Opinión

El nudo gordiano de la derecha

El centroderecha tiene que enfrentarse a su propio espejo y comprobar que se le han borrado las hechuras, que ha perdido los contornos que la perfilaban

Lo poco que había de permanente en España desapareció con la moción de censura. El tenue barniz de tradición que hacía brillar la política española se esfumó por completo cuando el PSOE dejó de ser el PSOE y se convirtió en circunstancia de límites elásticos, capaces de pagar el precio que en cada momento exija el poder. El interés general es incompatible con la ansiedad que produce la voracidad incontrolada de poder. Y si Sánchez ha demostrado algo, lo único de hecho, es que tiene hambre de poder. 

La inteligencia que se achaca a todas las decisiones que adoptan los augures de La Moncloa no pasa la más mínima prueba de consistencia. Cuando los estadistas son sustituidos por propagandistas, sucede que el Estado deja de importar y se convierte en un enorme espacio publicitario, en una marquesina de neón. Lo que sí puede reconocerse es que en lo suyo, en vender, hoy un candidato, mañana lo que se tercie, se muestran de una eficacia insuperable. Sánchez es el presidente que más ha engañado a los españoles, su enfrentamiento contra la verdad es patológico, y aún así ha resultado ganador de las elecciones.

¿Dónde están los barones?

Por el lado izquierdo, la deforestación es entristecedora. El servilismo, lacerante. ¿Dónde están Lambán o Díaz, alzando la voz ante los pactos con el nacionalismo?, ¿por qué ahora Page se hace trabalenguas intentando justificar lo que hace unos años no podía ni considerar?, ¿es que los pactos de hoy son de una naturaleza distinta a los de hace unos años?, ¿por qué hoy sí y antes de ayer no? De este PSOE no se puede esperar nada.

Menos aún que nada, cuando en frente tiene un Congreso fragmentado en fuerzas de oposición dispersas y otras tantas regionalistas y nacionalistas. El caso de Teruel Existe es más importante que pintoresco. Si la fuerza regionalista turolense ha logrado escaño es porque hay un buen número de españoles que no han encontrado representación en los partidos nacionales y, ya sea causa o consecuencia de esto, muestran con su voto un desinterés evidente por las cuestiones nacionales. Sólo les interesa lo suyo. Es el triunfo de lo mío sobre lo nuestro, la pérdida de sentido y significación de lo nacional, que no es patrioterismo, sino la segunda persona del plural de la que tanto ha escrito Scruton. Pero nada puede achacárseles. No han hecho mas que seguir los pasos del debate público. El peligro está en que el ejemplo acabe cundiendo en otros territorios y la vida en común, que es la vida nacional, deje de tener sentido político.

El PP tiene el mandato de ser el que lidere el centroderecha. Pues que así sea y lo haga con la prudencia la generosidad que sea necesaria, con esfuerzo y renuncia, pero que lo haga

Para alejar este riesgo, es preciso que se vuelva a reconocer al otro como intérprete de la realidad, que vuelva la renuncia a lo apetecible en favor de lo responsable, que la conversación abandone el teatro y vuelva a sentarse en la mesa. Esto es hacer posible la vida común que es la vida nacional, el punto justo, además, en el que toma ritmo la historia. Y esto, justo esto, es lo contrario de lo que ha hecho el PSOE desde la moción de censura.

Es responsabilidad del PSOE, exclusiva e intransferible, la dramática ruptura de todo espacio de consenso. El Congreso podía ser dos cosas: o un ámbito de encuentros y desencuentros controlados por la institucionalidad y la tradición política inaugurada con la Transición o un mercado persa, en el que las leyes puestas en almoneda se entremezclan con oposiciones vocingleras. Sánchez optó por lo segundo y a ello lo ha fiado todo hasta conseguirlo: nunca los regionalismos y nacionalismos han tenido tanto poder parlamentario. Nunca tantos pequeños van a mandar tanto. Estas elecciones nacieron directamente de la ambición desbocada de Sánchez; todo lo que ahora suceda es achacable a su estricta responsabilidad.

Pero no se puede fijar la mirada sólo en el PSOE; hay que hacerlo también en la oposición. De hecho, toda vez que ya se ha demostrado la falta de escrúpulos y limitaciones del presidente en funciones, es precisamente en la oposición en la que hay que fijar la mirada. Su articulación, su organización, es un deber patriótico. El PP tiene el mandato de ser el que la lidere. Pues que así sea y lo haga, en su tiempo justo, sin precipitaciones, con la delicadeza y la generosidad que sea necesaria, con esfuerzo y renuncia, pero que lo haga. La fragmentación del centroderecha es un acicate para la izquierda, para que la izquierda actual se sacuda de un manotazo los pocos restos de dignidad que aún le quedan.

El despiste del centroderecha

El centro derecha tiene que enfrentarse a su propio espejo y ver que se le han borrado las hechuras, que ha perdido los contornos que la dibujaban y, por extensión, la hacían reconocible para la sociedad. Hoy es un elemento informe, un nudo más de la confusión gordiana, de tal forma que cuando se gira la mirada para intentar adivinarlo, no se sabe ni qué ni a qué se está mirando realmente. Para el aliento queda que Pablo Casado lo tiene claro y tiene demostrada su generosidad. Veremos Ciudadanos. Nada puede esperarse de Vox.

La ruptura general de consensos no sólo afecta a la arena parlamentaria, también lo hace en los bloques ideológicos, que deberían empezar a dejar de ser bloques y convertirse en formas más dúctiles. Casado tiene el reto por delante de crear esos espacios de consenso. Algo parecido tuvo que hacer Fraga en su momento. Tan sólo los sectarios no reconocen el gran servicio que prestó a España al hacerlo.

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