Imaginemos una larga y plácida relación amorosa en la que, de repente, el novio le dijera a su pareja que están tan a gusto que no merece la pena evolucionar, que lo mejor es seguir disfrutando de ese maravilloso Nirvana en el que se hallan, eternamente, sin formalizar su relación. Lo normal sería que en ese mismo momento quedase roto el idilio ¿no?
Pues eso mismo nos está pasando con nuestros políticos en Europa. Nos camelan, nos cortejan, nos engatusan pero, de repente, nos damos cuenta de que no están dispuestos a construir la Unión Europea de verdad. Prefieren seguir siendo nuestros novios, disfrutar de la situación, obtener la mayor cantidad de cargos, momios y organismos en la que puedan disfrutar de nuestro dinero haciendo como que se esfuerzan mucho pero sin dar un palo al agua en la dirección unificadora, que reduciría esos puestos y cargos drásticamente.
No existe ningún proyecto serio de construcción europea, vamos en una bicicleta que se está parando y, lógicamente, acabaremos por los suelos
Y eso acabará con la Unión, no existe ningún proyecto serio de construcción europea, vamos en una bicicleta que se está parando y, lógicamente, acabaremos por los suelos. En lo que se ha adelantado es en incrementar el número de países miembros, aumentando así involuntariamente (?) la cacofonía en las instituciones comunitarias.
Lo único de verdad común, y no en todos los países, es el euro, que nació para ser el instrumento unificador por excelencia, el yugo que debía uncir a todos para arar en una misma dirección y que, en realidad, se ha convertido en la argolla de esclavitud que nos hace caminar hacia el objetivo de uno solo, Alemania, cuya política monetaria se ha convertido en el santo Grial de la Unión, sin debate alguno y sin tener en cuenta que esa política, más preocupada por la salud del euro que por la de los europeos, ni es la única posible y ni siquiera es la más común. Nunca la han seguido países tan "subdesarrollados" como los Estados Unidos, Reino Unido o, antes de la creación del Euro, Francia y, sobre todo, Italia.
Así países como nosotros, cuya tradición ha sido conseguir competitividad por la vía de la devaluación de la divisa nacional, se ven de repente peleando en una competición para la que no están entrenados.
La consecuencia de ello es que un socio, Alemania, líder monetario indiscutible, que se puede financiar en los mercados internacionales gracias a la existencia de la moneda común —no olvidemos que con el marco no tenía esa posibilidad, lo primero que pide el mercado para aceptar una moneda es que sea muy abundante— lo hace a tipos inferiores al resto, marcando una prima de riesgo para cada país que, en realidad, mide su mayor o menor grado de colonialismo financiero respecto a la metrópoli germana.
En épocas de vacas gordas no pasa nada, todo funciona, pero, cuando pintan bastos, la imposibilidad de tomar medidas de política monetaria independiente obliga a los países en dificultades a adoptar durísimas medidas de política fiscal que compensen la inacción monetaria. Pero los políticos europeos, no sólo los nuestros, no parecen haber entendido que el resultado de la política fiscal es la diferencia entre dos partidas, ingresos y gastos, y sus actuaciones se limitan a incrementar la voracidad en el incremento de los ingresos, tanto más injusta cuanto se aplica sobre un crecimiento negativo o nulo del PIB, olvidando reducir gastos, sobre todo ignorando por completo cualquier reducción en las partidas de las que son beneficiarios directos, como las dirigidas a financiar cargos, prebendas e instituciones absurdas como empresas públicas en quiebra técnica, por ejemplo las Televisiones autonómicas.
Los ciudadanos reciben el mensaje, que es el único que cínicamente se les transmite, de que la culpa es de Bruselas, que aparece así como un ente maldito causa de todos nuestros males. No nos extrañemos por tanto de que crezca el número de euroescépticos.
La situación actual que debería haber sido una moderadamente lenta travesía del desierto hacia un destino final, la Unión Europea, se está convirtiendo en la marcha del pueblo hebreo por el Sinaí, que duró cuarenta años pero, aquí, además, sin maná.
Una reforma constitucional, aplaudida y querida por la inmensa mayoría de los italianos, que ha sido sin embargo rechazada porque su primer ministro tuvo la genial idea de que presentaría su dimisión si salía NO en el referéndum
También se parece en el hecho de que tampoco Moisés verá la Tierra Prometida, el cabreo del personal se empieza a manifestar en el derribo de gobernantes. El caso más significativo es del último referéndum en Italia, una reforma constitucional, aplaudida y querida por la inmensa mayoría de los italianos, que ha sido sin embargo rechazada porque su primer ministro tuvo la genial idea de que presentaría su dimisión si salía NO en el referéndum. No es difícil imaginar que aquí, si se plantease por referéndum la reforma de la Constitución que eliminase el Senado se aprobaría con más mayoría que los referenda franquistas, pero ¿qué pasaría si Rajoy dijera que se retiraba de la política en el caso de que esa eliminación no fuera aprobada?
Con todo, lo peor es que ese acoso y derribo de nuestros Moisés europeos no se está llevando a cabo por europeístas impacientes sino por euroescépticos demagogos que acabarán convenciendo a los ciudadanos de que todos sus males vienen de la existencia del euro, del coste que supone el mantenimiento de inútiles instituciones europeas y de la libertad de movimientos de personas que hace que aparezcan en nuestra casa inmigrantes dispuestos a quedarse con nuestro trabajo. Así triunfó el Brexit y me temo que si se llevase a cabo un referéndum semejante en otros países asistiríamos a una caída en cascada de fichas de dominó.
O nuestros gobernantes emprenden en serio el camino a la Unión total o nuestra novia Europa se alejará para siempre de nuestros brazos y los diferentes países europeos volveremos a vernos excluidos del acceso a financiación en los mercados internacionales de la que ahora gozamos gracias al euro, y mucho más excluidos, si cabe, de la posibilidad de usar esos mercados para refinanciar la colosal deuda existente, volverían a crecer los nacionalismos y odios entre nosotros, nos empobreceríamos todos y quedaríamos como parque temático para las vacaciones de americanos, chinos y japoneses.
La creación de los Eurobonos sería un buen primer principio para unificar políticas fiscales
La creación de los Eurobonos sería un buen primer principio para unificar políticas fiscales, igual que la creación de un Ministerio de Asuntos Exteriores y otro de Defensa únicos, porque, si queremos pintar algo en el concierto internacional, es imprescindible tener un solo camino para el endeudamiento, una sola voz en el exterior y un solo puño, tanto más necesario cuanto que el nuevo Presidente de Estados Unidos no parece muy dispuesto a seguir financiando de manera casi exclusiva la defensa de Occidente. Es urgente emprender cualquier paso que demuestre que el final es conseguir la unión completa, que no hay vuelta atrás y que se está trabajando en ello.
Y si no, adiós, novia, que te vaya bien, no compensas lo que me cuestas con el amor que me das, cuanto antes rompamos menos daño nos haremos, si no vemos claro el futuro juntos es mejor que tampoco estemos juntos en el presente. Si vemos que la bicicleta se está parando es necesario apearse antes de caer con ella al suelo, y la bicicleta de la construcción europea lleva 15 años frenándose.
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Joaquín Osuna Costa es agente de cambio y bolsa y Notario.
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