La Comisión Europea incluye a la energía atómica entre las “verdes” y el gobierno de Sánchez lo rechaza con argumentos que avergüenzan. La ministra de Transición Ecológica, cuyo nombre seguramente usted no recuerda, ha negado la posibilidad en España porque, dice, si hubiera un accidente nuclear el Estado no sabría qué hacer, y que desconocen cómo tratar los residuos de una central. No hay mayor confesión de negligencia e incapacidad.
Claro que, viendo lo que ha hecho Sánchez con la pandemia, casi es mejor esperar al próximo Gobierno. ¿Se imagina una crisis atómica gestionada por un Fernando Simón? ¿Con el retraso en dar la alarma y tomar medidas con tal de celebrar una manifestación política? ¿Dirigidos por una comisión de expertos que no existe? ¿Dejando a las comunidades autónomas que tomen decisiones sin coordinación alguna para eludir la responsabilidad? ¿Mintiendo sobre el número de afectados?
Por otro lado, asustar con otro Chernóbil o un Fukushima contempla dos suposiciones chocantes. La primera es que estamos en una dictadura en la que los técnicos de empresas privadas o semipúblicas siguen consignas políticas, como en la central nuclear “Vladímir Illich Lenin” de la localidad soviética. Aunque siempre pueden culpar a la CIA, como hicieron los comunistas. La segunda suposición es que hay posibilidades reales de que a día de hoy un tsunami y un terremoto coincidan en España, como pasó en Japón.
En nuestro país no podría haber un Chernóbil porque nuestras centrales están diseñadas solo para producir electricidad, no plutonio para armas atómicas y energía, como la soviética. Además, los sistemas de control y vigilancia están mucho más desarrollados que los comunistas de 1986: edificios de contención y, entre otras cosas, un sistema que, ante un aumento de la temperatura -como ocurrió en Chernóbil-, disminuye la potencia, justo lo contrario de lo que pasó en la URSS.
Macron, un líder sin partido, tecnócrata e hiperactivo, ha declarado que el Estado francés invertirá 1.000 millones de euros en minicentrales nucleares
Sánchez nos hace un favor negándose a llevar a cabo una política nuclear en España. Macron, un líder sin partido, tecnócrata e hiperactivo, ha declarado que el Estado francés invertirá 1.000 millones de euros en minicentrales nucleares. Ese presupuesto son dos años del ministerio de Igualdad, y ni llega a la cifra de la otra Montero: “Chiqui, 1.200 millones no son nada". Es una octava parte de lo que pagamos de prima a las energías renovables desde los tiempos de Zapatero: 8.000 millones al año, que repercute en la factura de la luz.
Eso sí: somos los campeones de la retórica y la chapita en el pecho. Que nadie ose decir que un progresista español no lleva en la solapa el circulito de la Agenda 2030, y que no repite el mantra de que para el 2050 habrá una España “descarbonizada, resiliente y sostenible”. Para esta izquierda es mucho más importante el discurso y el relato, que la realidad.
China, la más contaminante
“Prohibir” es el único verbo sin el que no puede vivir la izquierda. En su ecologismo transformador no hay más plan que la prohibición, la venta de la preocupación para captar a ingenuos, y que la Unión Europea suelte fondos. Es la apoteosis de la demagogia y la inconsecuencia. Son capaces de llevarse la mitad de las instituciones situadas en Madrid a la “España Vaciada”, vía decreto, como “plan económico” regional, pero incapaces de plantar una minicentral nuclear en mitad de una provincia desierta.
China es el país más contaminante del planeta. Solo el 5% de su energía eléctrica tiene origen nuclear. ¿Solución? Va a construir 150 reactores nucleares en 15 años, y se convertirá en la primera potencia energética del mundo. Emiratos Árabes Unidos, sí, los del petróleo, ya están en ello también. Nosotros seguiremos comprando todo a los chinos, sin duda, y además se nos quedará cara de ecologistas vintage.
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