El pasado fin de semana, como un ataque coordinado por tierra, mar y aire, El País intentó convencer a sus lectores de que el patriotismo no tiene que nada que ver con querer a España. Es una premisa valiente y vanguardista, como si te intentan persuadir de que defender la familia es algo desconectado de cuidar a tus hijos, que la economía es independiente del dinero o que el fútbol no está relacionado con los goles. Primero fue un artículo de Javier Cercas, luego un editorial de Internacional el domingo y como remate la crónica de una manifestación proBruselas en Roma, con fotos tan cercanas a los manifestantes que hacían imposible comprobar si realmente habían acudido 50.000 personas. La tesis ya se la pueden imaginar: nuestra patria no es la rancia piel de toro, sino la inmaculada Unión Europea, esa que nos llama 'pigs', nos vende a Huawei y nos saquea en el escándalo Qatargate.
La columna de Cercas ni merece un comentario riguroso: es una simple empanada rellena con los tópicos de siempre, que ni siquiera se molesta en justificar. Bobadas del tipo "la única patria es la patria chica", "tenemos lenguas distintas, pero un solo corazón" y "nuestra patria no es España, ni Italia, ni Francia". Son afirmaciones que nunca argumenta, las dice él y punto, "quien no lo vea es porque está ciego", afirma honrando la densa tradición de desfachatez intelectual de los columnista de El País (o los ripios euroeufóricos de los himnos de Eurovisión). A Cercas le da igual el auge de partidos soberanistas en el Viejo Continente, ya que al no ser de los suyos no hay ni que mencionarlos. Así le va al progresismo pseudoilustrado, elección tras elección.
Ignorar la realidad
El editorial del domingo, sin la deferencia de citarlos, sí que reconoce que los partidos de nueva derecha son reales, no pesadillas tras una comilona excesiva en el Foro de Davos: "Europa sufre la mayor ofensiva de su historia desde la derrota del nazismo. Grandes potencias y fuerzas políticas —desde fuera y desde dentro— se proponen terminar con el proyecto europeo y, con él, con el espacio de paz, libertad y prosperidad conocido por las actuales generaciones". Tratan a sus lectores como niños pequeños, tratando de convencerles de que Giorgia Meloni, Marine Le Pen, Alice Weidel, Geert Wilders y Santiago Abascal odian la "paz, libertad y prosperidad". Y hacen todo esto mientras niegan la democracia en Rumanía, como aviso de lo que piensan intentar cada vez que gane alguien que no les convenga.
Sufrimos la perfecta trituradora antipatriótica, con la burocracia gobalista de Bruselas por arriba y el narcisismo separatista por debajo
No se puede hinchar más la manifestación proBruselas en la Piazza del Popolo de Roma. No voy a entrar en la guerra de cifras, pero las imágenes dejan claro que la media de edad era de 55 años. La juventud mediterránea no vibra con la Unión Europea. Especialmente revelador fue el discurso de Joan Collboni, alcalde de Barcelona: "Europa no es una entidad abstracta, no es una burocracia lejana, Europa somos nosotros. ¡Ciudadanos de Europa, unámonos! ¡Visca Roma, visca Barcelona, viva Europa!”. Viva cualquiera menos España. Bajo su apariencia de discurso amable, tipo Imagine de John Lennon, se intentan disolver las fronteras nacionales. Sufrimos la perfecta trituradora antipatriótica, con la burocracia gobalista de Bruselas por arriba y el narcisismo separatista por debajo. Ahí la patria es simple carnaza para la picadora globalista. Lo peor, demasiado largo para desmigar aquí, es que encontramos la misma línea en una reciente Tercera de ABC y demasiados columnistas de otras cabeceras presuntamente patrióticas.
La cosa es tan sencilla que alguien pudo resumirla en un meme, un meme brillante, que captura los conflictos del momento: a la izquierda un monigote empuña una bandera de la Unión Europea y le colocan rótulo de "Patriota", mientras otro monigote a su lado sostiene una rojigualda y le cuelgan la etiqueta de "Prorruso". Al final es lo de siempre: solamente los ricos pueden permitirse no tener patria.
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