarse en kilos. Un diario destaca cuando presenta rigurosamente la información dentro del contexto apropiado, debidamente trabajada y explicada a los lectores. Y, también, cuando posee una sección de opinión consistente, profunda, complementada por una selecta comunidad de lectores que, atraídos por razonados análisis, aportan sus enriquecedores comentarios y matizaciones.  

Aunque muchas veces se desprecie, postergue u olvide, la opinión constituye un complemento imprescindible a la información, un puntal crucial que ofrece un valor diferencial, una guía, un marco para interpretar las noticias, un armazón argumental para comprender los hechos. Los simples datos no dicen nada relevante si no existe un entorno analítico, una estructura de pensamiento donde encajar las noticias. Esta búsqueda de significado es la que atrae y fideliza a lectores formados, cultos, con inquietudes e inclinación a participar, a discutir, a expresar sus criterios. A esos mismos que huyen apresuradamente cuando un diario entra en la deriva que Bob Franklin denominó McDonaldización, o McPeriodismo: ofrecer productos de consumo masivo, de baja calidad, trufados de simplezas, cotilleos, anécdotas o escándalos, para clientes poco exigentes.

¿Cómo se consigue la influencia?

Naturalmente, uno de los objetivos de un buen medio es ejercer influencia. Pero no nos equivoquemos: este concepto ha cambiado en los últimos tiempos, ha desviado su foco de los poderes fácticos para centrarse en los ciudadanos. La verdadera influencia no se logra difundiendo más noticias o contando más cuchicheos. Ni publicando información que llame la atención de la oligarquía política o económica. Se obtiene apartándose del camino trillado, de los lugares comunes, de las charlas de vecinos, lanzando ideas novedosas, útiles, que sirvan a la sociedad para profundizar, comprender las causas últimas de los problemas. Requiere, por ello, la estrecha colaboración de periodistas y profesionales cualificados de otras disciplinas.

La prensa influyente es la prensa libre de ataduras, consciente de su enorme responsabilidad con la sociedad, comprometida con la modernización y la estabilidad de su país

La prensa influyente no es la que recibe favores de empresas o partidos a cambio de buen trato informativo. Ni la que marcha a remolque de lo políticamente correcto. Es la prensa libre de ataduras, con renovada mentalidad, consciente de su enorme responsabilidad con la sociedad, comprometida con la modernización y la estabilidad de su país. Es ese periodismo que informa con rigor, sin manipular, sin repetir como un loro, que no busca malos o buenos, sino soluciones. Esa prensa que no dice al público lo que quiere escuchar sino aquello que nunca ha escuchado, que no da constantes bandazos porque conoce su rumbo y lo mantiene. En definitiva, la genuina influencia se ejerce hoy con razones y argumentos, esto es, liderando la opinión pública.

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