Opinión

Pánico en Oxford

La 'noticia' saltó hace unos días y procedía del diario británico The Daily Telegraph. A mí me llegó varias veces por WhatsApp. La universidad de Oxford, nada menos que Universidad

La 'noticia' saltó hace unos días y procedía del diario británico The Daily Telegraph. A mí me llegó varias veces por WhatsApp. La universidad de Oxford, nada menos que Universidad de Oxford, en Gran Bretaña, está pensando en reformar drásticamente sus estudios de música, decían. Pretende eliminar en ellos el uso de las partituras, porque considera que la notación musical que usamos todos desde hace más o menos 11 siglos es “discriminatoria” y “colonialista”: eso de que una nota blanca valga el doble que una negra es un insulto para los estudiantes de color y les provoca una “enorme angustia”. Además, los estudios musicales en Oxford se centran descaradamente en los compositores de la “época de la esclavitud” (es decir, en absolutamente todos hasta mediados o finales del siglo XIX), lo cual es un apoyo intolerable a la supremacía blanca. Se planteaba, pues, eliminar del programa docente estudios como los de piano o dirección de orquesta (descaradamente eurocéntricos, como cualquiera puede ver), jubilar de una vez a Mozart, Beethoven y Schubert y sustituirlos por “músicas africanas” y “globales”, mucho más inclusivas.

Lo que me interesa es la reacción de mis amigos músicos, que son unos cuantos. La gran mayoría se quedó con una cara muy parecida al del “emoji” ese que tiene los ojos muy abiertos y gesto de estupefacción. Una vez deglutida la “información”, pasó lo de siempre: empezamos a discutir. Algunos, digamos que una clara mayoría, se manifestaron en contra y opinaron que aquello era una atrocidad, que lo de las notas blancas y negras no tenía nada que ver con el racismo y que las cosas estaban llegando demasiado lejos, que esto se nos está yendo de las manos, que dónde vamos a parar.

Horizontes formativos

Otros, sin embargo, dijeron que a la idea no le faltaba razón, que había que pensarlo y que estaba bien que se ampliasen los horizontes formativos; que el mundo cambia muy deprisa y que el estudio de la música debe cambiar con él.

Pero solamente uno, nada más que uno, reaccionó como hizo Bertrand Russell cuando, a los quince años, le plantearon el “argumento ontológico” de San Anselmo para demostrar la existencia de Dios: “Aquello me dejó perplejo durante un tiempo. Más o menos 15 segundos”, dijo, riéndose. El ardid de San Anselmo era nada más que un juego de palabras. La noticia de Oxford era, por decirlo con claridad, una engañifa del tamaño de un piano de doce metros de cola. ¡Y casi nadie se dio cuenta!

¿Cómo puede ser? Pues porque era una trola cuidadosísimamente urdida. Al Telegraph le metieron un gol como una catedral; pero era, como todas las mentiras contemporáneas, una mezcla de invención, sutilísimo humor y medias verdades. Es verdad que en Oxford se están planteando reformar el plan de estudios en lo que se refiere a música, y también es verdad que las protestas originadas por el movimiento Black lives matter hicieron que se quitase la estatua del colonialista y racista Cecil Rhodes, fundador del antiguo país de Rodesia (África del sur), que estaba colocada ante la fachada del Oriel, uno de los colleges más antiguos y prestigiosos de la universidad.

Buscaban asustar a sus consumidores blancos e ignorantes con una supuesta horda de negros con rastas que iban a asaltar los conservatorios para sustituir a Beethoven por el hip hop

Pero vamos; de ahí a eliminar la notación musical, y el piano, y a Mozart y Beethoven, por racistas y supremacistas, hay un mundo. La universidad de Oxford, ¡nada menos que la universidad de Oxford!, fundada hace mil años y una de las más prestigiosas del planeta, tuvo que descender al mundo de los mortales y aclarar públicamente que aquella 'noticia' no tenía nada que ver con la realidad.

