Desde hace varias semanas es habitual leer en los periódicos que el precio de la electricidad es cero. Incluso, en los últimos días, precios negativos. Los que hemos recibido recientemente el recibo de la luz, y tenemos tarifa regulada o vinculada al mercado, hemos comprobado una notable reducción en su importe. Ya nadie habla de que hay que poner la lavadora por la noche o planchar de madrugada.
Para evitar confusiones, recordemos que el hecho de que el mercado arroje precios cero no significa que la factura sea cero. Además de la energía hay que pagar una serie de costes fijos y cargos impropios.
En cualquier caso, el mercado eléctrico está viviendo un fenómeno inédito que se puede resumir en precios por debajo de los costes de producción, de manera sostenida en el tiempo. Una de las primeras consecuencias es el anuncio de suspensión de la generación nuclear. Almaraz, en Cáceres, Cofrentes en Valencia y Ascó en Tarragona, advirtieron hace un mes que pararían sus reactores porque a esos precios no les compensaba económicamente.
Esto genera no pocos problemas. El primero de ellos, las dificultades de Red Eléctrica, en su función de operador del sistema (REE-OS), para mantener la estabilidad del suministro. De hecho, hubo que obligar Ascó a no parar para evitar riesgos; lo que supone una anomalía, ya que se trata de una tecnología de base y no de gestión del balance eléctrico. Igualmente, podemos observar cómo los costes necesarios para mantener estable la red, se han disparado (restricciones técnicas y servicios de balance), entre otras cosas para pagar la no parada de Ascó.
Es verdad que en el pasado, estos episodios de precios cero ya se han producido, pero de manera excepcional y en días concretos. Algunos festivos con poca demanda y buen sol y viento los precios se caían, pero solo durante 24 o 48 horas.
Sin embargo, el fenómeno actual de precios bajos -por debajo de los costes- se está convirtiendo en algo más estructural, tanto con baja como con alta demanda. Esto es así, porque a la eólica y la solar se les ha unido la hidroeléctrica fluyente. Es decir, embalses que están llenos a rebosar y tienen que desembalsar agua, como consecuencia de las lluvias y el deshielo.
¿Por qué estas tecnologías pueden vender a precio nulo?
Una característica de los generadores renovables, en particular de las tecnologías solar y eólica, es que sus costes marginales son cero; es decir, producir una unidad más no les cuesta nada. Visto de otra manera más sencilla, no tienen costes variables dado que el sol y el viento son gratis, solo los costes fijos de la inversión en la infraestructura y su mantenimiento. Los costes fijos se han de pagar, como en cualquier industria, con el precio obtenido por la venta de su producto. La característica especial de no tener costes variables es que su precio de indiferencia es cero euros; es decir, a partir de un solo céntimo ganan más produciendo que parados. Esto no les pasa a las tecnologías que usan un combustible por el que tienen que pagar (gas, carbón o nuclear), ya que el precio final debe cubrir al menos el coste de adquisición de ese combustible. Es decir, su coste variable y su coste marginal son positivos.
En el caso de la hidroeléctrica, cuando los embalses no rebosan se comporta como una tecnología con combustible, pues tiene coste de oportunidad de gastar parte del agua que embalsan y producirá sólo en los momentos de precios más altos. Pero cuando los embalses rebosan -hidroeléctrica fluyente- se comportan como una renovable, pues al no poder almacenar ese exceso de agua (igual que no se puede almacenar el viento o el sol), lo que no producen lo pierden.
Todas ellas pueden obtener una serie de ingresos externos al mercado. Algunas eólicas y solares perciben la compensación del RECORE y todas perciben el precio de los certificados de garantía de origen, que en la península ibérica actualmente rondan 1 euro por megavatio-hora (MWh), aunque han llegado a los 9 euros por MWh. La única condición para obtener estos ingresos extra es entrar en el mercado, sea al precio que sea. Por este motivo, eólica, solar e hidroeléctrica fluyente, ganan más entrando en el mercado a precio cero y cobrando esos ingresos extra, que no entrando. Sin embargo, esos ingresos no son suficientes para recuperar las inversiones, por lo que los generadores acaban encontrándose en un callejón sin salida. Si producen y tiran precios, pierden; pero si no producen pierden más. Ninguna instalación es viable a largo plazo por debajo de los 20-25 euros/MWh.
Los precios cero no son buenos, ya que no permiten recuperar las inversiones y las desincentivan. Esto aplicado al sector eléctrico es terrible, ya que no solo afecta a las inversiones en el propio sector, sino que puede arrastrar las decisiones de otras muchas empresas
Lo que hay que tener muy claro es que un mercado que fija precios por debajo de los costes, de manera estructural, es un mercado que no funciona. Los precios cero no son buenos ya que no permiten recuperar las inversiones y las desincentivan. Esto aplicado al sector eléctrico es terrible, ya que no solo afecta a las inversiones en el propio sector, sino que puede arrastrar las decisiones de otras muchas empresas de diversos sectores que tengan a la electricidad como un input relevante en su proceso productivo.
Los inversores comienzan a estar preocupados por la normalización de este mercado. Y el problema no es el presente inmediato, ya que terminadas las lluvias y el deshielo, la hidroeléctrica volverá a pujar a coste de oportunidad, puesto que eólica y solar no se bastarán para cubrir toda la demanda y entrará el gas subiendo precios. El problema es que se han dado cuenta de lo que ocurrirá con un sistema eléctrico íntegramente renovable, si se cumplen los planes del gobierno (PNIEC).
Es evidente que ningún gobierno puede permitirse que su industria eléctrica entre en pérdidas. Sin embargo, el acuerdo del pasado mes de octubre sobre la reforma del mercado eléctrico, propuesto durante la presidencia española, no ha abordado nada de esto. Las decisiones de inversión en electricidad se toman hoy, tardan años en implementarse y las sufriremos o disfrutaremos durante décadas. ¿Quién invertiría en una infraestructura a 40 años con esa incertidumbre de precios? Esa es la cuestión.
Francisco Ruiz Jiménez ha sido consejero y miembro del comité de dirección del grupo REDEIA
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