Por más que lo hubiese dicho el Telegraph, que atribuyó con toda frescura a “un sector del profesorado” la opinión de una sola persona, seguramente un chalado o un bromista. Por más que aquella gilipollez (porque no era más que eso) hubiese sido difundida, repetida y ampliada por numerosos medios de extrema derecha “trumpetera”, como Breitbart o Blaze Media, que buscaban asustar a sus consumidores blancos e ignorantes con una supuesta horda de negros con rastas que iban a asaltar los conservatorios para sustituir a Beethoven por el hip hop. Por más que las redes sociales de medio mundo –especialmente el estercolero de Twitter, pero no solo– hubiesen difundido aquella patraña hasta la extenuación.

Miren ustedes: tenemos más información que nunca antes en la historia humana, estamos literalmente rodeados de “noticias”, pero mantenemos nuestra ancestral proclividad a creernos todo lo que vemos en letra impresa. Seguimos siendo, en el fondo, unos cándidos, unos ingenuos que nos tragamos lo que nos echen. No siempre, eso es cierto, pero es muy fácil engañarnos.

En España, según el CIS, el porcentaje de ciudadanos que dice que estaría dispuesto a vacunarse inmediatamente contra el virus se ha duplicado en un mes y pasa ya del 72%...

El gobierno de Australia ha tenido que perder unas horas o unos días, eso no lo sé –lo mismo que la universidad de Oxford con lo de las partituras–, en desmentir pública y solemnemente que las vacunas de la covid-19 conecten a las personas a internet sin que se den cuenta, soplagaitada que tenía en un sinvivir a miles de pánfilos australianos.

En España, según el CIS, el porcentaje de ciudadanos que dice que estaría dispuesto a vacunarse inmediatamente contra el virus se ha duplicado en un mes y pasa ya del 72%... salvo entre los seguidores de la extrema derecha: la gente de Vox que dice que no se vacunaría es nada menos que el 42%, no se sabe si porque sus jefes provinciales del movimiento les han convencido de que vacunarse es de rojos o porque tienen miedo de que la vacuna les conecte taimadamente a internet, y así les robarán el alma. O porque se creen las chorradas que se inventa un “médico” de Texas que dice llamarse Steve Hotze y que asegura que las vacunas son peligrosas terapias génicas experimentales, que hay que ver qué imaginación. Calenturienta.

A ver. Podemos no ha propuesto quitarle el voto a los mayores. Eso es mentira. Roberto Centeno no es asesor de Trump. Eso es mentira. No hay dos mujeres rumanas esperando para robarte a la puerta del súper de Vallecas. Eso es mentira. Pablo Iglesias no ha sido propuesto para formar parte del Consejo de Estado. Eso es mentira y menos mal. Bill Gates no ha dicho que más de 700.000 personas morirán por las vacunas de la covid. Eso es mentira. En el Quijote no hay ningún diálogo entre el hidalgo y el Principito de Saint-Exupéry: eso es una de las mentiras más ridículas, pero también más difundidas en internet. La universidad de Oxford no se plantea cambiar, en las partituras, las notas negras por notas “afroamericanas”. Eso es una hilarante ridiculez que se han creído muchos músicos, demasiados. Así hasta el mismísimo aburrimiento.

Cuando ustedes se encuentren, como nos pasa todos los días a todos, con este género de informaciones “raras”, escandalosas o deprimentes, hagan una cosa muy sencilla: empleen algo de tiempo en averiguar quién se lo está contando y qué fiabilidad tiene, y busquen la misma noticia en otros medios serios. Si no la encuentran, muy probablemente les están metiendo una bola del tamaño de la universidad de Oxford.

O eso, o pueden acabar creyéndose que la tierra es plana. Como el presidente brasileño, Bolsonaro. Y como el 7% de la población mundial. Eso son más de 500 millones de personas. En verdad, en verdad les digo.

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